El crimen organizado ha lanzado un atrevido reto al gobierno federal. Que los dos asesinados eran cercanos colaboradores de la gobernadora de la Ciudad de México es, de por sí, muy grave; pero, además, la acción homicida se llevó al cabo en el momento en que la Presidenta de la República y el secretario de Seguridad daban a conocer a la prensa las acciones emprendidas contra los delincuentes.

Se les reconoce a las autoridades de la Ciudad y a la Fiscalía General que actuaron con rapidez, pues ayer mismo anunciaron que estaban detenidos cuatro posibles implicados en el doble homicidio. Nos falta corroborar si, aparte de la rapidez, actuaron con acierto.

A primera vista, yo diría que las víctimas, por los cargos que ocupaban –secretaria particular y asesor, respectivamente—no disponían de la protección de guardaespaldas. Esto significa que un muy elevado número de funcionarios de mediano nivel están expuestos a ser asesinados si así lo deciden los jefes de las mafias. Podrían repetir el atentado cuantas veces creyeran necesario para conservar vivo el reto y mostrar su poder.

Yo no sé qué medidas recomendar desde mi modesta trinchera periodística, pues entrarle a este problema es para especialistas en la materia. Tal vez se reirían de mí si lanzo el reflector de la sospecha hacia el gobierno gringo, al que conviene exhibir a nuestro gabinete de seguridad como incapaz a fin de justificar la entrada de agentes de aquel país a México.

Por ahora sugiero que dejemos a un lado los lentes color de rosa con que nos han hecho ver la cotidiana ola de homicidios en casi todas las entidades federativas, con atención especial en Sonora. Que nos aconsejen, a los ciudadanos del montón cómo protegernos y cómo hacer denuncias de situaciones e individuos relacionados con los crímenes, incluidos los funcionarios. Siempre será más útil la fea verdad que la mentira lindamente maquillada.

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