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Seis mitos sobre prostitución

Jorge Zepeda Patterson
Sábado 14 de Julio de 2007
 
Se afirma que es la profesión más antigua del mundo. Pero también se dice que no es una profesión sino una lacra social aunque, en efecto, es tan antigua como la corrupción o el robo.
En momentos en que la Asamblea del Distrito Federal discute un proyecto de ley con el propósito de legalizar la prostitución en la capital, valdría la pena precisar algunas confusiones sobre el tema. Lo peor que podría pasar es que el debate y la ley resultante estén basados en falsas premisas. Como las siguientes.

1.- Es un oficio legítimo al que tienen derecho hombres y mujeres que lo asumen de manera voluntaria. Falso. Los y las sexoservidoras no se dedican a ello como resultado de una decisión vocacional. No es que un día se dijeron a sí mismas “yo quiero ser prostituta; es lo mío”.
Aunque en las encuestas superficiales muchas respondan que es una actividad elegida y pueden dejarlo en cualquier momento, los estudios de caso demuestran justamente lo contrario.
La venta del cuerpo y el sometimiento a los abusos correspondientes suele ser una opción impuesta por la cultura y las costumbres. Por circunstancias que estas personas han encontrado “al final del camino”. En muchas ocasiones se trata incluso de una prostitución forzada, eventualmente, asumida por la víctima. La prostitución es una estrategia de sobrevivencia dictada por la falta de alternativas.
La legalización de la actividad no hace sino legitimar una relación que de suyo es de explotación, abuso e indignidad, y que convierte en víctimas quienes la ejercen (por restricciones de espacio omito las encuestas y estudios en se que se basan estas anotaciones; pueden encontrarse en “La prostitución, claves básicas para reflexionar sobre un problema”, en el sitio http://www.apramp.org).

2.- La reglamentación permite controlar a la industria del sexo y la trata de personas. En realidad es lo contrario. Como señalan las ONGs dedicadas al tema, la ley es un regalo para los proxenetas.
Entre otras cosas les permite aterrizar en una zona legal el último eslabón de una larga cadena delictiva: el tráfico de personas para la explotación sexual, la otrora llamada “trata de blancas”.
Cada vez es más evidente que la prostitución no es una actividad que resulta de la suma de decisiones laborales de personas que deciden dedicarse al sexoservicio. Más bien se trata de una oferta de sexo a partir de una industria que recluta víctimas mediante el engaño y la explotación.
Las famosas ventanas en Ámsterdam hace mucho que dejaron de exhibir a mujeres holandesas; hoy muestran exclusivamente asiáticas, africanas y rubias de Europa del Este, producto de esos circuitos de tráfico humano. La legalización permitiría “blanquear” el capital humano de estas cadenas delictivas.

3.- La participación de las autoridades beneficia y protege a las prostitutas. Dudoso. Para ellas la legalización tiene más desventajas que ventajas. Ciertamente los controles médicos proporcionan mayor certidumbre, pero en beneficio del consumidor.
Nadie verifica el estado de salud de los clientes, con lo cual los riegos para los y las “profesionales” siguen siendo los mismos.
Por otra parte, para las prostitutas ocasionales, aquellas pocas que en efecto podrían afirmar que desempeñan un oficio elegido y que pueden abandonarlo en cualquier momento, la institucionalización de la prostitución les obliga a profesionalizarse y a entrar necesariamente a las normas de los circuitos establecidos.

4.- Legalizar la prostitución es una medida progresista, propia de países desarrollados. En realidad comienza a ser lo contrario. Países como Holanda, Suecia, Australia y España, algunos de ellos pioneros en la legalización de la industria del sexo, están en proceso de modificar los códigos correspondientes, o ya lo hicieron.
El saldo de estas políticas de tolerancia, luego de varios años de aplicación resultó negativo.
Prácticamente en todos los casos el efecto neto fue la expansión de la industria del sexo. Entre otras razones ello se debe a que aumenta el número de clientes y la frecuencia con la que recurren a la prostitución, en la medida en que se convierte en una actividad regulada y con un entorno social más permisible.

5.- La reglamentación elimina la explotación clandestina. Si no ha sido el caso en España o en Australia, mucho menos será en México en el que predomina la corrupción entre autoridades y proxenetas.
El sexo con menores de edad continuará ejerciéndose de manera clandestina, clientes que buscan el anonimato fomentarán “circuitos” marginales, sexo servidores que no desean someterse a controles y lenones que eviten pagar derechos e impuestos mantendrán viva la economía informal del sexo, poniéndose en mayor indefención a las personas explotadas.

6.- Legalizarla es un acto de realismo porque seguirá existiendo a pesar de todo. Los impulsores de esta ley aseguran que siendo la prostitución una actividad no erradicable es más conveniente extraerla de la sombra e institucionalizarla.
Pero el argumento es peligroso porque termina por incentivar y promover una práctica social nociva. El mismo criterio valdría para la corrupción o la violencia intrafamiliar (no deja de ser significativo que prostituirse o corromperse han terminado por ser sinónimos). Puede ser que la prostitución, o la corrupción, no sean totalmente extirpables, pero eso no significa que tengan que ser endémicas.
La sociedad puede, y debe, establecer políticas públicas encaminadas a disminuir y acotar prácticas que envilecen a sus protagonistas y emanan de actividades criminales. Aceptarlas invocando al “realismo” equivale a claudicar frente a una industria que no por antigua deja de ser infame.

No resulta fácil para las autoridades abordar el tema, pero por lo mismo debe enfocarse correctamente.
En Suecia han disminuido los índices de prostitución mediante una legislación que castiga al cliente y al proxeneta, no a la sexoservidora. Como en el caso de las drogas, mientras exista demanda habrá oferta.
El verdadero combate a la prostitución pasa por campañas y políticas públicas con las nuevas generaciones para promover una práctica sexual más sana y una cultura que dignifique el cuerpo, propio y ajeno, y el derecho a disfrutarlo sin degradarlo, sin convertirlo en mercancía.
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