Recuerdos personales de Luis Donaldo Colosio
Carlos MONCADA OCHOA
Martes 22 de Marzo de 2022

A fines de 1984 o principios de 1985, un conocido me comentó que un candidato del PRI a diputado federal necesitaba un periodista para que le atendiera los asuntos de prensa en la campaña que aún no iniciaba. No me preguntó si me interesaba la chamba pero me miró como si esperara que yo, de repente, le dijera con gran regocijo: ¡Yo le entro! Ni entonces ni nunca pensé en la posibilidad de andar detrás de un candidato trabajando en su propaganda. Y menos que aquel candidato que mencionaban iba derechito a la Presidencia de la República.

En los tres años que siguieron fui un crítico permanente del gobernador Félix Valdés pero eso no afectó mi amistad con su secretario de gobierno Manlio Fabio Beltrones. Sí me afectó laboralmente: el dueño del Diario del Yaqui me corrió sin indemnizarme porque me negué a eliminar las críticas, condición necesaria para que se le reactivara a la empresa un subsidio. Beltrones y Colosio fueron candidatos al Senado en 1988 y me invitaron a que los acompañara al inicio de campaña en Navojoa y Cajeme. Iba en el helicóptero el ingeniero Armando Hopkins Durazo, suplente de Colosio, pero no el licenciado Bulmaro Pacheco, suplente de Beltrones.

La víspera de la toma de posesión del presidente Salinas escuché con atención la trasmisión nacional que anunciaba los nombres de sus futuros colaboradores. Estaba seguro de que en la lista estaría Luis Donaldo pero no, no estaba. El día anterior me había llamado desde México para agradecerme mi libro “La sucesión política en Sonora”, que le había dejado en su oficina. Ahora, al terminar la lectura de los miembros del gabinete, le dije muy molesto a mi mujer: “Debí haber calculado ayer que no lo nombrarían. Si hubiera sabido él que le esperaba una importante responsabilidad no habría gastado tiempo en hablarme a mí, un ciudadano común” Pero me equivocaba. No tardaron en llamarlo a presidir el comité nacional del PRI.

Entonces lo vi con cierta frecuencia porque al hacerme cargo de la dirección de la revista Impacto, en 1989, él me integró al grupo de periodistas con el que se reunía, no recuerdo si semanal o quincenalmente, para comentar los sucesos políticos del momento. Uno de sus colaboradores cercanos me contó, en confianza, que se aburría en estas reuniones pero, fuera de que dos o tres veces lo sustituyó el secretario general del partido, un campechano güero, no daba señales de aburrirse. La última vez que lo vi y hablé brevemente con él fue en Hermosillo, asimismo en junta con periodistas. Ahí conocí también a Jesús Blancornelas. A los dos los balacearían en Tijuana.

De ninguna manera creo que lo asesinaron por su discurso “Yo veo un México, etc”. Los políticos, en el papel de candidatos, denuncian cosas terribles. Tampoco creo que a Aburto, el asesino, lo sustituyó otro que se hizo y se hace pasar por

Aburto. ¿Hay alguien tan imbécil que acepte dinero, una fortuna si se quiere, ´por hacerse pasar por otro a cambio de envejecer y morirse en la cárcel? ¿Y para qué? Supongo que México habría avanzado bajo la presidencia de Colosio, al menos mucho más que con el gris de Zedillo, pero habría sido utópico esperar que terminara con los vicios del PRI pues era él un priista. Un día les contaré que hubo un sonorense que si no se alegró de la muerte de Colosio, sí respiró con alivio porque Luis Donaldo había hecho amistad con Carlos Armando Biébrich y el que respiró con alivio temía… Pero, como les digo, un día les contaré. Lo que importa hoy es decir una oración por Donaldo.

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