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El 6 de enero, Día de Reyes, no tiene mayor importancia que la compra de una rosca para compartirla con los compañeros de trabajo o en familia alrededor de una taza de chocolate caliente.
En otra época, antes de que apareciera el Santo Clos en los escaparates comerciales, los niños esperaban con ansias la llegada de los Reyes con sus regalos para los que se portaron bien. Hasta los chamacos más humildes esperaban recibir un bolsa en forma de calcetín llena de dulces y canicas, cuando menos.
Tradición sepultada por la mercadotecnia navideña y el espíritu anglosajón que erigió al Santo barbón como el personaje central de la temporada.
Ahora, al inicio del año, la ciudad parece adormecida. Terminó el vértigo decembrino y es momento de enfrentar la realidad de un 2016 que pinta más difícil que los años anteriores.
