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Sábado 27 de Abr de 2024
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San Manolo: Redentor de tandeos

Jesús Noriega
Viernes 16 de Abril de 2010
 

Es 15 de abril del 2010, día conmemorativo que recuerda el nacimiento de José Revueltas, quien fuera joven escritor irreverente, iconoclasta y al que seguramente desconocen los jóvenes que desde las cuatro de la tarde empezaron a reunirse en los exteriores del Teatro del Itson, desde donde fueron por calles céntricas de Obregón hasta la plaza "Álvaro Obregón".

Entre ellos, sola, garbosa, de blanco impoluto y con morral asalmonado que le atraviesa como canana el pecho, destaca aquella dama; notoria sin quererlo, sin desentonar entre la chamacada ocurrente que la envuelve por los cuatro costados, aunque a la dama misterio la destaquen sus cuatro décadas. De que la conoce El Bécker, la conoce; la saluda con besitos cacheteros pero callará identidades.

Por más que los organizadores aseguren que estuvieron completos, se nota que no juntaron la gente que esperaban. La marcha nació en la periferia del Teatro del ITSon; los chamacos pisan fuerte y rápido, veloz y breve la marcha invade en un tris la Plaza y antes de oscurecer la morrada planta sus alborotos provocadores frente al templete reforzado.

Ciertamente, al contingente que en su mayoría forman los jóvenes, se sumarían otros grupos, pero no llenaron la Plaza Álvaro Obregón. Sergio frunce el entrecejo y escudriña la explanada, hace las consabidas cabriolas mentales para dictaminar con ojos doctorados en marchas, el cálculo de los que reunidos apenitas y rebasan los 700. Ni muchos ni gritones; de panzazo, apenas suficientes como para salvar el orgullo de la marcha.

Uno que otro adulto, aquí y allá, omisos o contenidos con desgano ante la potencia de la chavalada; el mismo Rogelio Díaz Brown finge no enterarse de la protesta picante, pero sonríe las cuchufletas provocadoras que lanzan contra Barro y los gritos antiPadrés… ¡SAN MANOLO, REDENTOR DE TANDEOS!

La estridencia y algarabía que hacen los jóvenes, confirma que los gritos multiplican el tamaño del contingente; El desparpajo y la irreverencia, confirman que la señorona de blanco es harina de otro costal generacional revuelto en la nueva marcha que machaca las céntricas calles de Obregón, presente con tal de manifestarle al “góber” la oposición al acueducto de El Novillo.

Pocos mirones, poca prensa y muchos agentes de seguridad… los de uniforme gris custodian el Palacio Municipal con cara de palo, en cambio otros vestidos de paisano mezclan sus corpachones ajados entre los chamacos, e infructuosamente intentan esconder semblantes patibularios entre lozanías juveniles. Se les nota la facha a los espías de Barro; son obvios, obscenos, diríase que groseros porque invaden sin permiso las distancias personales que marca la proxemia sonorense.

De nuevo el mitin frente al Palacio Municipal. En su turno, los oradores Gianco Urías, Horacio Aguilar, Pedro Ramos, Alejandra Vizcarra y Jesús Cózarit, propusieron soluciones que abastezcan de agua a Hermosillo, con el denominador común de oponerse a trasvasarla desde la presa El Novillo. El hilo conductor de las voces jóvenes son las arengas del ¡No al Novillo!; la constante, los retos atrabancados y la irreverencia.

Los discursos –leídos todos- proponen que antes del recurso líquido del cauce yaqui, conviene explorar otras fuentes como la desalinización de agua del Mar de Cortés; maximizar los mantos freáticos de la Costa de Hermosillo o, construir represos en la cuenca del Río de Sonora. En cada caso concluyeron que el abastecimiento complementario de agua a Hermosillo desde el río Yaqui pone en riesgo el futuro productivo del Valle del Yaqui.

La dama de la blanca indumentaria, junto a otros chipotes generacionales, se acomoda en la periferia del mitin en plan de espectadora. Digamos que califica las formas modernas de manifestarse: rodar en bicicleta de montaña, música hip hop, botargas hamburgueseras y mascotas de terror, incluidas. Bécker saca la casta reporteril, con la Nikon convertida en oscura hernia del ombligo, recorre el redondel virtual del zócalo cajemense y aprieta el obturador con obsesiones propias de corresponsal de guerra.

Entre los oradores menudean las invocaciones a las figuras de la política regional que se alinearon en contra del acueducto de El Novillo a Hermosillo. Lo hacen para convencer a quienes escuchan que la reunión es apartidista, que el Movimiento Juvenil obedece a la bandera de la inquietud social. Resaltan los nombres del diputado Rogelio Díaz Brown, presente, o el del senador panista Javier Castelo Parada, ausente.

Los próximos al templete festejan los pronunciamientos con saltos aparatosos, tal cual si fueran remedos urbanos de las danzas de los indios Masai. Aunque jueves, los aires alegres, preludian pachangas y comelitonas de hamburguesas los cupones de descuento. En los corrillos distantes hay silencios reservados, una especie de vergüencilla, rostros de gente bonita que reflejan los típicos pudores de la exposición indeseada en la plaza pública.

Ninguno de los oradores recordó el aniversario de José Revueltas; supondría con razón que de todos aquellos jóvenes muy pocos –tal vez ninguno- lo ubican en el imaginario de la protesta pública, y seguiría reclamando el frío emocional de los manifestantes, de no ser porque la dama enigmática de repente invade las distancia íntima, de forma hipnotizan su olor, respiración y dentadura perfecta.

Y el calor de su pensamiento eriza el mío, la proxemia es sangüich cuando sotto voce, suelta: “Mira, Manolo cerró de nuevo la puerta del Palacio; los ciudadanos de Cajeme, los que no queremos el acueducto, no le importamos, nos equivocamos con Barro”. Sin esperar respuesta, sin despedirse, deja enervados aromas y se pierde entre los chamacos que brincotean al ritmo de estruendosos decibelios. Chingados, y el Bécker se niega a despepitar…

El diputado Díaz Brown se deja querer; grupos de seguidores que se renuevan, lo rezagan, propone, agenda entrevistas y satisfecho sonríe. Aparte pero cerca, el agente de tránsito desmontado de su moto, hace más señas que un manager de beisbol. La manifestación de los jóvenes concluye cuando el reloj municipal marca pocos minutos después de las seis de la tarde.

Parapetado en la esquina de las calles Hidalgo y 5 de Febrero, don Fili observa con ojos tristones que la explanada va quedándose desierta; nadie compró sus papas fritas y piensa que tal vez, sólo tal vez, los chavos prefirieron comer hamburguesas. Pero permanece porque confía que en el grupo que atiende Rogelio estén los que le compran…

Vale, agur.

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