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Responsabilidad colectiva y educación

Responsabilidad colectiva y educación
Miércoles 03 de Agosto de 2011
 

 “No odies de corazón a tu hermano, pero corrige a tu prójimo, para que sus pecados no recaigan sobre ti”
Levítico 19:16

“¿Cómo podré ver la desgracia de mi pueblo y la ruina de mi gente y no hacer nada al respecto?
Ester 8:6

“No te apartes de las necesidades de tu comunidad”
Pirkei Avot  2:4


Mientras los columnistas de cientos de periódicos opinan sobre la reunión del Movimiento por la Paz con Justicia y Dignidad con los diputados y senadores, la injusticia, la desigualdad, el crimen, la corrupción y la impunidad continúan reinando en México. En el diario La Jornada del 1 de agosto, se lee que los legisladores acaban de asignar a empresas privadas la estrepitosa cantidad de 250 millones de pesos para “necesidades varias”, como espacios en radio y t.v., entre otros.

Más abajo, una nota que debería avergonzarnos como sociedad: 3.3 millones de jornaleros ganan un mísero salario de entre ¡680 y 1,329 pesos mensuales!

Un poco más adelante: En Guerrero, Oaxaca y Chiapas 1 de cada 3 personas viven en pobreza extrema; Nuevo León, Baja california Sur y el D.F. registran la misma cifra pero en pobreza “moderada”.

Todos los días, miles de compatriotas de los estados del sur junto a miles de indocumentados centroamericanos intentan llegar a la frontera Norte con la esperanza de hallar un trabajo que les permita acceder a una vida menos denigrante, menos inhumana. En el trayecto, muchos son vejados, secuestrados, violados e incluso encuentran una muerte terrible.

Por otro lado, vemos cómo nuestros representantes ante el Estado, a quienes nosotros dimos un voto de confianza para que llevaran a la mesa de discusión los problemas que aquejan a nuestras comunidades y hallaran soluciones a los mismos, se olvidan de sus promesas y en cambio, gozan de privilegios que rallan en el descaro, en la burla y en la ignominia. Vemos, con rabia y con impotencia, como pactan con los empresarios poderosos, con los líderes sindicales corruptos e inamovibles (como la Gordillo), cómo venden el país al mejor postor y se embolsan los recursos que, en teoría, deberían pertenecer al pueblo entero.

Asistimos a diario a notas periodísticas en donde Elba Esther y sus allegados más cercanos, alardean de su poder y de su influencia ante los ojos atónitos de un pueblo cada vez más ignorante, más inculto y, por lo tanto, más débil e indefenso. La educación que se imparte a nuestros hijos y que pagamos con nuestro trabajo, en manos de maestros reprobados en los exámenes de CENEVAL (4 de cada 6 reprobaron los exámenes, y muchos no se presentaron ni siquiera a uno de los cursos o talleres que se les impartió). 

Pero, ¿qué les importa a los maestros? Son agremiados del sindicato más fuerte del país y no se les negará el acceso a una plaza por aprobar o reprobar un examen, sino por “pagar sus cuotas” al sindicato a tiempo. 

El SNTE tiene más de 65 años de existir gracias a sus alianzas con el partido hegemónico (o al que se le vea trazas de ganar) y lo que menos le ha importado a sus líderes y agremiados es la educación. Continúan con el viejo modelo educativo al más puro estilo cacique.

La educación de calidad es el pilar sobre el cual se sostiene una democracia con justicia e igualdad. Pero nosotros, ocupamos, según la OCDE (organización para la cooperación y el desarrollo económicos) el deshonroso último lugar en educación de entre los 30 países pertenecientes a dicho organismo abajo incluso de Grecia, Turquía, Chile y Uruguay. Por no hablar de que somos el país que menos invierte en investigación científica y tecnológica (menos del 0.04 % del PIB), mientras que en países también en vías d desarrollo como Brasil, se invierte el 1% del PIB aunado a la participación de la industria en apoyo a la educación, caso inexistente en México.

Así las cosas, con maestros reprobados enseñando lo que no saben a millones de niños mexicanos, con fugas de cerebros de nuestros investigadores y científicos por la falta de apoyos e incentivos para sus proyectos y con la lideresa del SNTE pactando alianzas sucias con cualquier partido en época pre electoral, nuestros niños y jóvenes tienen un futuro muy poco alentador.

La corrupción mata. Y la corrupción ha permeado a todas las áreas del quehacer mexicano. Desde la política hasta la educación.  Sin una educación de calidad, con maestros preparados no sólo en sus diferentes áreas, sino con un nivel de cultura general alto, con una formación académica sólida y con valores bien arraigados, México simplemente no avanzará por buen camino. Vemos con tristeza que la edad promedio de los delincuentes que a diario llenan las páginas de los periódicos oscila entre los 18 a los 23 años y no todos provienen de estratos sociales inferiores, sino de la clase media y peor aún, tienen estudios universitarios.

Pero ¿de qué universidades salieron? ¿Quiénes fueron sus maestros? ¿Qué tipo de educación recibieron? ¿Quiénes han permitido, desde el poder, que individuos de lesa calidad humana y de una ignorancia absoluta en casi cualquier área, lleguen a dirigir nuestras universidades y no sólo eso, sino que incorporan a sus “filas” a muchos otros sujetos igualmente ignorantes y se adueñan de proyectos educativos forjados por maestros comprometidos y preparados? La corrupción. Los compadrazgos entre gobernantes y achichinques que ayudaron a que llegaran al poder y ahora exigen que se cumplan sus promesas de campaña.

