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El gabiente ausente

Jorge Zepeda Patterson
Domingo 13 de Enero de 2008
 
En los corrillos cibernéticos se afirma que 2008 ya fue designado “Año José Luis Cuevas”, porque pinta de la fregada.
Los aumentos de precios, particularmente en alimentos básicos, serán la gran pesadilla en los próximos meses, y la recesión en Estados Unidos provocará un aumento del desempleo en nuestro país.
Es poco lo que puede hacer Felipe Calderón dada la naturaleza externa de estas tormentas económicas, pero ciertamente podría hacerlo mejor.

Entre otras cosas podría tener un mejor gabinete, por ejemplo. En principio había pensado dedicar este espacio a una rápida evaluación de los secretarios de Estado a un año de haber iniciado su desempeño y comentar la necesidad de algunos relevos.
El problema es que la gestión del gabinete se ha caracterizado por tal opacidad que la noción misma de una evaluación se dificulta por la ausencia de material a examinar.
La administración pública se ha convertido en un inmenso vacío en los que están ausentes los logros, pero también los grandes fracasos. La única ventaja de “nadar de muertito” es que ni te desgastas ni te ahogas.

La necesidad de apuntalar la presencia de Calderón como “líder nacional”, llevó a Los Pinos a diseñar una estrategia de gabinete silenciado para que ningún secretario “robase cámara”.
Éstos parecen habérselo tomado tan a pecho que no sólo no aparecen ante la cámara sino que han desaparecido de la escena pública. Gis y Trino seguramente podrían argumentar que buena parte del gabinete fue abducido desde hace tiempo.

Todos los comunicados a la opinión pública están reservados para el Presidente. Desde la reducción de cuotas en algunas casetas de autopistas, hasta la detención de algún capo menor del narcotráfico.
Cada noche lo vemos en los noticieros en algún acto público ante empresarios o enfundado en un casco mirando con atención un nuevo transformador eléctrico.
Ocasionalmente aparece un secretario de Estado a su lado, pero el conductor del noticiero nunca dirá su nombre. Las oficinas de prensa se aseguran de que la foto de alguno de ellos no llegue a las portadas de los principales diarios.

¿Sabe usted que Rodolfo Elizondo sigue siendo secretario de Turismo desde el sexenio anterior? ¿Recuerda el nombre de la secretaria de Energía? Por lo demás, no se trata simplemente de una cuestión de imagen.
Los Pinos controlan mucho más que la foto de los responsables de los ministerios. Una gran porción de los subsecretarios fueron designados desde la Presidencia con el propósito de que no fueran miembros del equipo del secretario correspondiente.
Los oficiales mayores, responsables de los dineros, responden directamente a la oficina de Camilo Mouriño, el brazo derecho del Presidente.

Los únicos secretarios a los que permiten alzar cabeza son Francisco Ramírez Acuña, en Gobernación, y a Agustín Carstens, en Hacienda, y por dos distintas razones.
Ramírez Acuña opera como una especie de fusible ante las descargas políticas. Está allí para asumir los golpes que pudieran ir dirigidos contra el Presidente. El mejor ejemplo de ello fue la desastrosa difusión del primer Informe de Gobierno, cuando las cámaras de televisión cortaron a Ruth Zavaleta, perredista que presidía la Cámara de Diputados.
La transmisión, como todos los actos oficiales del Presidente, es operada por una oficina que depende directamente de Los Pinos, sin relación con Gobernación, pero fue el secretario de este ministerio quien debió ofrecer disculpas públicas al PRD y a la opinión pública.
Francisco Ramírez tiene la ingrata tarea de ser el punching bag de una política que se define en Los Pinos. Durará el tiempo que sobreviven los fusibles: hasta que alguna descarga excesiva termina por quemarlos.

El de Carstens en Hacienda es un caso distinto. Las cúpulas empresariales, nacionales y extranjeras, no se habrían tragado la noción del gran líder simplemente porque Calderón apareciera todos los días en la televisión. Requerían la certeza de que la economía sería conducida por un profesional de prestigio internacional.
De allí la presencia pública de Carstens. Con todo, hay que insistir en que el ministro de Hacienda está muy lejos de fungir como lo hacía Francisco Gil Díaz, casi un vicepresidente del país durante el sexenio pasado.

Cualesquiera que hayan sido los motivos para mantener a un gabinete soterrado durante el primer año, la situación del país no está para medrar con la mediocridad de muchos para ensalzar las virtudes de uno, así sea el Presidente.
El problema de fondo no fue la opacidad de los ministros sino la pobreza de sus perfiles. Calderón prefirió un coro de acompañamiento, incapaz de hacerle sombra. En el sexenio anterior Fox dejó al país en manos de sus ministros.
Relaciones Exteriores o Hacienda fueron manejadas literalmente por la agenda personal de sus titulares.
Ciertamente fue un exceso. Pero Calderón dio el bandazo al otro extremo y al hacerlo ha comprometido seriamente las capacidades de la administración pública.

El país necesita líderes en las posiciones claves; requiere de sus mejores hombres y mujeres para impulsar acciones y diseñar estrategias frente a los malos tiempos que se aproximan.
Algunos ministros podrían dar el ancho a condición de que tengan el espacio de maniobra necesario.
Otros podrían estar en posiciones distintas a las que fueron convocados (Javier Lozano sería más útil en otras tareas que no fueran la Secretaría del Trabajo o la de esbirro de Felipe para golpear a Marcelo Ebrard).
Pero otros simplemente tendrían que dar paso a alguien que sepa hacerlo mejor.
Lo último que necesitamos es un presidente que condene al país a cinco años de mediocridad simplemente para no mostrar que se equivocó.
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