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Tiempo de coronavirus

Jorge García E.
Viernes 07 de Agosto de 2020
 

Llegué como a muchos hogares, con ganas de vender porque en mi casa las necesidades no terminan: ropa para mis hij@s (dos), renta, luz, agua, internet y un montón de pagos que nunca salen del todo.  Entonces como se dice siempre ando tras las chuleta. Yo vendo filtros y repuestos para agua. Además de calentadores solares y todo aquello que pueda vender. Algunos clientes me huyen porque hablo mucho, pero ellos no saben que hablo en relación directa a mi necesidad. Ahora en tiempos de coronavirus mi labor se ha hecho más peligrosa.

Toqué la puerta de madera y sentí por el mirador un ojo observándome. Como siempre me peino para cualquier problema. Esta vez lo hice dos veces. La puerta se abrió y una voz cavernosa me ordenó: pase con cuidado si trae tapabocas. No lo traía puesto, así que  lo saqué de mi bolsa trasera y me lo puse: debo reconocer, un poco chueco. El señor traía una mascarilla de esas de minero y encima un mica. Y en la mano derecha de forma amenazadora un frasco con atomizador. Ordenó: ¡hínquese!. Me empecé a reír, pensé que era una broma. Hínquese!, gritó esta vez,  y sin poder oponerme se me cayeron los filtros.  Pensé lo peor, tal vez era un violador. Con su atomizador me empezó a “desinfectar” el pelo, las axilas, el pecho, el sexo. La siguiente orden fue acuéstese en el suelo sin bajar las manos.  En el piso me roció la parte trasera y los zapatos.  Sólo esperaba el “bájese los pantalones” ¿Cuánto tiempo se va a tardar en cambiar los filtros?  No sé, unos veinte minutos. No toque nada y pase con cuidado.  Póngase los guantes y  toque sólo el filtro. Ya para entonces me daban ganas de orinar e irme. Me aguanté por obvias razones.  Le pregunté ¿puedo recoger el filtro y mis herramientas.?  Su mirada casi sin parpadeo me desnudó varias veces y asintió. Siempre apuntándome con el atomizador.

Entré a la cocina, cambié los filtros lo más rápido posible y le cobré cincuenta pesos más por el maltrato a la dignidad.  Sacó los billetes de una bolsa con olor a cloro y me puso el dinero sobre la mesa. Se sentó en la sala y sin esperar a que saliera empezó a rociar de desinfectante por donde imaginó que o había pisado. No le dije adiós, sólo alcancé a oír “ya bajen, pero no olviden su cubrebocas”.

Llegué al auto. Tomé el desinfectante de la cajuelita y rocié el volante, me puse en las manos, en los pies, en el cubrebocas que puede filtrar el 95% de partículas  y me fui en chinga a mi casa.

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