Aquellos días cuando la pandemia nos alcanzó
Sergio Anaya
Domingo 17 de Marzo de 2024

Esta semana se cumplen cuatro años de la llegada del coronavirus a Sonora, primero en Hermosillo el 16 de marzo de 2020 y una semana después en Cajeme, el 24 de marzo.

Tres meses antes, en diciembre del 2019, nos parecía un asunto ajeno la epidemia de covid-19, como hoy nos parecen las hambrunas y desgracias que ocurren en África y Asia. Aquel fin de año lo celebramos con la alegría y nostalgias de siempre; sólo en las pláticas alrededor del arbolito de Navidad surgía de vez en cuando la amenaza de una extensión mundial de la enfermedad que golpeaba a China. La epidemia asiática se transformaría en pandemia, una palabra hasta entonces poco frecuente en las pláticas cotidianas pero que a partir de entonces fue ganando presencia con su rudo significado.

No pasó mucho tiempo, apenas tres meses para que el covid-19 llegara a nosotros. Aquí en Cajeme apareció con una carga de glamour, la joven señora que se contagió en una tour a Dubai patrocinada por una marca de cosméticos para estilistas y peinadoras.

 

A la distancia de cuatro años aún está fresco el asombro por lo que vivimos, el miedo compartido, situaciones nunca antes imaginadas y tragedias hasta hoy lamentables.

Fue como vivir en una película de ciencia ficción hecha realidad, de esas películas donde el Mal es personificado por un tirano, hecatombes y plagas fulminantes que arrasan las ciudades.

Así me sentí una noche cuando caminé por la calle Guerrero, aún era temprano, casi las 8:00 p.m., y la calle estaba solitaria. De vez en cuando pasaba un auto y un camión de pasajeros que hizo alto en la calle California apenas llevaba dos o tres pasajeros, cada uno con cubrebocas. 

El momento temido había llegado, la pandemia nos alcanzó y su sombra nos cubrió a todos. Las autoridades pedían, rogaban a la gente para que nadie saliera de su casa durante las noches y muchos acataban la súplica, pero también muchos la ignoraban porque era difícil aceptar limitaciones a la vida que conocíamos desde siempre.

Qué difícil era encontrar de repente a una persona estimada y no saludarla de mano, menos aún con el beso para la amiga. Nos recomendaban no tocar el pasamamos de una escalera o en la puerta de un establecimiento, menos aún acercanos a un metro de la persona conocida. Y el estornudo de un desconocido cerca de nosotros significaba una amenaza que no nos dejaría dormir durante una semana.

El informe de las autoridades sanitarias nos mencionaba al principio dos o tres casos positivos registrados en la ciudad cada día; después fueron 15 o 30, y en el pico de la pandemia teníamos más de cien casos diarios en el municipio, éstos sin contar los no registrados, que podían ser muchos más.

La estadística no fue lo peor sino la evidencia de los hospitales saturados, el número de muertos que ya no eran sólo personas desconocidas sino hombres y mujeres que podíamos relacionar con nuestras vidas. El valor del personal de salud que a diario se jugaba la vida atendiendo a los contagiados en el hospital o el consultorio.

No fueron pocas las personas que optaron con aislarse totalmente en casa acompañados de sus seres más queridos. El único contacto con el exterior era para recibir alimentos que, por supuesto, eran pasados por el ritual de la limpieza extrema, incluido el baño de Lysol, antes de ser desempacados.

Pese a todo se cumplieron los pronósticos más severos que anticiparon un contagio en más de la mitad de la población. Y el fallecimiento, hasta hoy lamentado, de seres queridos, amigos o personas conocidas que tal vez aún vivirían si no las hubiera alcanzado el covid. Sólo aquí en Cajeme se estima que alrededor de 2 mil personas perdieron la vida por la pandemia.

 

Cuatro años después de aquel marzo de 2020, los días vividos entonces hoy son como una pesadilla de la que despertamos para darnos cuenta que no estábamos soñando.

 
 

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