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Los Huipas: los míticos asesinos seriales de Sonora

Emilia Buitimea Yocupicio
Jueves 18 de Novimiebre de 2021
 

La escritora Emilia Buitimea Yocupicio fue reconocida con el premio del Libro Sonorense 2021 por su contribución al sector literario, difusión de la lengua autóctona y la calidad de su trabajo.

Se convierte así en la primera mujer de ascendencia indígena en ser galardonada.

El 19 de abril de 2016 Infocajeme publicó con permiso de la autora este texto que ahora reproducimos como un homenaje de Infocajeme.com a Emilia Buitimea.

 

Crimen y confesión de los Huipas

El deseo de venganza salió del coraje que sentía en su pecho, Eusebio o "Chebo" Yocupicio no se quedaría quieto en la ofensa que le había dado Vicente Buitimea. Pensó matarlo esa misma noche, pero se detuvo, no le convenía quitarle la vida en ese momento pues había testigos que presenciaron la calurosa discusión de ambos en la tienda de don Aureliano.

Desde meses atrás, el Vicente, hijo de Felipe —el cohetero—, se burlaba de Eusebio debido a su preferencia sexual; no medía el peligro de sus palabras pues sabiìa que entre sus "compadres" mantenían relaciones sexuales.

Chebo llegó a su casa de adobe al caer el sol, se sentó sobre el tronco de mezquite que tenía en el portal de su casa. Sentía gran rencor en su corazón, suspiró profundo y lanzó dos silbidos imitando al chonte, luego se metió a esa pocilga maloliente entremezclado de hierbas medicinales, sólo una cobija vieja de lana cubría la puerta de la casa abandonada de calor humano. No tardó ni en encender la vieja cachimba cuando llegaron Leonardo Huipas, Basilio Humo y Adelaido Huipas al lugar de reuniones nocturnas. Esa noche acordaron qué día iban a chingar a Vicente y otros hombres que traían en la mira.

Hasta que un día del mes de abril de 1950, Vicente pasaba por la orilla del camino rumbo a Huatabampo; Eusebio hizo un gesto de alegría e inmediatamente avisó a Adelaido, Leonardo y Basilio del plan que tramarían. Basilio y Adelaido se quedarían en casa esperando la llegada de los tres al anochecer, mientras que Eusebio y Leonardo partirían detrás de la presa.

En el pueblo buscaron al indicado entre las dos cantinas que frecuentaban, hasta divisar al borracho de Vicente, quien tomaba una botella de bacanora con algunos yoremes de la comunidad de la Loma; tomaron lugar junto a ellos, chupaban el aguardiente babeado por todos entre bromas, insultos y enojos hasta el anochecer.

Ya muy borrachos caminaron rumbo al mesón donde guardaban la vieja araña (carreta) y el caballo, dirigiéndose rumbo al pueblo de Bacapaco en una noche oscura, sólo un tecolotillo los seguía volando alrededor de ellos por ese camino real rodeado de monte. Chebo se notaba tan tranquilo y de vez en cuando sonreía, Leonardo lo miraba de reojo. Como ya estaba muy noche nadie los miró cuando llegaron al pueblo.

Así entraron a la casa alumbrada por la vieja cachimba de gasolina, adentro lo esperaban Adelaido y Basilio. Ya tenían preparado el plan, al lado de Leonardo estaba un palo macizo del puro corazón de mezquite. Reunidos los cuatro siguieron bebiendo, entre pláticas y recuerdos soltaban las carcajadas, la hora se aproximaba. Cuando Eusebio dio la señal con un movimiento de cabeza, Leonardo agarró el tronco de mezquite dándole un trancazo en la cabeza a Vicente, éste cayó desmayado al suelo, mientras Eusebio tomaba el palo para rematarlo, destruyéndole el cráneo. Ya muerto, le quitaron la ropa e inmediatamente Eusebio con ayuda de Leonardo empezaron a cortar la piel con una navajita de rasurar, del ombligo hacia abajo para quitarle la bichora y los huevos para disecarlos por un tiempo, mientras Basilio vigilaba la puerta y Adelaido alumbraba con la vieja cachimba. Con paciencia cortaban la piel, sin preocupación alguna a pesar de que sólo tenían unas cuantas horas de la madrugada para hacer limpieza y no dejar ningún rastro que lo delatara, excavaron un hoyo en el mismo cuarto de la casa y enterraron los restos del hombre. Al finalizar se tomaron una botella de vino tras el triunfo que habían logrado.

Pasaron los días y don Felipe, el cohetero, veía que no aparecía su hijo, tenía un presentimiento que le apretaba el pecho, entonces decidió averiguar con quién se había ido su hijo el último día que salió de casa; nadie le daba señal del desafortunado, cuando un yoreme lo encontró y le dijo que la última noche lo había visto en la cantina con Eusebio.

