El aporte de María Montessori a la educación no es sobre el qué, sino sobre el cómo.
Habiendo estudiado medicina, se ocupó de la instrucción que recibían los niños de barrios pobres. Ahí surgió la Casa del Bambini, ocupada en atender los hijos de los obreros que se ausentaban todo el día. Fue ahí maduró el “Modelo Montessori”, partiendo de hijos de familias en riesgo social.
Aunque hay muchas críticas en torno al sistema, especulaciones y exageraciones sobre sus virtudes, es innegable que su aporte principal se basa en el cómo educar.
Montessori considera que el motivo esencial de la educación no es enseñar, guiar, dar órdenes, forjar o moldear el alma del niño, sino crearle un medio adecuado a su necesidad de experimentar, de actuar, de trabajar, de jugar, de asimilar individualmente y de nutrir un espíritu crítico.
Algunas de las frases que resumen su postura son: “La primer tarea de la educación es agitar la vida, pero dejarla libre para que se desarrolle”; “Ésta es nuestra obligación hacia el niño: darle un rayo de luz, y seguir nuestro camino”; “Si la ayuda y la salvación han de llegar, sólo puede ser a través de los niños. Porque los niños son los creadores de la humanidad”.
La idea de crear un material apropiado para su idea de permitir a los alumnos crecer según su propia experiencia, le llevó al diseño y uso de materiales didácticos que son utilizados en los “ambientes Montessori” tanto individualmente como por grupos, y que presentan valores graduados de la funcionalidad, experimentación, estructuración y de relación.
María Montessori se interesó por la educación de los niños en riesgo social y con deficiencias mentales, por la liberación femenina – no obstante ser devota católica- , y por una adecuada instrucción al niño en edad preescolar.
En 1896 se graduó como la primer mujer médico en Italia.
