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Contra lo que pudiera pensarse, no es la violencia e inseguridad el principal problema que irrita a los cajemenses.
En el trajín cotidiano la suma de hechos violentos son una estadística procupante pero al final del día cada víctima es un dato más.
El problema mayor es la situación deplorable de la gran mayoría de las calles, el resorte que hace saltar las maldiciones y críticas encendidas en contra de autoridades o de quien haya sido el responsable del colapso de la infraestructura urbana prácticamente en toda la ciudad.
Baches profundos o superficiales pero multiplicados por miles, pavimento deteriorado y drenajes colapsados que inundan cientos de calles con agua residual, agua filtrada con sus fétidos olores hasta el interior de las casas.
De la ciudad admirada hace décadas por su urbanismo moderno y ordenado, Obregón ha pasado a ser tal vez la ciudad del noroeste con el mayor deterioro de calles e infraestructura hidráulica.
El enojo de automovilistas y peatones va de la mano con la deseperación de los vecinos que ven cómo sus barrios y colonias se inundan por los drenajes colapsados y el pavimento destrozado.
Todos reclaman, todos piden una solución inmediata a la que tienen derecho como ciudadanos. Y todos hacen blanco de sus exigencias a un presunto responsable: La autoridad municipal.
Y ésta responde con un argumento válido: El colapso es consecuencia de muchos años de abandono e irresponsabilidad por parte de las autoridades que estuvieron en el gobierno municipal durante los útlimos diez o quince años.
Pero la gente no busca quién lo hizo sino quién debe resolver el problema ya, lo más pronto posible.
Un esfuerzo que puede o no ser reconocido
En los meses recientes la adminitración que encabeza Javier Lamarque ha hecho un esfuerzo sobresaliente por resolver algo de esta problemática, lo que alcance con los recursos limitados disponibles.
Hemos visto cuadrillas de bacheo en varios puntos de la ciudad, tractores y pipas repavimentando calles, mezcladoras de concreto en cruceros viales, maquinaria del Oompasc succionando agua estancada. Es evidente la voluntad del gobierno municipal por paliar la crisis.
El reto es convertir los paliativos en remedios permanentes y de mayor impacto. Un reto que parece insuperable dado el tamaño de la infraestructura urbana dañada, prácticamente en la mayor parte de la ciudad, y los escasos recursos financieros disponibles.
En palabras del propio alcalde Javier Lamarque, se requieren cuando menos 1,500 millones de pesos para atender todo el problema y cuando mucho se disponde del diez por ciento de esa cantidad, es decir, 150 millones de pesos. Los otros 100 o 200 mdp prometidos hasta ahora son eso, una promesa.
Pero incluso con ese complemento sólo se alcanzaría a reparar cuando mucho la quinta parte de la infraestructura dañada.
Y es probable que las inversiones en obra se apliquen a las calles céntricas, las de mayor tráfico, y en áreas de clase media o alta.
Para la mayor parte de la población, la que habita en colonias populosas, hay poca esperanza de ver en los próximos meses sus calles y sus barrios recuperados en un entorno decoroso.
En este sentido no superar el reto implicaría un grave riesgo político pues en esas colonias populosas es donde habita el grueso de la población votante y ésta no se conformará con apoyos federales si sigue viendo el deterioro permanente de la infraestructura urbana en la que transita día con día.
Otro reto, no menor, es asegurar la calidad de las obras que se alcancen a realizar este año. Si en la próxima temporada de lluvias empiezan a aparecer y multiplicarse baches y deterioro en general de las calles y de los drenajes hoy rehabilitados, el esfuerzo hecho hasta hoy no será reconocido.
Basta recordar lo ocurrido en la calle Ostimuri hace unos meses. Lo invertido para reparar esa vía, no sirvió de nada para evitar las críticas y enojos ciudadanos cuando aparecieron defectos en la obra recién terminada.
Los retos son para superarlos, no sólo para reconocerlos.
