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El gran asalto al CIANO

Adolfo González Riande
Viernes 26 de Agosto de 2011
 

por Adolfo González Riande y Rosario Apodaca 

En una calurosa mañana de agosto, y como escribían los viejos maestros de la prosa pueblerina, corría el año de gracia de 1987, y en las oficinas del CIANO todo el ambiente era de la más completa tranquilidad, bueno a parte del trabajo rutinario, todo era de la más completa normalidad. Gente en los pasillos, trocas con personal entrando y saliendo. Productores y técnicos buscando afanosamente la  información con los investigadores. Los de intendencia dándole vuelo al tornapul.


El día 28 de agosto

Por cierto un día muy ameno,

Llegaron temprano al Ciano

Los amantes de lo ajeno.


Como cualquier otro día, don Remedios Domínguez trabajaba en los pasillos con el mismo agrado de siempre. Sus frases ya míticas de “Quién como Usted que no se pensiona”, o su característico interrogante de ¿y el pájaro? Así, como su modo peculiar de entonar un silbido bifurcado que parecía entonar el eco, asemejando a un insólito dueto de silbadores en una misma persona.

Por otro rumbo de las oficinas, el teclear de las IBM, inconfundible sinfonía de las compañeras secretarias, daba el marco ideal para las brevísimas tonadas que de vez en vez salían del simpático Remedios.

Pero dejemos que los trabajadores cuenten la historia.

Rosario Apodaca “El Chayo”, relata:

”A finales de agosto del 1987, no recuerdo la fecha, (se sabe que fue un 28)  todo parecía normal. En aquel tiempo yo era el vigilante de la caseta de entrada. Alrededor del mediodía, Albino, trabajador del programa de Hortalizas, llegaba a la caseta para esperar un raite, ya que había terminado su faena, y entre comentarios de que ya se iba, que ya se la había echado, pues lo invité a compartir mis tacos.

Tras la charla obligada y el cigarro de postre, repentinamente, observamos como de las oficinas adyacentes al edificio principal, salía un individuo, que cruzó a toda prisa el camino hacia la caseta donde estábamos Albino y yo.

El joven que llegó hasta nosotros, lo recuerdo con una cachucha de la marca “Case”, y una bolsa de papel que traía en sus manos. El joven llegó, nos miró y tras un coloquial “¡quiúbole!”, sacó un revólver de la bolsa de papel y nos amagó.

El tipo aquel nos dijo: ¡Adentro están asaltando, tírense al piso y no hagan ningún movimiento, porque les vuelo la cabeza!

Albino y yo obedecimos al joven y nos tiramos al suelo rápidamente ,en tanto que el tipo pasó por entre nosotros, amagándonos con el arma, y cortando el cable del teléfono.

No sé cuánto tiempo pasaría, pero después escuchamos el ruido característico de una frenada de neumáticos, así como un grito de “¡apúrate de volada!”


Se llevaron de rehén

Al pobre señor Encinas

Pa que les diera un raite

Lejos de las oficinas.


Repuestos del susto, no lo negamos, mí amigo y yo dimos gracias a Dios pues no nos había pasado nada que lamentar.

Después nos enteramos que como parte del asalto, los ladrones se habían llevado de rehén a Luis Fernando Encinas Acuña, el oficial administrativo del CIANO, a quien después abandonaron en algún lugar del valle.


El carro lo encontraron

En la vía internacional

Y a Encinas lo tiraron

En el canal principal.

Lo que siguió posteriormente, no se lo deseo ni a mi peor enemigo. La tarea de los detectives encargados de las investigaciones, enfocaron su tarea sobre Luis Fernando y yo.

Fueron sesiones de interrogatorio, que aún recuerdo con coraje y tristeza. Las técnicas de interrogación eran intimidantes. Creo que el estar en esos momentos en sitios claves, a juicio de los investigadores, éramos sujetos de sospecha.

Ya ha pasado mucho tiempo desde aquella mañana de agosto del 1987, pero de vez en cuando, la memoria de mi vía crucis personal se representa nuevamente ante mí, y los recuerdos nada gratos se arremolinan.


Son 24 millones

Los que se llevan en manos

Y decían que les faltaba

Lo de la dirección del Ciano.


Y como siempre sucede, no faltó la vena cómica literaria de los trabajadores, y ni tardo ni perezoso, apareció el “Corrido del Robo al Ciano”, del cual transcribimos algunos versos de  una versión cedida gentilmente por mi compadre Enrique, cronista involuntario del acontecer institucional.

Como es muy lógico suponer, el o los letristas anónimos, tratan de reflejar en su obra una serie de vivencias de todo el personal del Ciano que atestiguó directa e indirectamente el acontecimiento, desde diferentes ópticas, aunque se supone que la ubicuidad de la que hacen gala, tal parece que anduvieron simultáneamente por todos lados indagando lo acontecido a cada uno de los trabajadores y secretarias.


Ya con ésta me despido

Señores yo no sé nada,

El gusto que a mi me queda

Que “el tragabalas” no juntó nada.

 

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