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¿Vamos a vivir 140 años?

Guillermo Abril / El País
Domingo 17 de Septiembre de 2017
 

Evitar a Darwin

EL CIENTÍFICO Juan Carlos Izpisúa Belmonte habla en susurros. Tiene el rostro chupado de un maratoniano y los ojos hundidos de un halcón. Se remonta a su niñez en Hellín (Albacete) para explicar el trabajo al que dedica su existencia:

“Tuve una infancia bastante feliz, pero dura. Mi madre no tenía medios, y no sabía leer ni escribir. Sacó adelante a tres niños ella sola. Mi padre no estaba, nunca estuvo. Y para ella fue muy difícil. Quizá verla cuidando de mis abuelos enfermos, sin ninguna esperanza de nada, me llevó a preguntarme este tipo de cosas: ¿Qué hacemos aquí? ¿Esto de qué va? ¿Para qué sirve nuestra existencia? Lo que hago hoy, en definitiva, es entender cómo se desarrolla la vida. Cómo a partir de una célula se generan 250 tipos celulares que constituyen el ser humano. Y cómo eso se controla o se descontrola y nos lleva a la muerte o a la enfermedad”.

El doctor Izpisúa es una de las figuras más reputadas de la ciencia española. Lleva desde 1993 en el laboratorio de expresión génica del Instituto Salk de California, del que han salido más de una decena de premios Nobel. A

l frente de un equipo de 25 personas, investiga sobre células madre, edición genética, regeneración y reprogramación celular. Muchas de estas cuestiones suelen agruparse hoy en una categoría superior: el estudio del envejecimiento.

Uno de los campos más en forma de la ciencia. Dopado con miles de millones de tecnodólares de Silicon Valley. Y donde los avances alientan un futuro en el que seamos capaces de curar muchas de las enfermedades de la vejez.

De hecho, existe ya un cambio de paradigma: la comunidad científica comienza a considerar el envejecimiento la enfermedad. Izpisúa, por ejemplo, habla de “curar” el envejecimiento.

En sus frecuentes charlas alrededor del globo, suele comenzar con una ilustración sencilla de la senectud: una imagen de Schwarzenegger de niño, otra en su apogeo, en los años de Conan, el bárbaro, y una más de hoy, con los músculos flácidos.

Nadie escapa a ella. Cuando ya los oyentes tienen una sonrisa dibujada en la cara, pregunta: “¿Se trata de un camino unidireccional o somos capaces de revertir ese proceso?”.

Y entonces se mete en faena, presentando a sus “quimeras”, que en la mitología griega eran monstruos formados por la unión de distintos animales, y, en su caso, experimentos que bordean la ciencia-ficción.

Muestra, a continuación, un ratón al que le ha inoculado células de rata en su estado embrionario, las cuales logran progresar y diferenciarse. Izpisúa asegura que el pequeño roedor es quizá la quimera “más vieja del planeta”. Pero ha ido más allá, repitiendo el experimento con células humanas inyectadas en un embrión de cerdo.

También se dividen y diferencian. Y, otro paso más, ha inoculado células progenitoras de riñón humanas en un cerdo a mitad de gestación. Resultado: el animal comienza a desarrollar un riñón humano. “

Aún estamos en un estadio preliminar”, según Izpisúa. “Es muy posible que todos estos experimentos acaben en un accidente. Necesitamos todavía volver al laboratorio”.

Este es uno de los abordajes posibles para atacar enfermedades asociadas al envejecimiento: generar células, tejidos, órganos de laboratorio con el objetivo de alargar la vida. Otro, explica el bioquímico, es modificar nuestro genoma y epigenoma.

Lleva un tiempo trabajando este campo, inspirado por los avances del premio Nobel Shinya Yamanaka, el japonés que fue capaz de llevar células adultas a su estado embrionario. Izpisúa ve un futuro prometedor; habla de células moribundas que rejuvenecen, de músculos que recuperan su tersura, de corta y pega genético, de modificación de embriones para evitar afecciones futuras de los no nacidos.

A grandes rasgos, concluye, nuestra existencia se resume en 4.000 millones de años de mutación al azar, y selección natural de esas mutaciones. Hasta ahora. “Podemos evitar a Darwin”, asegura. “Cambiar la evolución de la especie humana”.

 

Vivir 140 años

En 1900, en España, la esperanza de vida al nacer era de casi 35 años. Hoy supera los 83. Pero mueren más personas de las que nacen. La bióloga molecular María Blasco augura con los datos en la mano una sociedad del futuro “muy diferente”: “Seremos menos que ahora, pero mucho más longevos”.

Al frente del Centro Nacional de Investigaciones Oncológicas, y con el aura de una cantante grunge, casi siempre vestida de oscuro, ha dedicado más de 20 años a estudiar unas estructuras microscópicas de ADN y proteínas llamadas telómeros.

Similares a un capuchón colocado en los extremos de los cromosomas, para Blasco constituyen un “biomarcador”: cada vez que una célula se divide, estos se acortan y, así, su tamaño puede tomarse como una magnitud del envejecimiento.

El cuerpo humano, de forma natural, trata de frenar su tendencia menguante con una enzima llamada telomerasa, algo así como el botón de reset de los telómeros.

Y esta es la clave de la aproximación de Blasco. En 2008, una investigación dirigida por ella demostró que la telomerasa tenía la capacidad de retrasar el envejecimiento. La inocularon en ratones y lograron extender su vida un 40%.

“Si lo aplicáramos a humanos, sería posible alcanzar los 130 prácticamente sanos”, asegura Blasco. “Obviamente no se puede extrapolar porque no somos ratones, pero es la idea”. La científica publicó en 2016 un libro titulado con intención: Morir joven a los 140 (Paidós).

Escrito junto a la periodista Mónica G. Salomone, recorre el universo del antiaging, tratando de separar lo que es ciencia de lo que no, y pasando revista a los hitos del sector.

De los primeros experimentos de restricciones calóricas en roedores, en la década de 1930, a los gusanos C. elegans de Cynthia Kenyon, que en 1993 creó una mutación genética del bicho capaz de vivir un 50% más. Hoy, Kenyon trabaja en Calico, una compañía de Google destinada a la investigación básica en envejecimiento.

Un proyecto ultrasecreto fundado en 2013. Y con un presupuesto de 1.260 millones de euros, el doble anual del del CSIC. Al gran buscador le interesa el sector. En una de sus últimas visitas a España, Eric Schmidt, presidente ejecutivo de Google, pidió una cita con Blasco. Quería estar al tanto de sus avances.

Su fama mundial tiene mucho que ver con The Hallmarks of Aging, un trabajo de 2013 del que es coautora, y en el que se enumeran los indicadores moleculares del envejecimiento.

“Un ejercicio intelectual”, lo denomina ella, sobre la forma de ver la senescencia, y que resume así: “La idea de que la causa molecular de las enfermedades asociadas al envejecimiento es el mismo envejecimiento”.

El cambio de paradigma.

 

Texto completo en:

http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/longevidad/


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