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El futbol pierde dos escritores

Excélsior
Martes 14 de Abril de 2015
 

Günter Grass

CD. DE MÉXICO.- Günter Grass (1927-2015) se consideraba un futbolista tardío. El Premio Nobel de Literatura de 1999 y fallecido ayer, sintió la comezón del futbol hasta que rebasó el medio siglo de vida. Confesaría que el acercamiento a “ese deporte popular y desairado por la mayoría de los intelectuales” se dio por culpa de su hijo Bruno.

“Tenía seis años de edad y mi hijo me pidió que participara en un juego de padres. Disputé el partido por la izquierda, por supuesto”, refiriéndose a su ideología. El autor de El tambor de hojalata terminaría exhausto y sin poder mover las rodillas durante cuatro días. Su primogénito estaba orgulloso.

Orgullosos también estaban los aficionados del Friburgo por compartir pasión por los trapos negros y rojos, como lo confesó Grass. El Friburgo es un equipo alemán que normalmente figura en la Segunda, a 110 años de su fundación.

El cariño por este equipo llevó al escritor de izquierda a leer sus poemas en el Mage Solar Stadion, ante 25 mil hinchas, sin importar que en aquellas tardes se celebrara el Mundial de Alemania 2006. Así surgió su poema Estadio nocturno, en el que compara al portero con un poeta solitario.

El escritor alemán se decía simpatizante de Maradona, “porque Diego está en contra de Blatter. Su definición de la FIFA:  “es una asociación de cobardes, que ha hecho de todo para convertir el deporte en un negocio, olvidándose del placer y la gente”.

Günter Grass también aceptó meterse al Millerntor Stadion, casa del St. Pauli, para leer durante 90 minutos (lo que dura un partido) otros escritos suyos sobre el balompié. El St. Pauli es un equipo de segunda, muy popular y de culto, reconocido por ser un conjunto izquierdista y antifascista. El equipo tiene como bandera un cráneo cruzado por algunos huesos, al estilo pirata.

Si el escritor argentino Jorge Luis Borges acostumbraba dictar conferencias en horario de futbol (odiaba el balompié), Günter se metía a estadios de segunda y tercera división. Su menosprecio a los negocios de la FIFA era notorio.

Tres eran los textos de futbol que repetía el escritor durante sus apariciones en los estadios. Se trata de tres episodios del Siglo XX que Grass incluye en su recopilación titulada Mi siglo. Fueron cien relatos, uno por cada año, en los que Grass escribió sobre la guerra, los crímenes, la cultura, las catástrofes y el balompié.

El primero explica la primera final en la liga alemana entre un club de Leipzig y el Deutscher de Praga (1903). Un partido simbólico para ilustrar los cambios de fronteras que vivió el autor en su camino. Y es que Günter nació en la antigua Danzig, ciudad que ha vivido bajo la autonomía alemana y polaca.

El segundo texto salta hasta 1954, conocido como el milagro de Berna. La victoria de la República Federal Alemana ante la Favorita Hungría (3-2) en el Mundial de Suiza 54. Según Grass la historia no habría sido igual si el árbitro pita fuera de juego en los goles de Alemania contra la Hungría de Puskas, que había goleado al once teutón en la primera fase.

Durante años, el Premio Nobel de Literatura intentó sin éxito que sus ídolos -Puskas y el alemán Walker- se reunieran para hacer las pases por aquel partido que los enfrentó dialécticamente.

El último suceso histórico que incluye en su libro es el partido de 1974 entre las dos Alemanias. La Alemania occidental levantaría el título en manos de Beckenbauer, ante la Holanda de Cruyff, mientras Günter Grass narraba historias del otro lado del muro.

 

Eduardo Galeano

Regresaba a Montevideo, al cabo de un viaje. El viento del exilio, que tanto separa, lo encontró por esas calles de pequeños comercios en la antigua ciudad. Era la época en la que había tiempo de perder el tiempo. Una tarde, doliendo olvidos y buscando lugares, Eduardo Galeano (1940-2015) llegó hasta el Café Brasilero, el café-bar más antiguo, desde 1877, donde por varias horas intercambió simpatías y escribió algunos cuentos. Fueron relatos de política, historia y futbol, aunque fuese “un caso de amor incomprendido”.

Si alguna vez le hizo falta un libro, anduvo por él a la Librería Linardi y Risso, muy cerca de ahí.

“Especialmente libros de política y sociología en América Latina”, dice Andrés Linardi, uno de sus libreros.

 “Venía por alguno que estuviera agotado o que contara cosas del Siglo XX. Galeano era un fanático de futbol, pero, en  general, esos no tenía que buscarlos. Se los regalaban por envío. Aun así encontró algunos datos sobre la Selección Uruguaya y los campeonatos que ganó en los años 30 y 50”.

El futbol era un tema casi siempre presente en las conversaciones de Galeano. Quiso ser futbolista, pero “sólo jugaba bien, y hasta muy bien, mientras dormía”.

Disfrutó compartiendo euforias y tristezas, apoyando a su querido Nacional de Montevideo (los domingos por la tarde) y haciendo teorías sobre cómo  Diego Armando Maradona y Lionel Messi
mantenían el balón pegado al pie. Además, Galeano publicó Su majestad el futbol (1968) y El futbol a sol y sombra (1995).

“Era un hombre abierto y  muy simpático. Tenía la destreza de alguien que está acostumbrado a dar conferencias. Más que atenderlo, era un placer escucharlo. Cuando uno le planteaba cualquier tema para que se quedara más tiempo en la librería, no hacía por retirarse inmediatamente, sino que seguía en la conversación.  No había egoísmo en su sabiduría, ni siquiera un poco”, agrega Linardi, desde Uruguay.

Galeano respondía a esa llamada urgente del mar de fueguitos, que componían los olvidados, aquellos dueños de nada.  Denunció el afán de convertir el deporte en un espectáculo desapasionado. Enfrentó el exilio, contrajo matrimonio tres veces y pasó un periodo en España, donde trató de devolverle a la historia el aliento y la libertad, que parecía haber perdido, con la trilogía Memoria del fuego (1982-1986).

“Cuando volvía a Uruguay solía hacer su recorrido por la zona antigua de Montevideo. A veces llegaba aquí desde el Café Brasilero. Pero eso era a voluntad de él”.

La Librería Linardi y Risso dispone de un ejemplar de la primera edición de Las venas abiertas de América Latina. “Calcule su valor entre unos 400 y 500 dólares”. Aunque, ahora que ha fallecido, no es seguro que conserve el mismo precio. Tal como sucede con los pintores.

“Además, conservamos una dedicatoria suya en nuestro libro de visitas, dirigida a mi padre, que era de su generación. Tiene su particular cerdito, al final de su firma. ¿Sabe que era fanático de los cerditos? Tanto así que acá, en Uruguay, tiene una editorial que se llama Ediciones El Chanchito, mediante la cual publicaba sus obras”.

Uno de los últimos deseos de Eduardo Galeano como aficionado del futbol, era ver que los futbolistas no perdieran ese placer de jugar. Algo como lo que inspiró Pelé, Cruyff,
Müller, Di Stéfano, Obdulio Varela, Maradona, y tantos otros, en sus páginas como escritor.

En el Café Brasilero echarán de menos al amigo “porque más que un cliente, eso fue para nosotros”, según afirma el dueño. Ni hablar de quienes lo atendieron en medio de varios libros, como Andrés, quien aún llora su partida.

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