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El infierno de la trata de mujeres

Juan Carlos Pérez Salazar / BBC Mundo
Jueves 14 de Novimiebre de 2013
 

Si el infierno existe y tiene puertas, una de ellas está en el número 189 de la Calzada Melchor Ocampo, colonia Anzuares, Ciudad de México.

A ese lugar fue llevada, en 2007, Karina, una joven costarricense que entonces tenía 24 años. Creía que iba a trabajar de mesera.

"Cuando llegué me recibieron dos personas y me dijeron que en un ratico llegaría el dueño o el gerente. Me pidieron que subiera a cambiarme. Subo y cuando entro veo a una chica tirada en el piso, desangrándose. No sabía por qué. Y otra que estaba toda tomada, drogada. Y a muchas chicas desnudas, cambiándose".

Estamos en un edificio en el sur de Ciudad de México. Por la ventana se escuchan sirenas de patrullas policiales y otros ruidos normales de la vasta urbe. Karina sólo dispone de una hora, después será llevada a un lugar secreto.

Su relato continúa.

"Me dice la señora del camerino que me cambiara y me da una faldita así de chiquitica, unos zapatos así, gigantescos. No me gustó y me salí. Quiero bajar y los de seguridad me dicen ¿a dónde vas?".

"Yo no podía hablar por la impresión que me había dado ver a la chica tirada en el piso, con mucha sangre.

Me agarran de los brazos, me jalan de los cabellos y me golpean. Insultos. Y me dicen: aquí no hay meseras: todas son putas. Que tenía que bailar desnuda y acostarme con cuanto cliente llegara".

Su voz se quiebra. Una larga pausa.

"Me dejan en un cuartico chiquitico, obscuro. Entró el dueño, me dio una bofetada. Uno de los de seguridad me ha rasgado toda la ropa y el dueño dice que tienen que aprender a educar a las mujeres. Y me viola".

"Después me agarran de los cabellos. Uno mantenía mis brazos abiertos, otros mis piernas, me voltean y me violan por atrás. Me violan cuatro de seguridad, uno a uno. Siete meseros. Y quedo inconsciente".

"Lo último que recuerdo antes de perder el conocimiento es que había un tipo en mi rostro que se reía. Todos se reían. Sentía agua caliente en mi cuerpo. No era agua, era semen".

Es sólo el principio de su relato. Karina rompe a llorar y ya no deja de hacerlo durante más de una hora.

Aún no me ha contado lo que ocurrió con sus hijas.


II


México es uno de los países más afectados por la trata de personas, incluyendo mujeres y niños.

Organizaciones como la Fundación de Asistencia Social Humanitaria (Asahac) lo consideran como el segundo país del mundo con más trata. El primero es Tailandia.

En entrevista con el diario inglés The Guardian, Teresa Ulloa, directora regional de la Coalición Contra el Tráfico de Mujeres y Niñas para América Latina y el Caribe, reveló que su organización cree que, sólo el año pasado, los carteles mexicanos hicieron US$10.000 millones de la esclavitud y explotación sexual de mujeres y niñas.

A veces parece un tema omnipresente en este país: en los diarios se registra el rescate de víctimas, en el sistema de televisores del metrobús se anuncian los teléfonos a los que hay que llamar para denunciar. En la radio se debate. Sin embargo, no hay cifras exactas del fenómeno.

"Se puede tener una idea de la dimensión por los miles de jóvenes que desaparecen cada año en este país", me dice el director de una organización no gubernamental que se dedica a reacoplar en la sociedad a las víctimas de la trata.

Hace unos días el asunto volvió a caldearse cuando Lydia Cacho, quizá la periodista que más ha trabajado el tema en el país, denunció que algunos cabilderos quieren reformar la ley de trata de personas -que sólo entró en vigor el año pasado- para desactivarla.

 

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