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Las noches del Tijuanita

Sergio Anaya
Jueves 16 de Agosto de 2018
 

Episodios de violencia extrema, la aparición de siluetas humanas que se mueven con cadencia de mujer y hablan con voz de hombre, jóvenes que circulan haciendo escándalo a bordo de sus automóviles y el aumento de expendios de cerveza, tienen en zozobra a los vecinos de las calles Tamaulipas a la California y de la No Reelección a la 6 de Abril.

En sus pláticas de banqueta y reuniones familiares ronda el temor del regreso a los años en los que este sector de la ciudad se convirtió en el “barrio Tijuanita”, una época que creían ya enterrada y hoy los amenaza con resucitar.

 Dos vecinas comparaban esa época con la actual.

- No había tantas ejecuciones como ahora -dijo una de las señoras-, pero también eran días muy pesados para nosotros, los más pesados en más de 50 años viviendo aquí.

La otra coincidió: Vivían desesperados en medio de la depravación que se exhibía en las calles y frente a sus casas apenas empezaba la tarde, escenas inmorales que se repetían a diario y sin ningún pudor frente a niños y jovencitas, a unos metros de los porches y banquetas donde las familias trataban de platicar y descansar como lo han hecho siempre.

Los recuerdos de "Tijuanita" trajeron también los de la lucha que hicieron junto con las autoridades municipales para acabar con el problema.

 

Veinte años son muchos

Hasta hoy las madres de familia que participaron en esa lucha no quieren hacer público sus nombres, pero sí hablan con desenfado de la época que inició a mediados de la década de los ochenta, cuando el barrio se fue poblando de cantinas, table dances, hoteluchos y taxis, borrachos que empezaron a multiplicarse en las calles, seguidos de prostitutas y prostitutos, padrotes y drogadictos, vendedores de chicles, cigarros y drogas. 

Un clan unido alrededor de vicios a los que se entregaban sin freno alguno, no solo en el interior de los antros sino también en las calles, al aire libre, amparados en la oscuridad o debajo de un poste de la luz porque estaban en un territorio donde la ley era administrada por policías corruptos que pronto encontraron allí una veta inagotable de extorsiones y multas suspendidas a cambio de una buena mordida.

Doña C. ríe ahora de lo que entonces le provocaba ira y frustración: "Una vez estaba yo en la cocina y mi hijo me tomó de la mano, "ven", me dijo, "mira lo que están haciendo allí afuera". Aquí, entre dos carros estacionados a un lado de la banqueta, estaban una prostituta y un hombre haciendo el sexo".

Y su esposo la corrige: "Habla bien, di: estaban cogiendo". Los dos ríen a carcajadas. Pero en aquel momento, ella llamó enfurecida a la policía y solo una patrulla llegó, tarde como siempre, cuando los amantes callejeros ya se habían marchado satisfechos del deber cumplido.

Otra vecina interviene: Con frecuencia los borrachos se quedaban a media noche tirados en las banquetas, entre vómitos y orines, obstruyendo la entrada a los garages de las casas. "Había que levantarlos o arrastrarlos a un lado para poder meter el carro".

El movimiento de cada día empezaba apenas cayendo la tarde, cuando los trasvestis y prostitutas empezaban a aparecer en las banquetas, caminaban con descaro desde el hotelucho al bar, salían de los callejones para tomar las calles, al rato eran los taxis y los automóviles que rodaban a ritmo lento, para las 9 de la noche los bares ya estaban atestados y cada quien a lo suyo, cuánto vales y cuánto traes, sírvanme un balde de caguamas.

El señor del buen decir, ese que corrigió a su esposa, vuelve a reír cuando refiere que los trasvestis llegaron al grado de instalar una tarima de madera arriba de un árbol ubicado en la calle Nuevo León casi esquina con Niños Héroes. Hasta allí subían a sus clientes para hacerles sentir tal vez lo mismo que sentía Tarzán cuando amaba a Jane entre ramas y lianas.

Y continúa el pícaro señor: “De repente ibas caminando por la banqueta y escuchabas arriba de ti el crujir de la tarima y tenías que apurarte, no fuera a ser que te cayeran encima los dos encuerados”. Con frecuencia los amantes arbolados era del mismo sexo.