Don Felipe, se dirigió a la casa de Eusebio para preguntar el paradero de su hijo.

—¡Buenas tardes, Eusebio!

—¡Quiubo, don Felipe! —respondió Eusebio.

—Pos me dijeron que vieron a mi hijo contigo la última noche que lo vieron y vengo a preguntarte si te dijo pa dónde iría —mencionó don Felipe.

—¡Ah, jijo! Pos creo que se fue rumbo a la loma a comprar más vino pues quería seguir tomando y de ahí ya no lo volví a ver —contestó Eusebio.

El viejecillo, con la esperanza de encontrar a su hijo, buscó en los pocos lugares donde vendían aguardiente y en la cárcel municipal nomás le dijeron que no lo habían visto.

En poco tiempo, habían desaparecido tres hombres del mismo poblado y el viejo Felipe, ya preocupado, fue a preguntar otra vez al Chebo que si dónde había visto a su hijo y en qué lugar lo había dejado.

Eusebio, ya un poco enfadado por tanta insistencia de don Felipe, se disgustó y le gritó:

—¡Don Felipe, no estés fregando conmigo! Yo no sé de tu hijo, tal vez se fue para otra fiesta o para Sinaloa, ¡no chingues!

Don Felipe no se fue conforme con la actitud de Eusebio, ya habían transcurrido 12 días de la desaparición de Vicente, mas el viejo consultó con una bruja para saber del paradero de su hijo y ésta le contestó que se asomara a la casa del hombre a quien le acababa de preguntar y que allí estaba su hijo. Con un fuerte presentimiento se dirigió hacia la casa de Eusebio, se asomó hacia dentro aprovechando que Chebo no estaba, y su corazón se estremeció al ver que en la pared de adobe estaba colgado el sombrero de su hijo. Fácilmente lo reconoció y su corazón latía como si fuera a salir de su pecho, rápidamente intentó salir de ese lugar pero al cruzar por el patio de la casa, de repente Eusebio estaba enfrente de él y le preguntó:

—Don Felipe, ¿qué anda haciendo? ¿Ya encontró al Vicente? —lo veía con una cara de aspecto tenebroso.

Don Felipe, con gran astucia, y disimulando sus nervios le contestó:

—¡Je! Ando viendo ese brazo de tu pino, me gusta para hacer el castillo de la fiesta del Espíritu Santo.

—¡Ah, pos llévatelo don Felipe! Ven, entra a la casa, yo te ayudo a cortarlo— le dijo Eusebio, con planes de matarlo en ese mismo rato para que no anduviera insistiendo el viejo alrededor de su casa.

—¡Nomás voy por la carrucha a la casa, orita regreso! —insistió don Felipe.

—Ta bien, no te tardes, aquí te espero —respondió Eusebio.

Cada paso que daba don Felipe sentía que sus piernas se le hacían como de trapo, por más rápido que quería caminar sentía que su cuerpo no respondía, pero no podía mostrar el miedo que sentía pues Eusebio lo descubriría. ¡Qué iba a regresar por el brazo del pino! ¡Puras mentiras, ni loco regresaría! Nomás llegó a su casa, tomó agua y se fue de paso con su compadre Francisco Vázquez, el delegado del pueblo, a denunciar lo que había visto.

Al ver la seriedad del asunto, don Francisco fue por su sombrero y partieron a pie al ejido Moroncarit, con el comisario Vicente Ruiz para denunciar los hechos. El comisario los escuchó muy atento, ya había tantos desaparecidos en el mismo pueblo, y montando a caballo con rifle en mano se fue a investigar el caso rumbo a Bacapaco.

El comisario interrogó a Eusebio sobre Vicente Buitimea y el porqué estaba el sombrero en su casa, por lo pronto estaba amarrado de manos y pies como presunto sospechoso. La gente se empezó a remolinar en la casa maloliente al enterarse de lo que estaba pasando. Era ya tarde y a Eusebio le dio hambre, entonces mandó por comida a la casa de su madre y su hermana Regina fue a llevarle las tortillas.

—¡Hermana Regina, me tienen amarrado aquí culpándome sobre el Vicente! —dijo Eusebio.

Pa pronto Regina le contestó molesta:

—¡Ora, cabrón! ¿Y qué quieres?, ¿que te defienda? ¡Si ya mero te comiste también a mi hijo!

