La Bombilla Verde

¿Qué vale una canción?

Las paredes absorben la humedad en un ladrillo corroído al compás de una sintonía de Serrat.

Quizás Mac Cartney en voz del Pepe no se escuche igual que cuando el calor sofoca o el frío cale las manos que rasgan cantera. Pero es The Long and Winding Road que inspira la madrugada.

Colorado te mereces un aplauso, que es poco dar por que los sueños ruedan tal vez en el descubierto y bronceado hombro de una musa.

Penélope, con su bolso color marrón, sus zapatos de tacón… Será por tu vivienda hecha de ruinas y de misterios… La Bombilla ensombrece aún más que el candil de una luna de leche tibia.

Pero ahí está. Alumbrando con su vidrio roto. Como roto puede estar el músculo que bombea el rojo plasma que nos corre por dentro. Algunos le llaman corazón. Yo le llamo Alma.

El frío pega al acabar el día en hora exacta. El cuerpo requiere compañía. Una canción vale más de lo que se expone por que quita por tres horas el pesar de un trajín cotidiano para sacar la vida del escollo.

Todavía quedan restos de humedad, y la humedad se queda en el escenario, las paredes ya no la absorben, la expulsan para que los secos sesos se nos llenen de ideas, razón y sentimiento.

Los presentes requieren identificarse, se unen en comunidad con el rezo del canto nuevo, de la trova o el bolero. Rafa Covarrubias podría brindarnos algo de Sabina. Por favor, artista, Sabina…

Y canta, canta, canta, la Bombilla Verde tan apetecible como un dulce mordido, como una rosa negra, como una voz libre de extraños.

Y esperará, esperará, a que llegues una noche con la palma abierta y escuches algo bueno que valga una canción sin precio.