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Un chero en Europa

Germán Osuna Cruz
Martes 10 de Abril de 2007
 
Amsterdam, Holanda.- El país que le puso puertas al mar, con más de 80 kilómetros de compuertas, para detener las mareas, para no causar tantas inundaciones, ni tantas muertes en estas misteriosas tierras bajas, que siempre me han causado grata impresión por ser un pequeño país con una economía enorme, basada principalmente en el cultivo de flores, sus famosos tulipanes y su afán por llegar a sembrar el tulipán negro, el que solo existe en los cuentos.

Mi primer contacto con Europa fue a través de Ámsterdam. El súper guajolote Boeing de la línea KLM aterrizó suavemente sobre las pistas del aeropuerto Sheeport, uno de los más grandes del viejo mundo, y que si no llevas un mapa te pierdes en este gigantesco aeropuerto, parecido a una torre de Babel por la cantidad de de idiomas que se hablan.

Desde el aire se pueden admirar lo verdes de sus campos, color que ya no me abandonaría durante mi larga estancia en Europa.

Salir de Amsterdam, y llegar a otro País de la Unión Economica Europea te hace un sospechoso seguro de la policía antidrogas, ya que en éste país el consumo de drogas es legal !Zancas de gallo copetón!

Si llegas a un restaurante holandés, por un lado te ofrecen el menú del día y por la otra parte, un menú de drogas. Es común decir: "Me trae un filete con papas y un cigarro de mota para el postre". Si eres ingenuo y no sabes que las drogas están legalizadas en Amsterdam, ten cuidado, fíjate qué tipo de ensalada te estás comiendo, si en verdad son champiñones ó un plato de hongos alucínogenos, o al rato vas andar correteando aviones ó te vas a encaramar al árbol más alto de Europa.

Por eso no me fue ajeno que llegando al aeropuerto de Berlín, me aperingara la policía alemana. Todo estaba en mi contra, venía de Holanda, traía ojos de mariguano, por un viaje de más de 32 horas y un insomnio más largo que la cuaresma, por eso antes de lo que canta un gallo me pasaron un palito parecido a un termómetro sobre la piel e inmediatamente aparecieron hasta los frijolones con queso y tortillas de harina que me había comido la noche antes de partir a Europa; hasta me dijeron la cantidad de cheve que me había dejado caimán en la presa del Oviáchic, afortunadamente no me apareció ningún exceso de ensalada holandesa.

"Yo soy locochón natural”, le dije al bato que tenía fachada de espía de película de James Bond" y me dejó ir.

Para su servilleta, que de morrillo no conocía más allá del block 41 en el corazón del valle del Yaqui, en el cual solo existían dos casas a 10 kilómetros a la redonda, un canalito lleno de sibolis, un guayabo y dos árboles de guamúchiles, a donde diariamente solo llegaban dos autos diarios, usabas huaraches de tres puntadas, hechos con llantas viejas, de preferencia radiales, con estos antecedentes cruzar el charco hacia el viejo continente era como para ponerte en estado de shock, sufriendo por el cambio de clima por un lado, ya que mientras en mi terruño estabas impuesto a las altas temperaturas, aquí en Europa tenía las canillas tiesas de frío, aparte del horroroso cambio de horario, ya que 12 horas de diferencia son muchas.

Ambas cosas eran como para enfermarte del termostato, por ello en los primeros días andas como burro lechero, durmiendo a plena luz del día y con el sueño espantado durante toda la noche. Cuando todos dormían yo andaba como sonámbulo, bien sacado de onda y con un frío en medio del verano.

Después le sigo.
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