Hace unos días, platicando con un amigo más que colega, añoraba nostálgico mis inicios con las letras, no solo cómo aprendí a leer, sino como me hice adicto a ese inolvidable olor a tinta fresca, que solo encuentras en un periódico recién impreso.
Recordaba que, en alguna de mis aventuras infantiles, incluía un corto periodo en la Ciudad de México a la edad de 8 años, donde el hambre y el instinto de sobrevivencia me internaron en el fascinante universo del periodismo.
Pertenecí a ese mundo de los papeleritos, personajes casi pintados por Buñuel: huérfanos, desharrapados, des-bañados, pero con un lazo fraternal imborrable, en defensa de la explotación y el abuso sexual. Nos convertíamos en hermanos de sangre donde el más grande adoptaba y protegía al menor, a quién compartía cánones de honestidad o vagancia.
- Chale jais, se te ve que no eres de la capirucha, hablas bien chistoso, ni como hombre, ni como mujer. (Era “El Fletes”, así le decían por pedorro) Me caes bien, jálale para acá… No te juntes con aquellos “ñeros”, les gusta la yerba mala. Sí, la que se fuma, y le pegan al guayul, andan como sonsos todo el día, buscando a quién chingar, si se deja. Yo soy de los que se rasca el lomo, a chingarle porque las tripas no esperan.
No recordaba su nombre, es más dice que nunca lo bautizaron, era tan pobres sus padres, pero productivos, que se tuvo que marchar cuando el piso del jacal en Xochimilco no alcanzaba a sus 10 hermanos para dormir.
Muy de madrugada, desde la noche anterior, dormíamos en la entrada de algún portón cercano, cobijados con nuestro periódico favorito, el Excélsior (porque traía más hojas y calentaba más), más tarde nos amontonábamos en parvadas alrededor del distribuidor de zona, a ayudar a incluir secciones deportivas o culturales, promociones publicitarias en los periódicos de moda: Excélsior, Novedades, Esto, El Sol de México entre otros. 20 números a lo mucho alrededor del Parque Carranza, enfrente del Cine Sonora.
Con sombreros de papel en barquillos neuronales, iniciábamos las carreras a los diferentes puntos, a vocear con voz de trueno la noticia del día, “no bastaba recitar titulares: había que sentirlos, contarlos con el alma para atrapar miradas apresuradas” …
¡Lea usted la noticia que nadie sabe! ¡El Heraldooooo!... No solo vendíamos noticias: abríamos las puertas del día a una ciudad sedienta de noticias… las 10 de la mañana, los gritos se apagaban ya sin esperanza, dos, tres pesos las ganancias del desvelo, alcanzará para las tortas del día, tal vez alguna matiné para ver al Santo el Enmascarado de Plata, dormir donde caiga la noche y los ojos se cierren al cansancio.
Mañana el despertar del día de siempre, contaba “el Fletes”, será el mismo cantar, carros, mentadas, sonidos de patrullas, hasta que tengamos fuerzas para ser cargadores en la Merced… Y ni soñarlo en la Central de Abastos.
No éramos voceadores profesionales, éramos simplemente ¡Papeleritos! A mucha honra, en el “Olvidado” mundo de Buñuel. Es Cuanto.