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Esclavos

Esclavos,por Tere Padrón
Sábado 07 de Julio de 2012
 

Nada es tan desalentador como un esclavo satisfecho
Ricardo Flores Magón

Cuando Moisés dirigía a los israelitas a través del desierto para librarlos de la esclavitud del faraón egipcio y conducirlos a la tierra que Dios les había prometido, hubo un motín en su contra, encabezado por un tal Coré, quien, junto con Datán, Abirón y 250 hombres más, hacían reclamos  a Moisés y le echaban en cara haberlos sacado de Egipto para conducirlos a un desierto en donde podían perecer “¿Te parece poco habernos sacado de una tierra que mana leche y miel para hacernos perecer en el desierto y además, te eriges como príncipe entre nosotros?” (Génesis 16:13). Narra el texto bíblico que Moisés se enojó mucho, pues en cuanto supo de su descontento, les llamó para decirles “¿Os parece poco que el Dios de Israel os haya apartado del resto de la comunidad para hacerlos sacerdotes y prestar servicio al templo y estar al frente de la comunidad atendiendo el culto?” puesto que no eran capaces de ver más allá de sus intereses propios e inmediatos y darse cuenta que el precio de la libertad era alto, pero que nada podía compararse con ésta. El capítulo termina con la furia de Yahvé consumiendo a los 250 rebeldes y convirtiéndolos en ceniza, y a los líderes de la rebelión, se los tragó vivos la tierra ante los ojos atónitos de los israelitas. Y la divina promesa se cumplió. Moisés murió en su ancianidad entonando un hermoso cántico de alabanza a Yahvé por su lealtad con el pueblo de Israel.

La libertad es el más precioso de los dones. La historia de la humanidad es la historia de la lucha por la libertad. Pero la libertad tiene un costo muy alto que no todos están dispuestos a pagar, ya que la libertad implica responsabilidad y esa es una cuota demasiado riesgosa, demasiado comprometedora. Sin embargo, la libertad sin responsabilidad, no es libertad, sino más bien, una sujeción, un sometimiento a un orden de cosas que no fue diseñado por uno mismo, sino impuesto desde fuera, por alguien más. Responsabilidad es una palabra que, según el Diccionario de la Real Academia Española, significa responder de nuestros propios actos o de los de alguien más, cuando las consecuencias de éstos puedan interferir con la libertad o el derecho de los demás. Ser responsable implica contraer una deuda de reparar y satisfacer; estar obligado a responder de algo o por alguien.

En otras palabras, ser libre es la condición indispensable para ser responsable y viceversa. Sin embargo, la libertad implica también conocimiento, sabiduría, pero, sobre todo, respeto. Y el respeto surge invariablemente de un cierto grado de temor. Temor a una autoridad superior, temor aun castigo o a una consecuencia desfavorable para nosotros. Temor a la Ley, con mayúscula. Pero para que el temor se traduzca en respeto, es necesario también otro ingrediente, el amor. Y cuando hablo de amor, no me refiero precisamente al amor romántico entre dos personas, sino al amor en general. Al amor por la vida, por la propia y por la de los otros así como por la vida en todas sus formas. Para que alguien sea capaz de amar a otro o a otros, debe primero sentir amor por sí mismo. Y el amor propio se alcanza sólo a través del auto conocimiento. Uno no puede amar aquello que no conoce. Sin embargo, nos pasamos la vida evadiendo con toda clase de distractores ese enfrentamiento con nosotros mismos.

Preferimos auto engañarnos antes de hacer un viaje hacia dentro de nosotros y vernos tal y como somos porque seguramente lo que hallaremos no será de nuestro agrado. Todos los defectos, todas las mentiras, todos los miedos de los que somos presa saldrán a relucir con una nitidez y una claridad que seremos incapaces de soportar. Por eso siempre es mejor hallar un chivo expiatorio a quien culpar de todos los males que nos aquejan, antes de mirarnos en el espejo de nuestra miserable condición de esclavos. De esclavos de nuestras pasiones, de nuestros apetitos, de esclavos de la mercadotecnia, de la parafernalia, de la basura televisiva, (futbol, comida chatarra, telenovelas, chismes de la farándula, programas idiotas de chistes vulgares), de la palabrería hueca de los políticos, de sus discursos mesiánicos, redentores, que nos hacen irrumpir en un llanto liberador como el que sentimos ante la imagen guadalupana, y creer que ahora sí saldremos de pobres, ahora sí seremos autosuficientes, ahora sí habrá empleo bien remunerado, ahora sí no habrá corrupción, porque “él” o “ella” nos librarán de todos los males, de todas las amenazas que, curiosamente, siempre vienen de “fuera”, de otra parte. Porque nosotros, los mexicanos, “somos buenos, derechos, honrados, tenemos palabra y no nos rajamos”.