Una vecina de la calle Nuevo León recuerda la desagradable vista de cada mañana. Frente a su casa estaba otra, de una planta, en cuyo techo dormían prostitutas y travestis durante las noches de calor. Al amanecer, apenas los calentaba el sol, se levantaban semidesnudos, cubiertos con minúsculas tangas bajaban del techo para encerrarse en la casa.

Junto a las borracheras y la promiscuidad estaba la violencia, los pleitos salvajes entre hombres, las mujeres golpeadas, como aquella que casi muere desangrada debajo de un poste de luz, escenas del sector "Tijuanita" durante una época que parecía no tener fin.

 

Vecinos y autoridades, un frente común

Durante varias administraciones municipales los vecinos pidieron la intervención de las autoridades para terminar con esa situación, pero sus denuncias chocaban contra la indiferencia de funcionarios y el poder económico de empresas cerveceras y dueños de antros.

No faltaban por supuesto publicaciones periodísticas donde se difundía la supuesta aceptación de los vecinos y se hablaba de un ambiente de relativa calma donde todo era ordinario y se generaban cientos de empleos. 

Frente a este contubernio de funcionarios cómplices, policías corrompidos, empresas poderosas, cantineros sin escrúpulos y prensa domesticada, se alzó la voz de los vecinos, en especial de las madres de familia que un día dijeron ¡basta! y acudieron ante el presidente municipal, Ricardo Bours Castelo, para exigir la clausura definitiva de los antros y la expulsión de la gente dedicada a actividades antisociales.

Una de las madres que integraban esa comitiva reconoce emocionada la respuesta del alcalde y el entonces secretario del Ayuntamiento, Abel Murrieta, que lejos de rehuir el problema o hacerles promesas nunca cumplidas, como les habían hecho en administraciones anteriores, les propusieron trabajar juntos en una estrategia cuyo objetivo sería borrar a "Tijuanita" del mapa de la ciudad.

Bours y Murrieta necesitaban no el apoyo de la gente sino la protesta social, las manifestaciones de inconformidad para justificar el enfrentamiento que vendría contra empresas poderosas y la cofradía de dueños de bares y vendedores de todo, desde cigarros hasta servicios de prostitución.

La batalla se daría en el territorio de "Tijuanita" y más allá, en las calles Jalisco y 300, donde funcionaban dos tables dance muy concurridos, el "Carlos" y "El Volante".

"En el Tijuanita y los tables se pactaban negocios ilícitos, tráfico de drogas y hasta algunas mujeres colaboraban en la trampa contra alguien sentenciado", comenta Abel Murrieta.

La lucha no sería nada fácil. El enemigo a vencer era poderoso y tenía muchas cabezas. La más visible e inmediata estaba dentro del Gobierno del Estado, en la Dirección de Alcoholes donde se obtenían buenos dividendos gracias a la venta de licencias y a la amistad interesada de algunos inspectores con los dueños de los antros.

Mientras los vecinos empezaban a organizarse y realizaban manifestaciones públicas para exigir la desaparición del Tijuanita, Bours y Murrieta armaban la estrategia jurídica para clausurar los antros, pero desde el primer momento sus argumentos legales chocaron contra una postura de la Dirección de Alcoholes que esgrimía razones diferentes para no retirar las licencias.

"El colmo era que algunos antros tenían permisos como restaurantes o centros de diversión social", refiere Murrieta.

En la estrategia se incluyó el retiro de los policías que extorsionaban a cantineros, a prostitutas y sus clientes. A los nuevos asignados al sector se les ordenó incrementar las infracciones y arrestos de maleantes que merodeaban por allí.

El proceso llevó varios meses, desde mediados del año 2002, cuando empezaron las primeras solicitudes del Ayuntamiento a la Dirección de Alcoholes y las sugerencias a los propietarios de antros para que se fueran a otro lado, a la zona de tolerancia ubicada en el noreste de la ciudad.

