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Calacas Jazz Band: Un sueño

Carlos Sánchez / sonarquevemos@gmail.com
Jueves 30 de Enero de 2014
 

Un viento de sensualidad desciende hacia el Callejón del Templo. Emana de las notas musicales. Calacas Jazz Band las esculpe. El carisma es el cincel. Al final del concierto una escultura de felicidad quedará prendada en los rostros de los asistentes.

En el Festival Alfonso Ortiz Tirado se realiza un sueño. El baterista de Calacas lo confiesa: “Hace cuatro años vinimos a tocar a Álamos, la situación era muy diferente, hacía mucho frío, estaba lloviendo y nos dijeron ‘chicos no se van a poder presentar´. Nos llevaron al teatro de Palacio y tocamos, pero nos quedamos con las ganas de tocar al aire libre y hoy se nos cumplió ese sueño de hace cuatro años, gracias a ustedes”.

María baila, canta. Es su profesión decir versos, con alegría que contamina. Su atuendo es sencillo, pulcro: falda y suéter negro. Su cuerpo es la similitud de palmeras al ritmo del viento. Siente el compás de la trompeta, el sax, el contrabajo, el clarinete, los tambores, el banjo.

María la voz, personaje del escritor Juan de la Cabada, muchos años después y como fantasía la reencarnación y la otra cara de la moneda, la sensibilidad intuitiva para poner cada verso en su lugar: oraciones que inevitablemente convocan a bailar.

Y bailar es un impulso cuando ya el concierto avanza, cuando los espectadores ascienden también al trance propuesto por Calacas Jazz Band, porque la calidad interpretativa parecería ser que emana de un sueño, o quizá el aura de don Alfonso Ortiz Tirado arropa al grupo que toca, a los asistentes, al pueblo entero y mágico que es Álamos.

Noche de concierto y el clímax permanente. Rompiendo los cánones. El trompetista que es Olson Joseph no se contiene el deseo, el impulso, baja del escenario y al filo de las sillas interpreta un solo para la dama de cabellera rubia. Sabemos y sentimos que el sueño de esta noche se prolonga, el júbilo que experimenta la dama es también nuestro. Gritamos hacia adentro y de felicidad.

Con las baquetas implacables, certeras, el baterista nos enseña que las manos son sólo la obediencia a las peticiones que dicta el corazón. En cada golpe a tambores y platillos ocurre la magia. En la continuidad del sueño que anunciara está el acontecimiento de “un estreno mundial”. La canción se llama Calaca, es original de la agrupación y el mismo baterista, Alejandro Hernández, con humildad inquiere a los presentes: “Si no les gusta esta canción nos lo dicen para ya no seguirla tocando”. El alarde y los aplausos fueron manifiesto de aprobación.

Un sax se desgarra. Alcanza sus notas máximas. Cuando la saxofonista, Jazmín Luna, desciende del escenario para ponerse a bailar en compañía de los espectadores, parece inverosímil que en la estatura de su cuerpo quepa tanta altura interpretativa.

Y qué decir del resto de la banda: Cristian Merino en la guitarra y banjo, David de la Rosa en el clarinete, Luis Meneses en el trombón. Y ese contrabajista que en un momento de la noche, a decir de Alejandro el baterista, se volvió loco.

La bendita locura de Alfonso López en sus permanentes solos, en la agilidad de los dedos seduciendo a las cuerdas del contrabajo. La armonía invariable, el deseo de agradecer lo que se escucha, lo que el ritmo nos hace sentir.

Aquí en este texto poco puedo decir: la calidad de Calacas me rebasa las palabras o más bien no alcanzan para decir todo lo que son y anoche fueron.

Tal vez sólo me queda decir que los cuerpos en movimiento allí debajo del escenario son la rúbrica perfecta, la prueba de una noche donde el jazz nos hizo olvidar cualquier indicio de mortificación. Porque la música desde Calacas nos hizo vernos el alma y el corazón se nos expandió hacia los oídos, las pupilas, el cuerpo entero. Bendita locura. Hasta soñar.

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