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Aquella noche de televisión

Elías González Vega
Sábado 29 de Septiembre de 2007
 
Elías González Vega

Y la oscuridad se vino sin avisarnos, las sombras de la noche nos envolvieron. La oscuridad reinante empezó a caer sobre nosotros, repentinamente las sombras se apropiaron de aquella Colonia recién formada.

Como han de suponer bien, mis queridos lectores, en esas soledades, la energía eléctrica brillaba por su total ausencia.Pero esta carencia, no importaba mucho a los esforzados primeros pobladores de la Colonia, quienes haciendo gala de su mexicana creatividad se las ingeniaban para lograr iluminar sus casas, si esas casa de techo de cartón, que ya podrá Usted imaginar, como sacadas de una novela Luis Spota.

Y si Usted piensa que la carencia de energía eléctrica era impedimento para lograr un bienestar, déjeme decirle que los colonos de la Colonia México, a mediados de los 70s, con lámparas de petróleo iluminaban sus espacios familiares, digamos que le daban calor y color al bullicio de la barriada.

Y así fue, como en uno de esas memorables noches sabatinas, en que el orgullo nacional en calzones ponía a un compatriota en los encordados mundiales, pues los seguidores de la pasión boxística, se las ingeniaban para seguir a través de la televisión, los detalles de los jabs, opers y ganchos al hígado de nuestros valientes fajadores del ring.

Debo recordarles, que en aquellos años, a las empresas televisoras, todavía no les prendía en foco, con aquello del péiperviú,es decir, primero pagas y aluego te sientas a ver tu pelea de box. Así es que, llegado el momento de la función, todos los integrantes de una familia, los cuates, y uno que otro colado que nunca falta, pues presenciaban su programa favorito.

Para no hacerla tan cansada, debo comentarles que una de esas noches sabatinas, nuestro compatriota Carlos Zárate,(a) “El barretero de la Ramos Millán” en algún sitio de la geografía americana, se agarraría a moquetazos contra un adversario que por el momento se me escapa a la memoria.

Como buenos aficionados al box, ahí estoy con mis primos, amigos y uno que otro colado que nunca falta .Todo estaba listo, las botanas, y desde luego las cervezas, la mexicana alegría ahí reinantes junto a la bola de aficionados.

Si, ya sé que se han de preguntar, cómo que viendo la tele, ¡si ni luz tenían en la Colonia?

Pero he aquí el ingenio de Abel, mi primo, quien se las ingeniaba , y así fue como en un santiamén, ofreció la batería de su desvencijado Renault, para conectar la tele de un vecino, y disfrutar de nuestra magna función de box.

Todo listo, la pantalla de la tele era como un gigantesco copechi, alumbrando el desbordante ánimo de los ahí reunidos .Todo estaba listo. sillas, troncos secos, bancos, y cubetas de 19 litros, se convirtieron en el improvisado butaquerío de aquella arena de box al aire libre. Cada quien se fue arrimando ante la pant

alla, nadie quería perderse la ocasión del encuentro. Los infaltables comerciales, anuncios y más comerciales, eran el marco de la reunión boxística aquella noche. Todo era emoción, nuestros sueños esperanzadores de compatriotas alentando al Zárate, se confundían con el bullicio de otras casas del vecindario, sin duda haciendo lo mismo que nosotros., absortos ante la luminosidad de la pantalla televisiva. No faltaba quien , emulando al compatriota, hacía fintas con unos hipotéticos guantes, lanzando golpes al aire, como queriendo impulsar desde acá de este lado al Carlitos Zárate.

Claro, no faltaba también, los expertos, que conocían con detalle, la trayectoria de los contendientes. Unos sabían desde la fecha de nacimiento, hasta la hora exacta del debut, contra quién, cuándo y dónde habían hecho su debut en el boxeo de paga.

Y tras el ritual protocolario de las peleas, la presentación, las reglas de los réferis, por fin empezó el intercambio de golpes entre los fajadores, era el momento de la verdad. El cronista se desvivía en elogios para Zárate, y con su discurso prolocalista, tal parece que inyectaba más ánimos para nosotros, los fieles seguidores de acá de este lado de la pantalla, y de la geografía americana. Nuestro compatriota estaba conectando sus mejores golpes.

Un par de rounds y los gritos de júbilo, parecían encender la noche semi iluminada de aquel caserío en la Colonia.

Repentinamente, sucedió lo que no estaba en el guión. Como si fuera un acto de mago circense, un sonido como de cuete que se ceba, como un ¡ pffft! Y la pantalla se quedó a oscuras, y en la penumbra nuestros sueños de aficionados de primera fila.

Entre lámparas de petróleo y encendedores, tratando de arreglar lo imposible, nos veíamos las caras de estupor, frustración y sorpresa ante el infortunio.

Abel mi primo, empezaba a revisar los cables de la batería y el televisor, tratando de echar a jalar nuevamente la imagen.

Los momentos pasaron, los breves momentos de luz de los encendedores y las lámparas, poco a poco se fueron extinguiendo, y con ella nuestra animosidad.

Entre maldiciones y yanimodos, Abel fue retirando los cables de la batería para reinstalarla en su Renault.

Pero la cosa no terminaba ahí, queridos lectores, la bronca seguiría. El carro no quería arrancar, y los fieles fanáticos se convirtieron en fieles apoyadores para empujar el destartalado coche.

Tras algunos metros de esforzado intento de hacer arrancar el vehículo, llegamos a la conclusión que el carrito no arrancaría nunca.

La carrilla no se hizo esperar, algunos aprovecharon el momento para hacer gala de sus más sarcáticos chistes sobre el pinchi carro viejo, que si pa que servía el carcachón, y otras por el estilo, lo que por supuesto no gustó nadita a mi primo Abel, quien señalaba que por culpa de nuestra, su batería se había descargado.

El mar de lamentaciones de Abel, poco a poco se fue desvaneciendo. La bola de aficionados empezó a trazar un plan de graciosa huída. Las cheves y el hielo se fueron acabando, y la friega para los que no vivían por el rumbo, era el tener que regresar a golpe de calcetín por las polvosas calles de la Colonia,entre la penumbra y los ladridos.

La velada boxística llegaba a su fin, mucho antes de lo previsto. La ilusión breve se fue con ella, tan breve como la luminosidad de la pantalla del televisor.
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