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Los chinos en el Valle

Rogelio Arenas
Lunes 26 de Diciembre de 2016
 

En la segunda mitad de la década de los años veinte, radicando ya en esta región el general Álvaro Obregón, el Valle y su cabecera, eran un emporio; la chusma, peonada y chiruza, tenían trabajo a llenar, porque, día con día, brotaban negocios, industrias, comercios y se amplían las tierras de cultivo.

La microhistoria dice que en esos ayeres se ocupaban hasta cinco mil personas nada más en los empaques de chícharo, melón, sandía, etc. Era, pues, una Cananea.

Por lógica, la hacienda Náinari, propiedad del general Obregón se convirtió en el centro de reunión de muchos agricultores, algunos a escuchar la palabra de quien había sido hasta muy recientemente (1924) el primer mandatario del país. Otros, a ver si era posible alguna ayuda de conocimientos, que sí los tenía el general, o por qué no, algún apoyo económico, y para los de sus confianzas, a lo mejor los hacía partícipes de sus nuevas aspiraciones políticas.

Cuenta la historia que por ahí, en el Náinari, estuvo alguna vez queriendo recibir la bendición del general Obregón, su compadre el general Serrano, porque (como buen torero de aquellos tiempos), pretendía avenarse al ruedo cuando terminara su periodo el general Calles.

De sobra es conocido el desenlace de aquella aventura del general Serrano. En esos ayeres, al parecer, tiene su origen la llamada “guerra cristera”, pues cuando la inauguración del Cristo del Cubilete, el gobierno otorgó un permiso de reunión mas no de culto litúrgico, que se realizó en dicho cerro de Guanajuato, lo cual dio pábulo al inicio de los problemas entre el Gobierno y la Iglesia, que culminarían más adelante en un enfrentamiento armado, del cual saldría perdiendo, como siempre, la chusma.

Por un lado, tropa comandada por el gobierno, y por otro, la misma chusma comandada por los obispos y arzobispos y sacerdotes –algunos bragados y guerrilleros- que al grito de ¡viva Cristo Rey! se matan contra sus propios hermanos, que al grito de ¡viva el Supremo Gobierno! hacen lo mismo.

En esta región y en todo Sonora, aunque con menor intensidad, también ocurren enfrentamientos y consecuencias. Los templos se cierran al culto, se queman santos y, por supuesto,  la dirigencia eclesiástica anda a salto de mata, algunos disfrazados, ejerciendo su ministerio en casas particulares, y otros, como el obispo don Juan Navarrete, “judíos” como decía entonces la chusma irreverente.

Otros que ya sentían los pasos en la azote, eran los chinos. Hay que recordar que siendo gobernador don francisco Elías, se promulgó aquella ley antichina que dio lugar a tantos abusos en contra de esta gente que, dígase lo que se diga, demostró ser siempre muy trabajadora, pues la historia nos habla de sus aportaciones en la colonización del Oeste de los Estados Unidos, en la segunda mitad del siglo XIX, principalmente en el tendido de las vías del ferrocarril, tanto en aquel país como en México.

Algún día saldrá a la luz cómo y por qué se hizo aquello.

Aquí en Cajeme existían en las principales esquinas negocios florecientes de aquellos orientales, que de la noche a la mañana desaparecieron. A veces se pregunta uno por qué no existe un archivo municipal que conserve las escrituras de compra-venta de aquellos negocios. Lector amigo, en el Valle también existieron chinos que le ponían con fe al trabajo. Algunos casados con mexicanas con quienes procrearon hijos. ¿Qué fue de esta gente? Las mujeres y los hijos de aquellos “apestosos amarillos”, como alguna vez los llamara un secretario del Ayuntamiento de Cajeme allá en 1931, si mi memoria no me falla, aunque por ahí ande impresa la historia escrita de las hazañas de este y otros personajes.

Hace años traté y conversé con un pequeño comerciante del centro de la ciudad y se sentía frustrado por su padre –siendo el un niño nativo de esta región del Yaqui-, había tenido que huir hacia Cantón su patria, dejándolos a él y a su madre abandonados a la buena de Dios.

De todo, lector amigo, ha habido en este Valle y en la ciudad de nuestras raíces, emporio de inversionistas, aunque algunos digan lo contrario.

Incluso por allá en abril de 1929, debido a la rebelión o asonada conocida como la renovación que fuera propiciada por el general Gonzalo Escobar y secundada por Fausto Topete, también general, y que fue quien firmaría la Ley No. 16 que erigió a Cajeme en municipio, nuestra ciudad fue bombardeada por un par de aviones del gobierno, con la consabida preocupación y temor de sus habitantes.

Sobre esto han circulado diferentes versiones, pero, por fortuna, testigos confiables que participaron en alguna forma, nos entregaron su testimonio oral y por escrito, incluso con fotografías de aquel acontecimiento y de los estragos, pequeños por fortuna, de lo que fuera un sueño y nada más, de aquellos ilusos contra el gobierno de Portes Gil.

Las personas que aportaron testimonios y los donaron a los cajemenses a través de la Biblioteca Municipal Jesús Corral Ruiz, son descendientes de las familias de James “el Jimmy” Ryan y James C. Huffaker, colonos del Valle del Yaqui desde los años  diez, y en la ciudad en los años veinte.

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