¡Cuánta falsedad hay en tales afirmaciones! ¡Cómo nos gustaauto engañarnos! Somos los eternos adolescentes, que prefieren hacer desmanes, cerrar calles, quemar camiones, gritar consignas contra el gobierno corrupto, mismo que nosotros elegimos una y otra vez, mismo al que nosotros encumbramos en la cima del poder para que siga aplastándonos, asfixiándonos y sometiéndonos a sus designios, pues no hemos sido capaces de hacerle frente con armas lo suficientemente fuertes, porque para que haya fuerza se necesita unidad y esa es la palabra clave y el talón de Aquiles de la sociedad mexicana. No hay unidad, no hay cohesión, no existe un reclamo común de justicia, respeto, legalidad, libertad, oportunidad, pues cada quien ve para su santo. Cada quien quiere llevar agua a su molino, ver por su causa individual y los demás “ahí se la echan”. Que cada quien se rasque con sus uñas. Ese es el pensamiento que nos define.

Porque para que surja entren nosotros un sentimiento de cohesión, de unidad, tenemos que vernos como hijos de un mismo Padre, con una herencia común, con un pasado y una historia compartidos y sobre todo, con una responsabilidad individual primero y colectiva después. Pero para ser capaces de concebirnos como un todo, los mexicanos debemos comenzar por crecer, por volvernos un país de adultos maduros, capaces de verse en el espejo de la Historia y de corregir los errores pasados. Y eso, como dije, implica hacernos responsables y eso es justamente lo que tratamos de evitar a toda costa. La responsabilidad, pues ésta conlleva la aceptación de los defectos, y la humildad para reconocer nuestras fallas, la vulnerabilidad, las flaquezas. Pero también implica el valor para cambiar el rumbo de nuestra vida individual y en sociedad.

No hay libertad gratuita. Su precio es incalculable puesto que no hay nada más preciado que ella. Sin ella simplemente no podemos desarrollar todas nuestras potencialidades. Todas las maravillas de las que el hombre ha sido capaz a lo largo de su historia, han sido posibles en la libertad y desde la libertad. Un pueblo esclavo  jamás logrará la autosuficiencia, jamás alcanzará la plenitud de sus potencialidades y vivirá en la oscuridad de los tiempos por siempre. Lo sabemos, sin embargo, preferimos seguir siendo esclavos y conformarnos con las sobras de lo que nos correspondería por derecho propio si fuésemos capaces de reclamarlo, si tuviéramos el valor de hacerlo. No hay peor esclavitud que el conformismo. Como bien reza el epígrafe de este artículo del gran educador y humanista mexicano Flores Magón. Somos “esclavos satisfechos”. “Podríamos estar peor”, decimos. Y así seguimos, estancados, atorados en medio del desierto de la ignorancia y la apatía. Esclavos que añoran volver a su vieja esclavitud antes que soportar un poco de sufrimiento a cambio de la libertad absoluta. Como los israelitas que se sublevaron contra Moisés y fueron tragados por la tierra.

Tenemos miedo. Miedo de “someternos” a esa única sumisión que nos haría libres. Somos esclavos de todo y de todos, pero no queremos aceptar dócilmente esa dulce sumisión a la única autoridad digna de obedecer. La autoridad suprema, la que debiera ser el parangón de todas las leyes humanas. La Ley de la cual debían desprenderse todas las otras leyes, puesto que sólo en la Ley con mayúscula están contenidos todos los preceptos y los ideales de justicia, de paz, de solidaridad, de igualdad y de respeto que harían de nosotros una sociedad libre y responsable. La ley está ahí, al alcance de todos, sólo exige de nosotros una cosa, compromiso irrestricto a su cumplimiento. Pero preferimos conformarnos con los mendrugos y vivir nuestras “pequeñas” libertades, pues son muy fáciles de obtener y no exigen mayor compromiso, antes de ir en pos dela única y suprema libertad, la del hombre con Dios.

Teresa de Jesús Padrón Benavides
Verano, 2012

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