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Aquella noche de Castro Luque

Aureliano Rincón
Sábado 14 de Septiembre de 2019
 

Apenas prendí la computadora aquella noche del 14 de septiembre 2012 y la colega Reyna Haydé Ramírez ya me urgía vía messenger: “Andas en el Imss?”. No entendí  el cuestionamiento hasta que me informó que  acababan de balear al diputado electo Eduardo Castro Luque.

Lo primero que me vino a la mente fue marcarle a mi entonces vecino Eduardo Tirado, quien fue su operador de medios en la campaña a la diputación local por el distrito XVII. Como no me contestaba, me fui caminando desde la Otancahui al hospital del IMSS.

Cuando llegué ya se hablaba de la muerte del publicista metido a la política. Había una concentración de personas afines al PRI en el exterior del área de Urgencias del hospital que abarcaba hasta la calle Guerrero. En el interior estaban los jerarcas del tricolor.

Escuché especulaciones de todo tipo hasta que me topé con la humanidad del buen Lalo Tirado. Después del saludo y expresarle mis condolencias, le pregunté que si quién era el suplente de Castro Luque y me contestó “por ahí anda”. 

Tras husmear entre la multitud sobre el paradero del suplente, pude observar a unos metros a un joven taciturno. 

Apenas lo puedo recordar sin la mínima expresión en su rostro, ensimismado en medio del barullo que se vivía en su entorno.

Las horas pasaron y el lugar se fue despejando. Como vivía cerca, me quedé hasta al final junto al vocero de Castro Luque. Ya pasaba de la medianoche, cuando decidimos regresar a nuestras casas y nos fuimos a pie por la calle Guerrero rumbo al oriente.

El tramo de la París a la Otancahui me pareció interminable. No hablamos porque estuvimos más atentos  de nuestro alrededor. Casi al llegar, un vehículo se acerca lentamente por la retaguardia y apaga las luces. Nos quedamos quietos, huérfanos de impavidez.

Preso del contexto, sentí el miedo de Enzo el pastelero en el Padrino I, cuando Don Vito Corleone convalece en el hospital y Michael le pide que lo ayude a ahuyentar a unos matones, para lo cual lo cual se apostan en la entrada del nosocomio.

El vehículo se detuvo, se bajó el vidrio de la ventana del conductor, quien saludó con familiaridad a mi acompañante. Era el hermano de Eduardo, que supongo venía de una parranda. El sudor detuvo su marcha y respiré más tranquilo.

Después de una breve charla, escuché la frase más alentadora de esa noche amarga: “¿No quieren unos botes?”, preguntó el hermano de Lalo Tirado, mientras en su brazo sostenía los restos de una “promo” que sirvió para que fluyera la elucubración.

Platicamos bastante por la calle Aribaipa, entre murmullos y el sonido del aluminio. De las fotos de Facebook de Manuel Fernández con personajes de dudosa reputación. Aquí hay algo turbio, pensé esa madrugada cuando mis pasos me llevaron a casa.

“A mí también me quisieron hacer lo mismo, pero no me dejé”, me confesó meses después Abel Murrieta Gutiérrez, quien también fue contendiente en ese proceso electoral. Se refería que le quisieron imponer un suplente a cambio de dinero para la campaña.

Estábamos en el terreno de la real politik, que exhibía de manera cruda su naturaleza.

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