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Celebran su día trabajando

Sergio Anaya
Lunes 30 de Abril de 2007
 
Al hablar de Jorge no se le puede llamar “Jorgito”, porque a pesar de que es un niño el diminutivo no le va bien a alguien que trabaja como grande para apoyar el sustento de su familia.
Jorge tiene 12 años y va a la secundaria. Él alterna sus horas de escuela con las 4 horas de trabajo diario que realiza en un supermercado. De esas cuatro horas, Jorge aprovecha tres para ganar propinas como empacador en las cajas de pago.
La cuarta hora, él como muchos niños de Ciudad Obregón y de México debe entregar gratis su trabajo acomodando los carritos del super. Fue una condición que aceptó a cambio de que le permitieran trabajar como “cerillo” o empacador.
Pero Jorge no se queja, incluso está contento porque a diario gana alrededor de 70 pesos que emplea, dice, en sus gastos de la escuela y el resto para darse gusto en las maquinitas o comprando antojos.
Otros, como un niño de 9 años que trabaja en el mismo super, deben entregar el dinero a su mamá para completar el gasto diario de la casa.

¿Ayuda?
Aunque los defensores de este tipo de trabajos argumentan que no se puede catalogar como un empleo formal, y ven esto como una ayuda de los supermercados a los niños, la realidad es que son los niños quienes ayudan a estas grandes empresas.
En términos de un ingeniero industrial consultado para este reportaje, los tiempos y movimientos que implica el empaque de las mercancías en una caja de supermercado, representan uno de los eslabones más delicados en la cadena productiva.
Si nadie prestara el servicio de empaque, sería un caos en el super pues la cajera no tendría tiempo para realizar bien su labor, explica.
Eso obliga a las cadenas de supermercados a contratar empleados de tiempo fijo y con prestaciones laborales, lo que implicaría una nómina más alta que la actual.
Con la aparición de los “cerillos” o propineros, se evitan ese gasto e incluso imponen como condición que los menores trabajen una hora gratis acomodando los carritos que los clientes dejan sueltos.
¿Por qué nadie denuncia esta explotación? La respuesta está en las grandes cantidades de dinero que pagan las cadenas de supermercados en publicidad.

Madrugadores
Como si fueran adultos, muchos niños tienen que madrugador, a veces pasan toda la noche despiertos, para trabajar como vendedores de periódicos.
Con eufemismos como “papeleritos” o voceadores, se esconde la realidad de un trabajo extremadamente agotador que realizan miles de niños en Sonora, en México y en el mundo.
Aquí en Cajeme, mientras la mayoría de los niños duermen en sus casas, los papeleritos están en su trabajo desde las 2 de la mañana, esperando a que el responsable de circulación les entregue el periódico que ellos saldrán a vocear en la madrugada.
No importa el frío de las mañanas invernales, ni el sol de plomo que desde temprana hora los agobia en la calle. Tampoco importan los riesgos que implica andar entre automóviles en los cruceros más transitados de la ciudad.
Ellos deben trabajar como adultos y por un sueldo que a vece no llega al mínimo; por lo general es una comisión por periódico vendido.
Y así, en su rápido aprendizaje del oficio, estos niños afirman que cuando hay muertos ejecutados les va bien porque venden más periódicos.

Lo que caiga
“Yo trabajo de lo que caiga, a veces ayudo en una taquería pero casi siempre me vengo a limpiar vidrios”.
Es Alfredo, tiene 11años y la determinación de no pasar hambre. En casa las cosas no andan bien y él trabaja para comer o para andar con los amigos. Así se divierte, así entiende la vida.
Lo encontramos en un crucero junto con otro amiguito, esquivando automóviles y sorprendiendo a los conductores que suelen enojarse por el asalto de los limpiavidrios. “Yo casi gano 50 pesos al día”, asegura Alfredo sin dejar de mirar a los autos que se detienen frente a él.
Por la noche, en la taquería, “también me dan dinero los clientes y el taquero me regala la cena”.
De las celebraciones del Día del Niño no dicen nada, es un tema que no les interesa, tal vez porque a ellos nadie los festejó.

Historias como las de Jorge y Alfredo se multiplican en Ciudad Obregón, en Sonora y en México. En todo el mundo.
Y mientras estos niños viven su dura cotidianidad, el resto de una sociedad hipócrita y manipuladora festeja la trivialidad de “niños alcaldes” y “niños diputados”, a los que, por cierto, no dejan de apapachar nuestros insignes políticos cuando se trata de posar para los fotógrafos de prensa.
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