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Miércoles 24 de Abr de 2024
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Pasión por la política

Sergio Anaya
Sábado 20 de Mayo de 2017
 

Los años universitarios en el D. F. (8)

A Gilberto C. le bastaba un kilo de machaca sonorense para ingresar a los grupos políticos que merodeaban en las oficinas de gobierno y en la sede del partido institucional. Bajo el brazo una bolsa de papel, dentro de ésta una de plástico con dos o tres pequeños agujeros para airear la carne seca y liberar un discreto olor que no pasaba desapercibido por quienes recibían el afectuoso obsequio del simpático estudiante. Con un acento norteño estudiado se abría paso entre secretarias para ver al Jefe, generalmente un dirigente o burócrata halagado por el detalle de quien pronto fue conocido en el pequeño mundo de los paisanos con aspiraciones políticas radicados en el D.F.

En su tribu de estudiantes el joven de la machaca era conocido solo como El Gil, uno más de la generación que se movía entre la Ciudad Universitaria y las calles de Narvarte, Roma, Doctores y anexas. Una rara avis pues estaba allí no para estudiar un carrera aún inexistente en su estado sino la tradicional Licenciatura en Derecho, profesión ya amenazada desde entonces por la explosión demográfica. Él rechazó estudiar en la Universidad de Sonora pues su mira apuntaba hacia el D.F., "donde se reparte el queso". Sin un pariente o amigo vinculado a la política, debió hacer su carrera él solo apoyado en su deshinibición y una infinita paciencia para pasar horas de antesala con la machaca bajo el brazo esperando la llegada del Jefe y si éste lo miraba con recelo como se ve a un desconocido, eso era lo de menos pues su habilidad para los elogios mezclados con detalles chuscos ganaba luego luego la confianza del otro.

Así se acostumbraron a verlo con un kilo de machaca cualquier día inesperado, saliendo presuroso para tomar el camión con rumbo a Insurgentes norte, a Donceles, a Bucareli o Reforma. Innecesario preguntarle a dónde iba, ya todos los sabían y si al principio le gastaban bromas después lo vieron tan natural como se ve a un estudiante de odontología con sus moldes de dentaduras o a uno de ingeniería con la regla T.

Un sábado de caguamas El Gil llegó puntual al departamento de Alberto, los hermanos Macana y el futuro veterinario, donde ya estaban otros dos, el ingeniero Cortez y Nano el de Mochis. Poco después se agregaron tres más pero se recuerda a estos dos porque desde la llegada del Gil iniciaron primero una conversación en tono de broma y después pasaron a la discusión hasta llegar casi a los golpes si no hubiera sido por la intervención de los otros.

Cortez militaba con un grupo de fanáticos inspirados por un tal Lyn Marcus; eran una especie de secta política ni de ultraizquiera ni de ultraderecha sino todo lo contrario, obnubilados por un discurso grandilocuente hecho con unas cuantas verdades básicas y muchas vaguedades disfrazadas de premisas filosóficas como de principios científicos, según ellos descubiertos por el profeta Marcus para redimir al mundo.

Menos fanático pero a veces algo intransigente era el Nano, simpatizante de las izquierdas, con participación probada en las marchas multitudinarias de Rafael Galván, atrabancado, admirador del Che Guevara y de Pedro Infante de quien copiana el peinado y la sonrisa.

Cuando el Gil apareció con su bulto cárnico bajo el brazo, ellos ya abrían la primera caguama, le ofrecieron amistosos un vaso y enseguida vino el intercambio de frases para ponerse al día. Ver a estos tres así juntos, en sana convivencia, era sólo el preámbulo de lo que Alberto y el Macana mayor previeron. Al principio fueron las palabras rutinarias sin bromas pesadas.

Enseguida como no queriendo Cortez hizo referencia a la machaca colocada en una mesa. ¿Nos trajiste botana, Gil? No, esta no me la toquen, es para el licenciado Acosta, acabo de recogerla en paquetería del aeropuerto y mañana se la entregaré.

Dos o tres vasos más sin ninguna alteración del orden. De repente Cortez no aguantó más, soltó el veneno: Déjate de regalitos pendejos, si quieres hacer política de a deveras vente con nosotros, en la madrugada vamos a las fábricas a repartir volantes del Comité Laboral y libros de Lyn Marcus, date cuenta cómo los de tu partido y los de izquierda están engañando al pueblo.

El insulto movió a Gil de su asiento para gritarle al ingeniero en su cara que él era más pendejo por andar de activista en las madrugadas, durante las tardes y fines de semana repartiendo la Atalaya de tus comités laborales, mírate en el espejo, estás demacrado porque no comes ni duermes, de milagro estás aquí cuando deberías andar en la Vallejo o arriba de un camión salvando al mundo.

Los dos están igual de jodidos, intervino el Nano, par de enajenados, les falta una verdadera conciencia de clase... 

Los insultos subieron de tono cuando Cortez los llamó ignorantes por no haber leído a Marcus y enseguida quiso explicarles las premisas filosóficocientificas, además de irrefutables, que según él le daban la razón mientras a ellos los exhibía como idiotas.

Tu chingada madre, le gritó el Nano y se fue encima de él, apoyado por el Gil al que detuvo con un tú no me ayudes pinche arrastrado, entonces el Gil lo hubiera machacado a golpes de no haber sido por la intervención de los otros quienes tras separarlos los obligaron a tragarse los insultos y sigan chupando o se van a la chingada. Como ignoraban dónde se ubica ésta, además era de noche, aceptaron la orden sin dejar de mirarse de reojo, por si acaso. 

Cuando el vendaval parecía haber amainado, Cortez soltó un comentario que quiso ser gracioso, broma ligera para volver a la cordialidad. ¿Entonces qué mi Gil, nos echamos la machaca? La bromita cayó como plomo en el ánimo de éste, agarró la bolsa de carne y le tiró con ella, toma, pinche hambriento comiteco. Aunque la bronca ya no le incumbía, el Nano se interpuso entre los dos para gritarles la discusión debe ser política no a golpes, toma tu política le respondió Gil y le lanzó un puñetazo que no dio en el rostro pedroinfantino pero sí obligó a los otros a separarlos de nuevo, ya basta cabrones o se van a la chingada, pero aún seguían sin saber donde quedaba ésta y ya era más noche por lo que aceptaron los regaños y continuaron inmersos en el arte de libar en silencio. Para destensar el ambiente Alberto sacó su guitarra, cantaron soy un pobre venadito que habita en la serranía, canciones como la Yaquesita y La Flor de Capomo, que el futuro veterinario cantaba en yaqui con mucha gracia. Así siguieron hasta quedase dormidos, unos en las camas, otros en los silloncitos de la sala. A esa edad se duerme uno en cualquier lugar y postura sin importar las incomodidades. 

Despertaron casi al mediodía, uno tras otros con la sorpresa de ver algo que no creían posible: El Gil les preparó un desayuno de huevos con machaca, sí, la misma que hubiera llevado a un funcionario de medio pelo, pero se dio cuenta que era domingo, el segundo de diciembre e inicio de un largo período vacacional. Postergó la entrega para después del Día de Reyes. Ahora su instinto político le aconsejaba recuperar la confianza de Cortez y el Nano, además de conservar su buena imagen ante los otros.

Según consta en pláticas de varias décadas después, así fue como concluyó aquella tertulia de fin de semana, una más de los años universitarios en el D. F. Quienes allí estuvieron coinciden en los detalles del relato y en el orgullo de ser amigos del Gil, su contacto más cercano con el mundo de la política, el mismo a quien acuden cuando es necesario el apoyo de alguien con influencias.

 

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