El 27 de agosto de 1990 me encontraba de compras en la Librería Gandhi, de México, y veo que va entrando Mario Vargas Llosa, unas semanas atrás derrotado candidato a la Presidencia de su país, Perú. Yo era entonces director de la revista “Impacto”, y como tal actué. Me acerqué con la mano tendida, me presenté y le pedí una entrevista. Ya era él una gran figura literaria, aunque faltaban veinte años para que ganara el Premio Nobel.
Sin perder ni un minuto su sonrisa de marfil, me explicó que venía contratado por Televisa para tomar parte en el encuentro de intelectuales “Siglo XX: la experiencia de la libertad”, y el contrato no le permitía dar entrevistas más que a Televisa. En igual condición se encontraba su acompañante, el escritor chileno Jorge Edwards, a quien me presentó. “Tengo un programa agobiante”, me dijo.
Y yo comenté, sin asomo de diplomacia: “Más agobiante sería si usted hubiera ganado las elecciones”.
Mientras tanto mi mujer, que también había ido a la librería y se hallaba a corta distancia, localizó con rapidez dos libros de Mario y, previa presentación, le pidió que los autografiara. Los libros eran “La orgía perpetua” y “Los jefes”. En este último escribió además su dirección en Lima, porque como mi mujer presumió de que “mi esposo también es escritor”, él tuvo la gentileza de pedirme que le enviara uno de mis libros.
Para entonces yo había leído, en la joven biblioteca del Instituto de Estudios Superiores Justo Sierra (hoy, ITSON). “La casa verde” y “La ciudad y los perros”. Una elegante edición conmemorativa del cincuentenario de ésta, su primera novela, me la regaló años después mi amigo Ernesto García Núñez. No recuerdo en qué tiempo leí “La guerra del fin del mundo”, que no tengo en mi poder porque alguien se la clavó. Poseo también, sin fecha de lectura, “La tentación de lo imposible”, “Conversación en la catedral” y “La fiesta del chivo”.
En 1997 leí “Pantaleón y las visitadoras”; en 2011, “El sueño del celta”, regalo de mi querida amiga Lupita Aldaco; en 2016, “La civilización del espectáculo”; en 2017, “Cinco esquinas”; en 2023, “Un bárbaro en París”, que me sirvió para ampliar mi conocimiento de la cultura francesa; y en 2024, cinco meses antes de su muerte, “Le dedico mi silencio”. En cuanto a mi libro que supuestamente le mandaría a Lima, nunca lo envié. No quise que creyera que yo también pretendía el Nobel y me trajera entre ojos.
(Conocía entonces la aventura diplomática de Jorge Edwards como embajador de su país en Cuba, pero no había leído una de sus obras. Hoy se encuentran once de ellas en mi biblioteca, comenzando por “Persona non grata”, en la que narra lo de Cuba; las hermosas memorias sobre su amistad con Pablo Neruda “Adiós, poeta”. Estas dos obras se las presté a una amiga que no me las devolvió, pero tuve la fortuna de encontrarlas en una feria y volví a comprarlas. Ya no presto mis libros, cometí entonces un error. ¡Pero me gustaba tanto la mujer!).
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