Aunado a esto, las universidades exigen a sus maestros como requisito de contratación que estén titulados, sin importar de qué escuela “patito” hayan egresado. Como si el obtener un título en cualquiera de estas nuevas escuelas fuera sinónimo de saber realmente algo. En cambio, muchos maestros que carecen de un título, pero que los avala su experiencia profesional, sus conocimientos, su dominio del tema a enseñar, son rechazados de antemano y, salvo que tengan algún tipo de influencia, se les contrata.

Y los jóvenes cuya educación, para su mala fortuna, cayó en manos de “maestros” improvisados y advenedizos, egresan sin estar preparados para casi nada y con muchas deficiencias en las diversas áreas de su especialidad y, en consecuencia, no son competitivos. No sirven. No pueden aprobar exámenes en el extranjero ni acceder a becas en otros lugares pues no tienen las herramientas para tal efecto. Y peor aún, no encuentran un trabajo digno y en donde puedan aplicar lo que aprendieron.

Entonces, vemos a universitarios vendedores de comida chatarra, repartidores de pizzas, conserjes en franquicias restauranteras, meseros… En fin, un panorama desalentador y muy triste. Muchos de ellos, caen víctimas del encanto del dinero rápido y en grandes cantidades y la única vía para obtenerlo es el crimen. Y así, vemos a diario en los encabezados de los principales diarios del país en donde se narran los pormenores de la lucha anti narco, rostros jóvenes con miradas extraviadas, como viendo hacia el vacío, hacia la nada.

Y es hacia la nada a dónde hemos enviado a nuestros jóvenes. Todos, sin excepción, hemos sido y somos responsables de lo que esos jóvenes son hoy en día y del estado de cosas tremendo en que nos hallamos.

Porque hemos permitido que la corrupción se instale en nuestra vida como algo cotidiano. Con pequeños actos a veces involuntarios, pero otras premeditados. Como no levantar la voz ante las injusticias; no exigir rendimiento de cuentas a los funcionarios (a cambio de favorcillos recibidos o por recibir); no acusar públicamente actos de corrupción dentro de nuestros centros de trabajo, de nuestra comunidad, de nuestro estado y nuestro país. Como aceptar que haya monopolios en los medios masivos que no permitan acceder a programas educativos y de calidad y, en cambio, seguir contratándolos bajo el pretexto de que “no hay otra cosa”; como tolerar que la riqueza del país esté en manos de unos cuantos mientras millones viven con un salario mísero; como permitir que las universidades públicas y privadas, estén sujetas a los vaivenes políticos y que cada cambio de sexenio, haya un despido masivo e injustificado de maestros y sean sustituidos por oportunistas, advenedizos e ignorantes a quienes les importa un bledo la educación y sólo la ven como una oportunidad de engordar sus bolsillos.

Si somos incapaces de entender la conexión entre la falta de educación de calidad, la pobreza, la corrupción y el crimen, estamos negando el problema de fondo. Para que un país sea fuerte económicamente, sus miembros deben se personas educadas, preparadas y con experiencia en su área de conocimiento. Pero, es tarea del Estado, de los empresarios, de la iniciativa privada, de los inversionistas y de los gobernantes elegidos legítimamente por los ciudadanos, garantizar que dichas personas, accedan a un empleo digno, bien remunerado, con prestaciones de ley, con posibilidades de crecimiento profesional y personal y con permanencia en él. Si este escenario no existe, los egresados seguirán engrosando las filas del crimen, único “empleo” accesible para ellos. Sin educación no hay evolución (ni revolución). Pero primero “hay que comer que ser cristianos” dice el refrán. Entonces, ¿cómo va a querer ir a la escuela un niño o un joven que carece de o mínimo indispensable para vivir? Preferirá trabajar. Y si no hay empleo para alguien “preparado”, mucho menos para él. Entonces le entrará “a lo que sea”.

Una sociedad democrática debe garantizar primero, la seguridad de sus individuos y segundo, el acceso a una vida digna en todos los ámbitos, desde el profesional hasta el cultural; desde el educativo hasta el laboral. Si las instituciones que nos representan están podridas en sus raíces, si los gobiernos corruptos siguen pactando con líderes sindicales poderosos y con los criminales y la sociedad civil no despierta y se organiza para formar un frente común contra ellos, el rumbo del país irá en reversa.  No somos islas. Somos parte de un todo llamado México. Si nos dedicamos sólo a ver por nuestros intereses y no nos concebimos como parte de una comunidad, en donde cada acto individual tiene efectos positivos o negativos para los demás y para nosotros mismos, no estamos siendo democráticos. Si nos quedamos cruzados de brazos viendo cómo se hunde el barco frente a nosotros, tarde o temprano nos hundiremos con él, puesto que todos somos sus pasajeros.

La apatía y el desinterés ante las necesidades de los otros, es decir, del prójimo, es la prueba fehaciente de que no nos concebimos como una colectividad, como una sociedad y, por lo tanto, no somos ni seremos jamás un país fuerte, libre y seguro. Pero para concebirnos así, tendríamos que ser personas conscientes de nuestra responsabilidad individual y colectiva. Y eso sólo es posible en sociedades en donde la educación de calidad es una prioridad. Y evidentemente en México, no es el caso.

Teresa de Jesús Padrón Benavides

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