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Phoenix, Arizona: La reina del secuestro

El Universal
Viernes 23 de Octubre de 2009
 

PHOENIX, Arizona.— El tamaño nunca fue obstáculo para que Juancho, quien apenas levanta el metro y medio de estatura, la hiciera en el mundo del narco… hasta que los oficiales al servicio del sheriff del Condado de Maricopa, el legendario Joe Arpaio, lo detuvieron vendiendo drogas en las calles de esta ciudad.

De eso hace poco más de cuatro meses. Pero Juancho, un nayarita que comenzó su vida laboral a los 12 años de edad —cargando bultos de cemento y grava— se ve tranquilo. Sabe que en dos meses lo van a deportar a Nogales, Sonora, porque en el estado de Arizona ser indocumentado y dealer de bolsitas de mariguana y cocaína tiene una penalización máxima de un año, y a él le dieron seis meses.

Por eso es huésped temporal de la prisión sui generis conocida como Tents City (Las Tiendas), que no son sino barracones, carpas militares ubicadas a las afueras de Phoenix acondicionadas desde 1993 como “prisiones” sobre tierras áridas, expuestas a los cambios extremos de temperatura del desierto.

Arpaio, un peculiar sheriff de larga carrera en las fuerzas armadas, en la DEA y en otras corporaciones policiacas de su país, define lo que para él es el verdadero trasfondo en el problema de la seguridad fronteriza: “Todos aquí quieren culpar a México del tráfico de drogas, porque no quieren reforzar las leyes de migración.”

En el historial de Joe Arpaio figuran 32 años de servicios como agente federal antidrogas y jefe de la DEA en el estado de Arizona. También cumplió comisiones como responsable de esa corporación en México.


Dice que los políticos de Estados Unidos le echan la culpa de todo a las drogas, “y el mayor problema de este país es la migración legal”.

 

El futuro de un “dealer”

El calor desértico en la zona de Las Tiendas es aplastante. Por eso los reclusos —que obligados por Arpaio visten caricaturescos trajes a rayas blancas y negras, como Los Chicos Malos en las tiras cómicas del Pato Donald— andan con la menor ropa posible.

Pero hoy es distinto. El sheriff Arpaio nos permite entrar a la zona de las carpas, a los dormitorios de los presos.

Ya en las tiendas, los oficiales custodios informan a los presos mediante un altavoz, que hay una mujer adentro y les ordenan a todos vestirse, es decir, cubrirse el torso. Los guardias nos siguen paso a paso.

Chaparrito, de piel morena y cabello lacio y corto, Juancho dice con su voz aguda que ya tiene todo listo para cuando lo manden de regreso a Sonora: tiene los contactos esenciales en el trasiego de drogas hacia Estados Unidos, forjados durante años de trabajo familiar.

Juancho es una pieza menor en el engranaje del narcotráfico en este punto de la frontera con el vecino más poderoso que cualquier nación pudiera tener. Fue reclutado hace dos años por sus familiares, porque “les va muy bien” en el negocio de pasar drogas al otro lado.

De tan bien que les iba, de plano un día le dijeron: “Te tienes que venir para acá, porque ya no nos damos abasto con el negocio”. Y Juancho dejó la albañilería y se fue con ellos.

Aprendió rápido y bien. Pero los riesgos en este negocio, al final de cuentas, son muchos, y lo que tenía que pasar, pasó: el sheriff de Maricopa le cayó encima cuando negociaba 20 paquetes de mariguana y otras tantas grapas de cocaína en un suburbio de Phoenix.

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