Los dueños de antros alegaban que la zona estaba muy lejos y era peligroso para sus clientes, aunque las autoridades prometían mejorar la calle que llevaba hasta ese lugar y reforzar las medidas de seguridad. Nada convencía a los empresarios de Tijuanita y de tables dance. Estaban dispuestos a no moverse del centro. Contaban con el respaldo de las poderosas empresas cerveceras dispuestas a no permitir el cierre de sus puntos de venta.

Entre tanto crecía el rechazo de los vecinos y el de la mayoría de los cajemenses. Reprobaban la transformación del centro de su querida ciudad en una zona de tolerancia cuya influencia amenazaba la tranquilidad de familias decentes, gente de trabajo educada en el respeto a la ley y a los principios morales.

En la Secretaría del Ayuntamiento se acumulaban los expedientes contra los antros, por infracción al bando de policía y buen gobierno, por violar las normas ambientales, por no tener la licencia adecuada, restaurantes donde el platillo de la casa era una cerveza fría y la compañía seductora de una mujer (o algo parecido), infracciones de toda clase exigidas por la Dirección de Alcoholes al Ayuntamiento para retirar las licencias. 

 

Aquel 28 de abril de 2003

A principios de abril del 2003 se les advirtió a los dueños de antros que aún tenían la oferta para instalarse en la zona de tolerancia, pero la rechazaron, se sintieron inamovibles.

Nada cambió en los siguientes días, hasta que la acumulación de expedientes y el creciente malestar social dejaron a la Dirección de Alcoholes sin excusas y debió proceder conforme a la solicitud del Ayuntamiento.

En la mañana del lunes 28 de abril se reunieron el alcalde Ricardo Bours, el secretario Abel Murrieta y el jefe de Policía, Roberto Tapia Chan, para coordinar un operativo policiaco que acompañaría a inspectores municipales y de la Dirección de Alcoholes en un recorrido sorpresivo por las calles de "Tijuanita". De bar en bar iban pegando el papel engomado con la leyenda "CLAUSURADO". El papel alcanzó para untar en los accesos a los tres tables dance de la ciudad y algunas cantinuchas del centro.

El golpe estaba dado. Los propietarios de los antros, sus empleados, las chicas y chicos que lucraban en ese territorio, sus clientes y los dueños de hoteluchos, casi todos se resistían a creer que fuera cierto. Hubo quien quiso impedir el trabajo de los inspectores pero fue inútil, cada uno iba acompañado de un grupo de policías atentos a cualquier resistencia o disturbio. Tenían la orden de actuar sin ningún miramiento contra quien se opusiera a las clausuras.

Así fueron cayendo uno tras otro el "Panchos", el "Íntimo", el "Tucán", el expendio de doña María, en total 24 bares, restaurantes y "centros de espectáculos". 

Aquel lunes por la noche, por primera vez en casi veinte año, la tranquilidad, el orden y la seguridad pública regresaron a ese sector del centro de la ciudad. Los vecinos, las madres de familia en especial, volvieron a ocupar los espacios de su barrio y dejaron salir a los hijos y a las hijas sin temor a que toparan con sujetos indeseables y escenas de degradación moral.

Una madre de familia que participó activamente en el plan de las autoridades para erradicar al "Tijuanita" nos cuenta que agradecidas como estaban con el alcalde y el secretario del Ayuntamiento propusieron bautizar a una de esas calles con el nombre de Ricardo Bours, pero él no secundó la propuesta.

Así concluyó ese 28 de abril la época del "Tijuanita". Se apagaron las luces de bares y tables dance, el ruido de los automóviles merodeando en las calles del sector, se fueron las prostitutas y los trasvestis, detrás de ellos sus clientes alcoholizados.

Pero en meses recientes los vecinos experimentan una nueva zozobra. Algunas cantinas de aquella época sobrevivieron y  se han sumado a ellas nuevos expendios de bebidas alcohólicas. La venta de drogas y la prostitución a veces se asoman por allí.

También sobrevive el árbol de la calle Nuevo León en cuyas ramas más altas se instaló la tarima de amantes ocasionales.. Sólo que ahora está podado, no tiene mucha altura y ni siquiera atrae a los pájaros que buscan donde anidar. Ah, pero si ese árbol hablara...

 

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