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El momento de México

Héctor Aguilar Camín
Jueves 08 de Octubre de 2015
 

El "vaciamiento democrático” llamó Silva-Herzog Márquez a su radical pieza de reflexión sobre el momento de México, publicado en la revista Nexos que empezó a circular esta semana.

Para Silva-Herzog Márquez lo característico del momento es, de un lado, la “reversión civilizatoria” de que nos habla la violencia mexicana; del otro, la decepción de una democracia que llega a su mayoría de edad hueca, vaciada de vida y representación.

Difícil transmitir la elocuencia, y la precisión de la elocuencia, de Jesús Silva-Herzog Márquez. Lo cito para no deformarlo:

“El país ha retrocedido en su lento proceso civilizatorio. México es hoy más inhóspito, más bárbaro, más cruel de lo que era hace veinte años.

“Mientras la clase política se empeña en su discurso de modernidad, el país ha vivido una profunda reversión histórica: una transición a la barbarie”.

“Tal vez la historia que se escribe en estos días no es la batalla entre el siglo XXI y el XX sino es, en realidad, un nuevo capítulo del siglo XIX. La prolongación de la batalla por el Estado.

“La carencia de legalidad nos instala en el tiempo preestatal del crimen rutinario y la violencia despiadada.

“La violencia es la señal bárbara del gran pendiente de nuestra historia: la legalidad.

“El pluralismo político no aniquiló al viejo corporativismo como prescribía el manual de la transición. Su víctima real fue el Estado. Un Estado secuestrado, un Estado rehén.

“Los partidos por primera vez se colocaron en el centro de la vida pública del país, pero han ocupado ese sitio más para coludirse que para competir.

“El Pacto por México escenificó esa colusión. Los tres grandes partidos apostando por las mismas reformas. Los dos partidos de oposición renunciando a su deber de ejercer la crítica. El regreso del PRI trajo de vuelta la filosofía del consenso, esa vieja fuente de legitimidad autoritaria que asocia el patriotismo a la unidad.

“La democracia mexicana llega hueca a su mayoría de edad. Carece de equilibrios, no ha fundado calma en la ley ni energía en el conflicto. Ha descuidado a sus cuidadores, ha envenenado con una pedagogía de violencia y trampa a sus ciudadanos”.



La corrupción pública y la ineficacia o la complicidad del Estado frente la impunidad criminal son los grandes surtidores del descontento mexicano.

Para esos agravios no tienen respuesta las reformas estructurales hechas por el gobierno. Tampoco las tiene nuestro arreglo democrático para el rechazo creciente de los ciudadanos a la democracia misma, a los partidos y a los políticos de la llamada partidocracia.

El arreglo democrático vigente tampoco alcanza para remediar la baja calidad de los gobiernos. Solo a un gobierno de muy baja calidad, incluyendo en esto la alta corrupción, se le puede escapar el más célebre y más peligroso de sus presos, como lo hizo Joaquín Guzmán Loera de un penal de máxima seguridad.

El hartazgo por la corrupción, por la violencia, por la partidocracia y por las pifias gubernamentales es lo que la opinión pública mexicana, una opinión incontrolable, dígase lo que se diga, regurgita cada día.

El enardecimiento que gobierna el momento mexicano nubla el juicio, pero también marca un rumbo. La agenda urgente de México es atacar la corrupción, la impunidad, la baja calidad de los gobiernos y el desprestigio de los partidos y de la política.

El gobierno debe plantarse frente a su sociedad a explicar y rendir cuentas de sus razones y de sus convicciones para actuar como lo hace, de sus limitaciones y sus errores tanto como de sus propósitos y de sus logros, y abandonar ese talante anestesiado que lo induce a pasar por alto o a atender tarde los escándalos de corrupción y violación de derechos humanos que salen a su paso.

Los problemas que marcan el momento mexicano no son más graves que antes, pero la mirada pública es infinitamente más exigente. Responder a la genuina pasión de honradez, eficacia y justicia que sale a borbotones de su sociedad, le devolverá al gobierno algo más preciado que la rectoría del Estado que buscaba: la confianza, la credibilidad y el respeto de sus ciudadanos.

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