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La tarde del miércoles 5 de mayo, mientras esperábamos en el exterior del Hotel Fiesta Inn a que diera inicio el debate de candidatos a gobernador(a), vimos llegar a Jorge Russo, Abel Murrieta y Eduardo Flores, los tres saludados por los militantes de Movimiento Ciudadano que ondeaban sus banderas con porras a Ricardo Bours.
Parecía una fiesta anaranjada pero mi compañero Aureliano Rincón y yo comentamos la seriedad que se reflejaba en los rostros de Russo, Murrieta y Flores. Como que algo no les cuadraba.
Ya al platicar un momento con Russo era más obvia su molestia por algo. Luego, en el interior del hotel y antes de iniciar el debate conversé un rato con Abel y también percibí como que algo no iba bien. Siempre bromista, alegre, en esa ocasión hablaba con cierta seriedad.
Fue la última vez que platiqué con él. Ocho días después, el 13 de mayo, fue asesinado.
Desde entonces ha transcurrido un mes y no se sabe cómo evoluciona la investigación del caso. Las autoridades estatales y el mismo presidente de la República prometieron que se haría justicia.
Tal vez pasará más tiempo sin que la justicia llegue y si algún día llega muchos no creerán en la versión oficial.
Así ocurre con asesinatos como el de Abel Murrieta, el crimen que ensombreció las elecciones del 2021 en Cajeme y que será recordado por muchos años más.
