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Testimonio de una adicta al juego

Mónica Valdivia
Lunes 11 de Abril de 2011
 

Por más de diez años, Delfina Guerrero Martell ha trabajado en el área de cocina del IMSS en Ciudad Obregón.

Varios son los riesgos que corre en su trabajo, entre ellos el de una reuma, por cocinar y estar en el fuego durante horas y después mojarse las manos.

Hace unos meses, a Delfina le empezó un fuerte dolor en su espalda, hombro, brazo y mano derecha, dolor que iba acompañado de un fuerte calambre.

Su trabajo no fue la causa, ella lo supo desde el instante en que sintió el primer calambre.

La causa eran las jornadas de hasta 12 horas presionando con su mano derecha la máquina del casino donde pasaba los días.

Durante los últimos dos años, Delfina no solo perdió dinero y tiempo a consecuencia de su adicción al juego; para ella eso es lo de menos, lo que más le duele es lo mucho que descuidó a su familia y el deterioro físico que hoy siente.

“Empecé a jugar porque en el casino olvidaba todo, se me quitaba lo cansado, incluido el estrés; todo era mejor para mí”, recuerda.

Su horario de trabajo es de una de la tarde a 8:30 de la noche; apenas checaba su salida, se daba prisa para llegar al casino en el que perdió miles de pesos en una sola noche.

A Delfina no le preocupaba llegar a su casa para descansar, saber de su esposo o sus dos hijos, una preparatoriana y un universitario, ni saber cómo se encontraba su mamá a quien ella cuida; su única motivación era salir para ir a “picarle a la maquinita”.

“Mi hija perdió un semestre, la descuidé, no estaba al pendiente de ella, ni de mi mamá, eso me pesa mucho, todos los días era la misma, me envolvía, me perdía en el casino, y al día siguiente la cruda moral”.

Llegó a traer un tono en su celular similar al sonido que emitía la máquina en la que pasaba horas jugando en el casino.

Ese tono la ponía ansiosa, al grado de salirse del trabajo para ir a jugar y si era día de paga, no le importaba perder todo lo que una quincena le había costado ganarse.

“Mi hija iba a la escuela en la tarde y nomás esperaba a que se fuera para irme al casino; jugaba un poco antes de entrar a trabajar, de ahí me iba al trabajo y al salir regresaba al casino; así todos los días”,  ríe al recordar esos días.

Por las noches no podía dormir y cuando lograba hacerlo, soñaba con las máquinas del casino y la despertaba el escuchar en su sueño el sonido característico del lugar.

Delfina debe dinero y mucho, préstamos en el trabajo, a sus compañeros, a familiares, deudas que le llevara meses saldar, sin contar todo lo que llegó a empeñar.

“Mi esposo juega, pero él se sabe controlar, no como yo”, dice.

Hace un mes perdió 4 mil pesos en escasas horas y fue cuando decidió apartarse de este vicio y a la fecha no ha puesto un pie en el casino.

“Es horrible, yo le recomiendo a la gente que no vaya; he tenido compañeras que me dicen tengo ganas de ir. Yo les recomiendo que no vayan, es como una droga eso, es muy feo”.

Así lleva Delfina su recuperación de este vicio que aqueja a cientos, si no miles de hombres y mujeres de Cd. Obregón.

Y todo empezó con la simple curiosidad de jugar en un casino.

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