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Narcocorridos y otros funerales

Carlos Monsiváis
Domingo 17 de Febrero de 2008
 
¿Hay en los ‘narcocorridos’ apología del delito y la delincuencia? Lo más conocido no es estrictamente ditirámbico, sino la evocación funeraria de aquellos que con tal de subrayar su mínima o máxima importancia, desafían la ley y no se inmutan a la hora de disminuir brutalmente la demografía.
En “Jefe de jefes. Corridos y narcocultura en México”, de Juan Manuel Valenzuela, se cita un corrido de Los Rojos, “Mi último contrabando”, que describe la metamorfosis: ha vivido pobre, muere en la respetabilidad del derroche:

Quiero cuando muera,
escuchen ustedes.
Así es mi gusto y mi modo,
mi caja más fina y yo bien vestido,
y con mis alhajas de oro
mi mano derecha un cuerno de chivo
en la otra un kilo de polvo.
Mi bota tejana y botas de avestruz,
y mi cinturón piteado todo bien vaquero,
y con gran alipús
un chaleco de venado
para que san Pedro le diga a san Juan:
“Ahí viene un toro pesado”...
Adornen mi tumba entera
con goma y ramas de mota
y quiero, si se pudiera,
que me entierren con mi troca
para que vean que la tierra
no se tragó cualquier cosa...

Los autores de los corridos de la Revolución se formaron en la rima y la acústica del romanticismo, y poseían cierto don metafórico; los compositores y letristas de los narcocorridos no suelen disponer de los mínimos requerimientos técnicos, no pretenden la rima y —más o menos— las metáforas les tienen sin cuidado.
Lo sepan o no, su perspectiva es sociológica, nada de “Despedida no les doy,/ porque no la traigo aquí,/ se la dejé al Santo Niño/ y al Señor de Mapimí/ Se la dejé al Santo Niño/ pa’ que te acuerdes de mí”.
En los narcocorridos, la despedidera, tan esencial en el género, es un lugar común que rastrea en la poesía popular el sitio de los epitafios vanidosos. El narco quiere un lugar en el infierno.

Cuando me muera no quiero
llevarme un puño de tierra,
échenme un puño de polvo
y una caja de botellas,
pero que sean de Buchanan’s
y el polvito que sea de reina...
Cuando esté en el más allá
procuraré a mis amigos,
para invitarles a todos
un agradable suspiro,
y haremos una pachanga
pa’ que nos cante Chalino.
Más vale impune y rico que pobre y encajuelado
Si eres pobre
te humilla la gente.
Si eres rico
te tratan muy bien.
Un amigo se metió a la mafia
porque pobre ya no quiso ser.
Ahora tiene costales de sobra,
por costales le pagaban al mes.
Todos le dicen El Centenario
por la joya que brilla en su pecho.
Ahora todos lo ven diferente,
se acabaron todos sus desprecios.

¿Es la antiépica un género? En el narcocorrido no se insinúan siquiera los sentimientos de la epopeya, ni juego literario que permita hablar de lírica.
Ningún narco es capaz de hazañas y lo suyo es la disminución salvaje del valor de la vida humana, completada con la exhibición del mayor dispendio a su alcance como última voluntad del condenado. Y es frecuente que los narcos encarguen corridos en su honor para llorar anticipadamente su deceso.
No hay en este subgénero la retirada de los Diez Mil o la Toma de Torreón o la burla de la Expedición Punitiva del ejército norteamericano contra Pancho Villa (“¿Qué se creían esos americanos?/ Que combatir era un baile de carquís/ Con la cara abierta de vergüenza/ se regresaron corriendo a su país”). No se registra tampoco el “porque matar un compadre/ es ofender al Eterno”.
Lo que otorga el tono de gran chisme de velorio al narcocorrido es su sinceridad autobiográfica, la de los testigos participantes que les dan la información básica a los rápsodas de sus vidas y muertes inminentes. Cantan Los Rayos el corrido “Negocios prohibidos”:

Me gusta la vida recia,
si así ya soy,
es herencia de mi padre
que estos business me enseñó.
Te sobran billetes verdes
también viejas de a montón.

Más que celebración del delito, los narcocorridos difunden la ilusión de las sociedades donde los pobres tienen derecho a las oportunidades delincuenciales de los de arriba.
En la leyenda ahora tradicional, los pobres, que en otras circunstancias no pasarían de aparceros o de manejar un elevador, desafían la ley de modo incesante.
El sentido profundo de los corridos es dar cuenta de aquellos que, por vías delictivas, alcanzan las alturas del presidente de un banco, de un dirigente industrial, de un gobernador, de un cacique regional felicitado por el presidente de la República.
Al ya no inventar personajes de todos llorados, los narcocorridos relatan de modo escueto la suerte de compadres, hermanos o primos. Para ellos, ya fenecidos o que al rato bien pueden morirse, aquí les va la despedida. ¡Qué joda!
Ni en el delito dejan de existir las clases sociales. La impunidad es el manto de los que, al frente de sus atropellos y designios delincuenciales, todavía exigen prestigio y honores.
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