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En crisis, la investigación agrícola

Sergio Anaya
Domingo 18 de Marzo de 2007
 
Condicionada por intereses comerciales y el escaso apoyo gubernamental, la investigación agrícola en el Valle del Yaqui vive una profunda crisis, afirma Mario Salazar Gómez.

“Lo que se hace es insignificante, penoso”, añade.

A pesar del soporte que ofreció al desarrollo regional en otra época y de lo que puede aportar en los próximos años, hoy se menosprecia el valor de la investigación, sostiene este experto que laboró durante 21 años en el Ciano y siete en el Centro Internacional de Mejoramiento de Maíz y Trigo (Cimmyt).

El fue uno de los científicos mexicanos que durante varios años colaboraron con Normal Borlaug en la experimentación de las variedades de trigo que multiplicaron los rendimientos del cereal.

Estuvo con el padre de la Revolución Verde aquel día de 1970, en Toluca, cuando fueron a notificarle oficialmente que había ganado el Premio Nobel de la Paz.

Esos años han pasado, hoy científicos como Salazar tienen que batallar más para realizar experimentos. Él los hace actualmente con apoyo del Instituto Tecnológico del Valle del Yaqui (ITVY).

La crisis en la que está sumida la investigación, explica, se debe en buena medida a la política neoliberal que se aplica a la agricultura y da preferencia a lo comercial, a los intereses de particulares sobre los beneficios sociales.

Investigar o vender
La política que prevalece es trabajar en proyectos que puedan ser patrocinados por alguien que saque provecho de los resultados, señala.

“Pero nosotros nos preparamos para ser investigadores, no vendedores”, comenta. El campo mexicano y en particular el Valle del Yaqui están clamando por investigaciones que resuelvan problemas agronómicos y sociales, con líneas que pueden parecer modestas pero contribuyen a mejorar condiciones de vida de los productores.

Pero el enfoque, dice Salazar, se orienta hacia líneas como la investigación molecular que apoyan las trasnacionales.

Se redujeron los apoyos al Instituto Nacional de Investigaciones Forestales, Agrícolas y Pecuarias (Inifap) y desde hace años tiende a la privatización, sostiene.

En esa tendencia se incluyó la política de “adelgazar” los centros de investigación como si fueran cualquier otro sector de la burocracia. De allí se derivó el ofrecimiento a muchos investigadores para que promovieran su retiro voluntario.

Lo grave, explica Salazar, es la falta de planeación en la investigación agrícola. No hay una dirección dominante, se aprueban proyectos conforme al interés comercial del momento, puntualiza.

La justificación es reiterada: Sale más barato comprar tecnología que invertir en ella. “Se nos dice, por ejemplo, ¿para qué investigamos en algodón si no tenemos los recursos de Deltapine?”.

“Cuando se liberó una variedad de la fibra, la México 910, no pasó nada porque el mercado de las semillas es dominado por las trasnacionales”.

Planeación imprescindible
Insiste Salazar en centrar los objetivos de la investigación en las necesidades concretas de los productores, resolver problemas con soluciones que aporten al bienestar social. Pero tiene que ser de manera planeada, advierte.

“Ya no se vale la experimentitis, cuando cada investigador tenía su inquietud y hacía sus propios experimentos; necesitamos planeación, una política nacional de investigación”.

Una de las líneas que demanda más apoyos, dice, es la creación de una agricultura orgánica para reducir el uso de productos químicos.

Pero sin caer en fanatismos como los que rodean a la creación de transgénicos, añade. “Eso daña al avance de la ciencia, la posición radical de los que defienden y de los que están en contra; eso impide aprovechar los beneficios de los transgénicos”, expresa.

El fomento de la agricultura orgánica debe ser con objetividad, aprovechando sus beneficios pero también midiendo sus limitaciones.
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