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La nave Yaqui cruza una tempestad y amenaza con zozobrar. Nadie ve en el horizonte un faro que ilumine al ruta a la salvación.
La tripulación parece desganada, o lo peor: aún atarantada por la fiesta del tricampeonato, mientras que el capitán mantiene una frialdad que en vez de contagiar la calma provoca escalofríos.
Y los dueños del barco ven desde la orilla cómo se bambolea el barco, ya se va de pique, ya libra la tempestad, quién sabe qué pasará, pero los últimos datos no presagian nada bueno.
Mientras tanto en tierra firme la gente aún confía en la recuperación de la nave, en su capacidad para superar la tormenta.
Eso piensan los que más quieren a la nave y su tripulación, pero también hay desconfiados que se preguntan:
¿Será que el barco ya tuvo suficientes travesías gloriosas y es hora de hundirlo para después venderlo y comprarlo más barato?
