¡Adiós, Sergio Romano!
Carlos MONCADA OCHOA
Viernes 2 de Septiembre de 2022

De lo que han escrito algunas colaboradoras de Sergio Romano Muñoz en programas de TV, lo que asentó Mirna Pineda me parece lo más acertado por la sinceridad y frescura de sus recuerdos.. Sergio fue, al menos en sus primeros lustros en Sonora, un ególatra petulante. Ya estaba aquí, y muy bien colocado, cuando yo regresé de México luego de trece años de ausencia. No sabía nada de él. Sintonicé el canal del gobierno para irme poniendo al tanto de lo que hacían los medios, y la primera imagen que apareció en la pantalla fue un hermoso rostro femenino.

La bella chica ordenaba los mensajes que el público le enviaba al conductor del programa, y con uno de ellos en la mano, le dijo: “Aquí la señora doña Fulana pregunta por qué no haces cápsulas culturales” La cámara se movió al conductor, nada menos que el señor Romano, y éste replicó: “Yo hago cápsulas culturales cada vez que hablo”. Me hizo reír lo que supuse que era un chiste. Pero él creía lo que decía.

Romano usaba entonces una peluca de cabellos castaños y a distancia se notaba que era una peluca. Me burlé de ella en alguna columna y tal vez contribuí, junto a otros que también hacían bromas al respecto, a que se animara a deshacerse de la peluca y exhibir sin disimulo la pelonera total que Dios le asignó.

Vino a Sonora con la misión específica de promover la imagen gris del gobernador Rodolfo Félix Valdés, y al parecer consideró que una manera de hacerlo era golpear a los periodistas que criticaban al mandatario. Yo fui uno de ellos. Una vez habló al programa de Fausto Soto Silva para rebatir algo que yo había publicado y dijo que había “descubierto” que yo no era sonorense, que había nacido en Los Mochis. Mentía con una facilidad pasmosa.

Sus allegados, y sobre todo el propio Sergio, aseguraban que era hombre de amplia cultura. No estoy en posición de afirmarlo o de negarlo pues no solía escuchar sus programas y leí algunas colaboraciones en la prensa sin hallar algo especial en ellas Además, nunca sostuvimos una plática de más de diez minutos.

Una vez las circunstancias nos hicieron coincidir. Yo era director del Instituto Sonorense de Cultura y él, del Instituto Nacional Indigenista. Los seris se quejaron de que algunos vivos, usando maquinaria, adulteraban el arte de tallar figuras en madera, y constituían una competencia injusta. A Sergio se le ocurrió que las piezas auténticas llevaran adherida una etiqueta con dos firmas que garantizaran tal autenticidad: su firma y la mía. Acepté con la condición de firmar ya que él lo hubiera hecho. Aquello, que duró sólo unos meses, no creo que haya sido de provecho para los seris.

Su etapa más dura entre nosotros fue la prohibición de trabajar en lo suyo como sanción por haberse extralimitado en el caso de la profesora que fue filmada mientras bailaba sensualmente. Salió al aire su expresión de que él no sólo la habría corrido de su trabajo sino que la habría matado. Pero estas cosas, ¿para qué recordarlas?

Ojalá que Sergio no haya sufrido demasiado durante su enfermedad. Lo recordaré como un periodista que vino con sus dos ojos bien abiertos a esta tierra de tuertos que es Sonora.

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