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La tristeza invadió las calles por donde pasó la marcha fúnebre de cientos de cajemenses que siguieron la carroza donde iba el cuerpo sin vida de Abel Murrieta Gutiérrez.
La tristeza se metió con ellos al templo de la Virgen de Guadalupe y los acompañó durante la misa, los acompañó después en la explanada de la capilla donde aplausos espontáneos, emotivos, saludan a Abel en su despedida.
Los comentarios triviales, ofensivos, aludían a los cambios que habrá en la contienda electoral, si lo sustituye éste o aquél y a quién habrá de beneficiar o perjudicar políticamente la tragedia.
La familia, los amigos cercanos, la gente que lo quiso no especula con trivialidades, sólo ven con tristeza, con lárgimas que bajan por la mejilla, cuando el féretro es escoltado hacia la carroza donde habrá de ser conducido hacia el último adiós, acompañado por su esposa, hijos, hermanos, amigos íntimos, sus seres más queridos que sienten el dolor de la despedida definitiva.
