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La estatua de Emiliano Zapata colocada en la esquina del bulevar Ramírez y calle Michoacán fue pintada al parecer por alguna autoridad municipal, tal vez por la Secretaría de Imagen Urbana o Acción Cívica.
Quien quiera que haya sido es lo de menos, lo de más es el craso error de pintar una estatua, acción que sólo puede atribuirse a la ignorancia pues es muy sabido que los monumentos como éste no deben pintarse.
Al hacerlo se daña la obra y al artista que la realizó.
El valor de una estatua, además de su diseño y la capacidad expresiva que el escultor sea capaz de plasmar en la obra, radica precisamente en su permanencia inalterable al paso del tiempo que la cubre de pátina, y este es un valor que de un brochazo es borrado con la pintura o el agente químico que se la aplica para hacerla más brillante.
Durante la segunda administración de Jesús Féllix Holguín (2003 - 2006) un funcionario de Imagen Urbana cometió el mismo error, pintó estatuas para "que se vieran más bonitas", y no se hicieron esperar las protestas de la comunidad cultural que rechazó el "nacazo".
Hoy la víctima es el General Zapata, cuyos ideales por cierto no son los que valen hoy en la política agraria oficial. Doble agravio.
