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Desde hace 40 años Carlos Valenzuela ha luchado y sobrevivido como un entusiasta promotor del arte teatral en Cajeme.
A veces con apoyo de instituciones, pero la mayor parte del tiempo con su esfuerzo personal que no reclama más reconocimiento que la presencia del público en la presentación de cada obra.
Lo conocimos en la lejana década de los 1980s cuando apareció con su rostro de mimo en espacios inusuales, el patio de una escuela, la banqueta de una calle, escenarios improvisados o institucionales como el Teatro del ITSON.
Desde entonces El Mimo se convirtió en un personaje popular en el ámbito cultural de Cajeme.
Hay un mérito que nadie puede negarle a Carlos: Su convicción por el arte escénico. Gracias a ello ha sobrevivido a tiempos de crisis, cuando el olvido o la indiferencia de los patrocinadores gubernamentales extingue proyectos y carreras promisorias en cualquiera de las artes.
No en el caso de un hiperactivo Carlos Valenzuela que si aquí las puertas se cerraban, en otras ciudades encontraba un festival o un concurso donde exhibirse.
El silencio de la mímica, base de la técnica interpretativa en las artes escénicas, facilita el camino a la actuación teatral, voz y lenguaje corporal crean atmósferas perdurables. Carlos, el admirador de Marcel Marceau, asume también riesgos difíciles de superar cuando interpreta a personajes complejos de obras célebres.
Más allá del resultado, que sólo pueden evaluar críticos de experiencia, lo tangible es la puesta en escena, una más, gracias a la convicción de Carlos Valenzuela.
