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Poemas al margen

Héctor Islas A.
Miércoles 06 de Octubre de 2010
 

Poemas al margen. Poesía reunida (1975-2005) de Juan Manz

Poemas al margen es una obra que junta 30 poemas inéditos, escritos entre 1975 y 2005, así como los primeros cinco libros del autor, desde Oro verde (1982) hasta Sonata de tierra adentro (2005).

Recorrer las páginas de Poemas al margen nos ofrece, primero, una impresión bastante completa de lo que ha sido la evolución literaria de Juan Manz, del paso de las líneas rigurosamente medidas y el gusto por la rima al verso blanco y al libre, y de vuelta a las formas mesuradas (pues la última obra del volumen, Sonata de tierra adentro, se compone exclusivamente de sonetos), aunque con la ganancia de un pulso más firme y una percepción más precisa y rotunda.

También llama la atención que, en general, sus temas son siempre los mismos, lo que nos habla de una disciplina de la mirada, de un poeta que encuentra en su entorno un aluvión de significado y belleza que precisa captar  y que no se distrae con la búsqueda de lo extravagante ni con el afán de novedades. Cuántos buenos poetas se entretienen ahora con referencias eruditas y alusiones para iniciados. La poesía actual muchas veces parece ser un mero pretexto para la provocación, la ironía, el juego intelectual y la distracción exquisita. Pero no para Juan. Él se detiene ante lo próximo y explora, y con ello nos obliga a mirar con detenimiento, con paciencia, una y otra vez, los asuntos que quizás más importan: los seres queridos, la familia, la mesa, el eterno femenino, la justicia, los elementos de la naturaleza y el valle, sobre todo el valle.

Vaya uno a saber por qué algunos de los poemas de la primera sección del libro que nos ocupan, los llamados poemas al margen, fueron arrinconados por el autor. Ya nos lo explicará. Entre ellos hay un poco de todo; algunas composiciones tempranas denotan la poesía con la que se nutría por esos años; uno percibe aquí y allá giros y temas de la poesía clásica española, y espero no equivocarme al encontrar notas del estridentismo en “Hubble”, poema que con mucha gracia comienza con la siguiente estrofa:

Renacuajo galáctico
ratones monstruos
retozando en la guardería
para estrellas recién nacidas.

También encontramos rastros de la poesía norteamericana del siglo XX: tales los casos de “Rito” y “El alebrije perdido”, poema que me llamó mucho la atención y me hizo recordar el prosaísmo e imaginismo.

En la mayoría de las composiciones en este libro, el estilo de Manz es muy directo, sin artificios indecorosos ni imágenes fatigosas. En ellas abunda la luz, las palabras que representan todo los que nos arraiga, en la tierra, en las personas, en la vida, y  no sé si la pretendida franqueza que fanfarroneamos los sonorenses ante los fuereños sea verdad al menos en los versos de Juan, pues en ellos una persona, el autor mismo, suena con voz clara y sin dobleces, que no oculta lo que prefiere ni lo que detesta. Desde luego que el poeta también se explora a sí mismo, se enfrenta a sus recelos y temores, y en particular a los que se refieren a su oficio como poeta, pero no se percibe ningún dejo de autocomplacencia en ello. Nada de morbo encontramos aquí, ni de regodeos en los recovecos oscuros del alma, ni fetichismos. Incluso sus divagaciones sensuales son marcadamente limpios, acercan más los devaneos amorosos con la naturalidad de las aves y los peces, y los alejan de la idealización y de la culpa: el amor es ante todo presencia, maravilla original, unidad de dos y tan inexplicable y al mismo tiempo lleno de sentido como la sucesión de los días y al hecho mismo de que estemos aquí.

También conmueven los versos dedicados a las víctimas de la injusticia y de las tragedias, a los deshechos de la ineptitud humana / los inválidos de todo y contra todo como los llama el autor en el poema “Para repasar el círculo”, dedicado a las víctimas de San Juanico. Tal es el caso de “Memorando”, lamento y denuncia por los hechos (tanto los evitables como los inevitables) durante el terremoto del 19 de septiembre de 1985, en la Ciudad de México. El poema concluye con una inquietante nota lúgubre, no muy frecuente en los versos de Juan:

Despertaron de nuevo a la vigilia,
al ulceroso olor de la muerte.
Los más     restañando las heridas
y las hienas a lo suyo     la carroña.

La mujer, madre o esposa, o simplemente la mujer, aparece en los poemas que hoy festejamos. Y no podía ser de otra forma: al menos desde el romanticismo, la mujer es enigma para el poeta. Juan la invoca desde esa conciencia. Así, la llama:

Mujer, plural controversia
de singulares misterios.
Crisálida y mariposa

Mención aparte merecen los versos dedicados al tema de la poesía; es decir, los poemas sobre la poesía y sobre el oficio de la poesía.  En varias composiciones, y en particular de los libros Con un rumor de canción y Para repasar el círculo,  el poeta cuestiona su quehacer, se pregunta por el sentido de la poesía, sobre el proceso creativo y las dificultades para apresar con palabras lo que se antoja inefable. A veces también nos habla de los bloqueos y dificultades a los que se enfrentan quienes escriben, lo que antes se llamaba sin rubor “falta de inspiración”. Otro asunto que se explora es el del papel de la razón y los sentimientos en la creación poética, esto en el magnífico poema “Parvada”. Leemos además al poeta manifestar su gozo como creador, y como guardián de una rara visión.

