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Las películas nos cambian la vida

Adolfo González Riande
Domingo 09 de Agosto de 2009
 

Mi experiencia dentro de la programación de ciclos de cine-club, me ha permitido transitar de la rabia contenida de contar con escaso público, hasta la paciencia y satisfacción de tener asistencias en número de 50 asistentes promedio por función.

Sí, debo confesar, sé que a nadie le agrada preparar un ciclo temático de cine para exhibirlo ante las desiertas butacas, o con un par de espectadores, pero la realidad es que hemos tenido, los que nos dedicamos a esto del cine-club, amargas experiencias en “proyectar para butacas vacías”, lo que es frustrante, incómodo y en ocasiones decepcionante.

Pero tras el momentáneo enojo, a lo mejor no llega ni al enojo, llega una calma reflexiva, como preámbulo para analizar él por qué la gente se escabulle a los eventos del cine-club, más propiamente dicho, a ciertos temas que no son de su agrado.

Idealmente, los que analizamos las actividades del cine-club, pensamos en buenas asistencias y en una copiosa participación del público. Esto no siempre es así, en ocasiones el “debate” se da entre los organizadores, ante la escasísima participación del público.

Dentro de mi experiencia, anoto al principio de esta entrega, también he visto crecer el interés del público, no sólo en cuanto al número de asistentes, sino en cuanto a la participación en los debates, situación que atribuyo a dos factores elementales: uno es la necesidad de los espectadores por buscar temáticas que ayuden a formar una conciencia y dos, reencontrase como personas, que como dice Miguel Littin” en “las películas que nos cambien la vida”.

Sobre estos argumentos, defiendo la idea que el diseño o programación de los ciclos de cine-club es una tarea delicada que, por una parte, requiere de la búsqueda afanosa  del gusto del público, y por otra, la voluntad de los responsables de llevar a cabo una programación de calidad, desde la misma selección del filme, redacción de la sinopsis, el indispensable debate, y en un determinado caso, una revisión crítica de objetivos y/o resultados.

Soy de la idea, que en la medida en que se diseñen ciclos cinematográficos de calidad, se estarán sentando las bases de individuos críticos y apreciadores de la imagen, como lo sostiene Roman Gubern.

Por otra parte, no cumplir con lo anterior, estaremos siendo meros divulgadores de películas, es decir, proyectar ciclos por proyectar, cobrar por una labor insulsa.

¿Pero dónde están esas cintas que  ayudarán a cambiar nuestra imagen?, Podría preguntarse alguien, pues a veces están ahí en los anaqueles de los video clubes, ahí junto a las cintas de mayor consumo y distribución.

Muchas veces relegadas por ignorancia y claro desconocimiento cinematográfico del encargado que nos ignora, declarando que “esas cintas no las tiene”. Pero, a veces están ahí, en la casa de un amigo, quien las grabó y las tiene en el olvido; y en otras  veces están allí, perdidas entre la ignominiosa programación comercial de la  televisión, sólo es cuestión de mucha paciencia y afanosa búsqueda.


El Cine Club es una manifestación de saber y aprender de otras personas acerca de cine. Me enorgullece estar en una labor de difusión, de llevar semestralmente cultura cinematográfica a un grupo de gente interesada en el séptimo arte. Oír comentarios, deleitarnos con los puntos de vista y diversas opiniones de jóvenes estudiantes a quienes tal vez ni les interese el cine, pero que están vivamente interesados en convivir y aportar ideas acerca de las imágenes “que han leído”.

Cuando se termina la proyección, y se inicia el debate, fluyen entonces las ideas y se da un aprendizaje colectivo interesantísimo. Nos guste o no, hemos cambiado en un par de horas nuestros puntos de vista.

Es en este momento que surge un espacio donde “nos cae el veinte”, donde la reflexión se inicia a partir de las imágenes que se han ido, y las ideas del documento fílmico, o dicho de otro modo comienza la “lectura” de las imágenes, ésas que han quedado atrapadas entre nosotros como público, como individuos que tenemos algo en común y que por voluntad propia hemos asistido al evento.

Al final de cada proyección, no nos queda más que agradecernos mutuamente ese repentino intercambio de puntos de vista sobre las historias, sobre las películas, que repito, nos gusten o no, siempre nos cambiarán la vida.

Las buenas películas estarán con nosotros toda la vida, las imágenes permanecerán en nuestra conciencia, y tarde que temprano, las citaremos, nos acordaremos de ellas, y nos moveremos en el umbral de la realidad y la ficción, como aquella escena final de “La Rosa Púrpura del Cairo” (Allen,1984) donde a una agobiada y desilusionada Cecilia (Mia Farrow) poco a poco se le ilumina la cara de alegría en la soledad de la sala, o en el reencuentro con la fantasía, que es al mismo tiempo su cruda realidad.

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