A Eusebio le palideció la cara, no pudo ni hablar, hasta el hambre se le fue por la acusación de su hermana frente al comisario y la gente argûendera que estaba alrededor. Tras una largo interrogatorio del comisario a Eusebio, él negaba los hechos e insistió en ir a defecar al monte, le desataron las manos y pies, en la primera oportunidad que tuvo se escapó a toda velocidad; don Vicente hizo un tiro al aire para que se detuviera y causó más pánico entre la gente. Eusebio, muy astuto, corría en medio de la sequía —pues no tenía agua— rumbo al poblado del Riito Mazaray; el comisario corrió a ensillar su caballo para alcanzarlo, mientras tiraba disparos al aire y Eusebio, más que correr, parecía que volaba, ni el comisario con su caballo a todo galope lo podía alcanzar, así corrió como cinco kilómetros, parecía que el malora lograba su cometido pero su suéter lo frenó al quedar atrapado entre los brazos de un árbol de Bacaporo.

El comisario le dijo que regresara a su casa, que él lo iba ayudar a salir del problema, que nada más le harían preguntas de Vicente de cuando lo vio por última vez, del modo que lo convenció y llegaron juntos de nuevo a Bacapaco con el presunto culpable montado sobre el caballo a su lomo, sin amarrarle las manos y los pies. Los mitoteros todavía esperaban en la casa de Eusebio, para ver lo que había pasado; cuando los vieron llegar se alarmaron y empezaron a cuchichear, algunos ancianos regañaron al comisario por no tomar las debidas precauciones, que si no temía que a mitad del camino Eusebio lo atacara por la espalda o peor tantito, que lo hubiese matado y se escapara con el caballo. El comisario, con toda serenidad, contestó que cuando un hombre con culpa tiene miedo ya no hace nada.

Ante el comportamiento de Eusebio, el comisario lo trasladó a la cárcel de Huatabampo para levantar el acta.

Ya en la comandancia de policía, ante los interrogatorios y el verse acorralado, confesó únicamente la verdad sobre el destino de Vicente Buitimea y quiénes habían sido sus cómplices.

El comandante de Policía Municipal, Eligio Lico Matus Navarro, procedió a que el siguiente día trasladaran a Eusebio Yocupicio con una comitiva armada por Francisco Palomares Puente, jefe de la Policía Judicial del estado; Emilio Morales, cabo de la Policía Urbana; el licenciado Ernesto R. Coronado, agente del Ministerio Pu´blico y el licenciado Pascual López Quijada, juez de Primera Instancia para que hicieran las primeras investigaciones y procedieran a la captura de Adelaido, Leonardo y Basilio.

La noticia corrió como reguero de pólvora. El día 13 de abril de 1950, el pequeño Bacapaco se hizo grande, parecía hormiguero de gente conocida y desconocida, ya ni en la fiesta de la Santísima Trinidad se juntaba tanta gente.

Una vez en su casa, sin temor alguno, Eusebio indicó el lugar donde había enterrado a Vicente. Dentro de la casa oscura y maloliente, los yoris entraron a inspeccionar el lugar, cuando un policía puso su mano sobre la pared y en la oscuridad tentó un objeto fresco y aún con vello púbico, luego mandó por una lámpara de pilas y al alumbrar, grande fue su asombro, sobre la pared estaba un pene erecto aún con la piel fresca, clavada en una tabla sobre la pared, y en el otro cuarto encontraron más miembros disecados y un par de pechos de mujer.

Eusebio ya se encontraba nervioso; Adelaido, Leonardo y Basilio, sólo callaban con la mirada hacia el suelo, sujetados de manos y pies con cuerdas de ixtle bastante resistentes y con la multitud alrededor, esta vez ya no habría escapatoria. En el brazo del pino que le había gustado a don Felipe para construir el castillo, los colgaban para que confesaran sus crímenes, la yoremada vociferaba maldiciones contra ellos, mas el maldito de Eusebio se reía a carcajadas como si no le importara el dolor o la asfixia, y más temor entró a los presentes cuando el brazo del árbol se partió por la mitad y con un gran estruendo cayó al suelo junto con el Chebo.

Después de horas, confesaron que habían asesinado y castrado a Lorenzo Valenzuela Bamayoa, al joven Santos Valencia y a Vicente Buitimea e indicaron el lugar donde los habían enterrado clandestinamente. A los cuatro asesinos les dieron palas para que exhumaran los cuerpos putrefactos; al excavar, el tufo hediondo se volvía insoportable.

Ya pasado mediodía, los familiares pidieron que se les diera comida a los cuatro asesinos; sin lavarse las manos que habían agarrado los restos putrefactos comieron sin molestia alguna, no cabía el asombro en la gente que vomitaba y se tapaba las narices al ver esto.

Colocaron los cuerpos en un carro torton del municipio para hacer la autopsia de ley. A los cuatro asesinos, amarrados de pies y manos, los trasladaron a la penitenciaría de Huatabampo para los interrogatorios de los crímenes. Así daba inicio el famoso caso de los Huipas, cuatro yoremes mayos que cometieron una serie de asesinatos crueles y salvajes debido al satanismo, rencor, homosexualidad prohibida, la borrachera y el analfabetismo en el que vivían.


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