La verdad,
qué privilegio nace poeta.
Con la punta del alma
en una aguja.

En otro poema, titulado “Discordancias”, advertimos que Juan no es indiferente a la crítica (nadie indiferente respondería con un poema a los embates de sus críticos). Ahí se nos descubren algunos hechos relativos a la carrera del escritor, tal como ocurre en otros poemas como “Calle sin esquinas” y “Recorrido”, que nos hablan sobre el paso del autor del verso medido a ritmos más libres. “Discordancias” abre con los siguientes versos:

Ahora resulta que si hablo largo
soy agresivo
y si soy parco al decir lo mío
introvertido
Si escribo tierra
soy más del agro que del poema
pero nunca de las dos cosas

“Pero nunca de las cosas”. Este verso me mueve a presentar una pequeña digresión, relacionada con el, digamos, regionalismo tan acendrado que muchas veces afecta de manera desfavorable la creación artística en nuestra tierra.

Si soy de Cajeme y escribo versos ¿de qué deben hablar mis versos? Si soy de Cajeme y soy pintor ¿puedo renunciar a los trigales, al sol, a los ocres y a la danza del venado? Pero, ¿es la oda al gusano quemador de por sí un tema más (o menos) válido que el poema al río Rin o a la caída de Constantinopla? Me parece que quien discurre en términos parecidos se limita de antemano y tiende a producir obras acartonadas. “No me van a entender”, “Sobre eso no se escribe aquí”, “A la gente de la región no le gusta eso”. Con pretextos así nos limitamos a nosotros mismos, subestimamos al público y reproducimos una imagen de lo local que contrasta enormemente con la realidad de nuestra diversidad cultural.

En esto los creadores más jóvenes nos llevan ventaja: menos preocupados por cómo deben ser y más centrados en lo que son, trabajan sin resquemores con caricaturas japonesas, canciones en inglés, arte conceptual o ritmos africanos. Además, toda esta preocupación sobre qué significa ser, a la vez, artista y cajemense, me hace recordar aquella polémica de los años sesenta sobre si existía o no una filosofía latinoamericana. Se discutió mucho sobre política, sobre conflictos históricos, sobre el pernicioso señorío de Norteamérica y de Europa, de nuestra falta de originalidad. Pero de filosofía prácticamente nada. Ni un texto filosófico realmente importante. Así que quizás lo mejor sería ponernos a pintar, escribir, componer o bailar y que otros más se pongan a cavilar sobre las características locales que definen o no lo que hacemos. Quien busca deliberadamente ser auténtico, en un sentido importante ya no lo es. La autenticidad, el color regional de una obra, viene por sí sola o no viene, no se la puede definir de antemano.

Con Juan Manz no se percibe esa urgencia por decirnos de dónde es y por qué escribe cómo lo hace. Lo local aflora con espontaneidad y engarza con lo universal, cómo sólo puede ocurrir con una obra artística con calidad y oficio. Nada suena premeditado en este sentido, no se busca el efecto folclórico ni los giros del lenguaje curiosos. El valle emerge en sus versos atemporal, y sus habitantes y quienes trabajan en él se funden y desdibujan en sus horizontes y en su suelo. Son cajemenses, pero, de hecho, vienen de muchos lugares, de aquí mismo pero también de sitios lejanos:

Y entonces, hacia ti peregrinaron,
desde alejados puntos cardinales,
por el norte y el sur, los grandes mares,

surgieron de tus alas, ave fénix,
luna de luz naciente, himno de agua,
soneto mineral, canción primera.

Sonata de tierra adentro (2002) es acaso la composición más lograda de la larga lista de poemas que cantan a nuestro valle. Quizás un poco por su origen, pues Juan es nativo del Valle del Yaqui, quizás un poco por su oficio, que es la agricultura, pero sobre todo por sus habilidades como poeta, la obra de Juan Manz capta con versos rotundos la historia y fisonomía del valle. Menos narrativo que Oro verde (1982), que canta también al valle y a sus circunstancias, incluidas las minucias del trabajo en el campo, de la siembra a la siega y hasta la amenaza planteada por plagas e insectos, en la obra de 2002 se percibe y disfruta de esa concisión con que la buena poesía nos dice mucho con poco.  Hay en esos versos, desde la invocación inicial “Canta, padre ancestral, hermano aire”,” hasta el relato histórico del valle, la descripción de su vegetación y de sus horizontes, e incluso hasta el tono medio didáctico con el que discurre, un empeño en dotar a la composición de un porte clásico. Un final estupendo para un libro de versos que vale la pena conocer y difundir; un digno ejemplo de poesía local hecha con devoción y oficio del bueno.

 

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