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Esclavos del tabaco

Jaime Septién
Lunes 12 de Novimiebre de 2007
 
Desde el sexenio pasado, en México se ha iniciado una campaña más o menos decisiva para eliminar los anuncios de tabaco en los medios de comunicación.
A ello le ha seguido una acción pública para ir reduciendo, paulatinamente, los sitios donde es posible consumir tabaco, para evitar que los fumadores pasivos lleven las de perder.

Sin embargo, falta demasiado camino por recorrer, concretamente, falta revelar las sustancias adictivas que meten en el cigarrillo las grandes (y las pequeñas) tabacaleras del mundo.

Según algunas compañías europeas son 298 sustancias las que hay en el cigarro; según otras compañías estadounidenses, son cerca de 500. Mucho de estos componentes ni siquiera se conocen; las compañías alegan “propiedad intelectual” sobre ellas.

Pero, ¿tienen derecho a hacerlo? Por supuesto que no tienen ningún derecho.
Es más, de lo único que tendrían derecho es a defenderse en caso de alguna demanda si las hubiesen dado a conocer.
Por lo demás, es obvio que la mayor parte de las sustancias que no son tabaco —y que se anuncian como aromatizadores— tienen la única misión de provocar adicción a la nicotina y, por tanto, dependencia del cigarro.

Las campañas, entonces, deberían ir orientadas a presionar a las empresas para que anunciaran con claridad los productos que le meten al cigarrillo para volverlo recurrente en el fumador.
Por ejemplo, decir que los cigarros contienen una serie de broncodilatadores y de vasodilatadores para que la nicotina se aspire más profundamente y permanezca más tiempo en la sangre, orillando al fumador a la dependencia del producto; también que poseen una serie de azúcares que al quemarse producen acetaldehídos, mismos que aumentan el efecto propio de la nicotina; etcétera.

Cuando todos (y son, de verdad, todos) los productos que se negocian en el mercado, tiene por ley que mostrar la totalidad de sus componentes, los cigarros permanecen en el anonimato, amparados por la fuerza financiera de los comerciantes de cáncer y por la venalidad de las autoridades (desde las del sector salud hasta las de las comunicaciones) de tener licencia para esclavizar y, eventualmente, matar a millones de seres humanos, los que fuman y los que están a su alrededor.

¿Se quiere ver un mayor contubernio entre el capitalismo, la comunicación y la política?
Las tabacaleras de todo el mundo son el ejemplo más acabado de esta sociedad del mal, en donde lo que se privilegia es la máxima ganancia, sin importar el cómo.
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