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El Plan Cananea

Carlos MONCADA OCHOA
Viernes 08 de Octubre de 2021
 

Cananea es un crucigrama difícil de resolver para cualquier gobernador; sus problemas son múltiples y complejos que no sólo requieren elevadas inversiones sino también fina mano política de quien le entre al toro a fin de que los habitantes del mineral no sientan que se actúa en beneficio de unos pero no de todos. No pocas veces esa percepción, aún siendo falsa, ha propiciado la desunión del pueblo.

Yo he visitado Cananea no menos de cincuenta veces en mi vida, la mayoría de ellas por asuntos relacionados con mi profesión periodística. ¿Qué recuerdos me llegan, así, al vuelo? Fui como reportero en giras del gobernador Encinas y traté a Gildardo Monge y Pompeyo Labastida como diputados, igual que a Ramiro Óquita, líder estudiantil. Ya había pasado por la Cámara don Eugenio Tapia Gallegos, quien trasplantó a sus hijos César y Enguerrando a Hermosillo.

Allá se forjaron políticos valiosos como el profesor José Guadalupe Montaño Villalobos, Arnoldo “el Nono” Ahumada, el profesor Gonzalo Hirata Rubiales, Daniel Liera. Y no puedo omitir a don Santiago Rivas, director del singular periódico El Intruso; ambos murieron juntos.

Un episodio nada agradable fue acompañar al candidato Faustino Félix Serna. Se hizo de noche mientras lo agasajaban en el Gimnasio, y al salir y dirigirnos a los autobuses de la comitiva llovieron piedras de quién sabe qué rumbos; las oíamos zumbar pero no las veíamos, y como el candidato siguió caminando a buen paso hacia su carro pero sin correr, los periodistas también la hicimos de valientes y no corrimos. ¡Pero qué ganas de hacerlo!

En la gira del candidato Luis Echeverría, con un frío tremendo (a fines de diciembre de 1969) tuvieron que instalar gente en las literas de carro de ferrocarril. Jesús Tapia Avilés, el fotógrafo Ernesto B. Macías (Descansen ambos en paz) y yo, nos hicimos bola en un solo cuarto. Por la mañana nos avisaron que desayunaríamos menudo y fuimos al comedor saboreando de antemano el caldo caliente, pero habían servido los platos por adelantado, para ganar tiempo, y encima de los granos de maíz y la pata había una nata semicongelada. Imposible digerirla.

Cananea fue la cuna de la Revolución y tal vez eso definió la idiosincrasia de sus habitantes de entonces y de los futuros; un domingo la aparición del ejército en el que mencionan aún como “domingo negro” sembró la alarma. Poco después arribó a la ciudad, comisionado para apagar el fuego, Luis Donaldo Colosio, con tan escasa protección personal, casi ninguna, que no habría sido difícil vaticinar su fin.

De Cananea han salido dos gobernadores, Armando López Nogales y Guillermo Padrés Elías, pero Cananea no tiene la culpa. El caso es que los sonorenses de allá no son crédulos, no se les conquista con palabras sino, si acaso, con hechos.

El programa del gobernador Alfonso Durazo, que apantalló al presentarse con dos secretarias de Estado y otros altos funcionarios de la Federación, para que vean que el asunto va en serio, ha de avanzar si muchos, la mayoría, ojalá que todos, se ofrecen a jalar la carreta al lado del mandatario. Se requiere un esfuerzo mayúsculo. No es cosa de tender la mano y esperar.

Hago votos por la prosperidad de aquella admirable población.

carlosomoncada@gmail.com

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