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L. tiene apenas 12 años de edad y su adicción a las drogas estuvo a punto de llevarlo al suicidio en la noche tormentosa del martes.
L. vive en la colonia Primero de Mayo, calle Mártires de Cananea, y como es su costumbre esa noche ingirió alguna de las drogas que suele consumir.
"Pastillas y mota, pero al crystal no le pega", dijo F., un amigo suyo no mayor de nueve años.
L. se subió a la azotea de un módulo, diez a doce metros de altura, y se acostó en la orilla de la pared frontal; aturdido por la droga empezó a cantar y como jugando amenazaba con tirarse desde allí.
El peligro del suicidio fue real, L. estaba embrutecido por la droga y acostado entre la orilla de la azotea y el vacío a un lado, sólo a un movimiento leve para irse hacia abajo.
La lluvia y el fuerte viento que a esa hora de la noche azotaban a la ciudad hubieran colaborado haciendo resbalar o empujando un poco a L. quien seguía jugando al temerario, mientras los vecinos veían angustiosamente la tragedia que estaba a punto de suceder.
Cuando llegaron los policías municipales subieron a la azotea del módulo, hablaron con él y se aseguraron primero de tenerlo a salvo.
Enseguida llegaron los bomberos y con su escalera metálica y una camilla lograron convencer al niño suicida para que colaborara con ellos dejándose subir a la camilla donde lo transportaron por la escalera hacia abajo.
Ya a salvo, fue llevado en una patrulla mientras los vecinos aplaudían a bomberos y policías que le salvaron la vida.
Mientras tanto, los más chiquillos del barrio se enfrascaban en una discusión sobre el tipo de armas que llevaban los policías, en particular una "M-16" que despertó la admiración de los chamacos.
A su amigo L. sólo le grtiaron "Nos vemos en Cócorti" (donde está el Cotume) y siguieron en la oscura noche discutiendo si era o no una M-16, mientras el viento y la lluvia giraban alrededor de ellos.
