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Las encuestas me dan risa

Sergio Anaya
Lunes 27 de Abril de 2015
 

Artículo publicado el 14 de junio del 2014, reproducido ahora al calor de la guerra de encuestas.

Desde hace veinte años, ma o meno, las encuestas sobre preferencias electorales y preelectorales se han convertido en una herramienta indispensable para manipular a la opinión pública a partir de una falsa premisa: Las encuestas son infalibles, la pura verdad, la mera neta.

Esta fe religiosa en las encuestas nos fue masivamente inoculada a partir de las experiencias norteamericanas (desde el célebre debate Kennedy - Nixon, a principios de los 60s) y reforzada por la sociolgía funcionalista que antecede al discurso tecnocrático hoy dominante. Pero fue a principios de los noventa cuando se instaló como una religión en la vida pública nacional.

A partir de entonces se invoca a las encuestas como a la palabra de Dios, aunque este nuevo "dios" sea voluble, inconsisente y, la mayoría de las veces, inclinado ante quienes pagan el servicio.

A veces nos dicen cosas que ya sabíamos. Nos "revelaron", por ejemplo, que Luis Donaldo colosio no lograba impactar entre los mexicanos hasta que emitió su famoso discurso de marzo 1994. Antes de las encuestas todos, o casi todos, ya nos habíamos percatado de eso.

También supimos antes de cualquier encuesta que la elección del 2000 se inclinaba hacia Vicente Fox. Se sentía en el ambiente, en las pláticas de todos los mexicanos, se percibía lo que después vinieron a "descubrir" las encuestas.

Igual fue en el 2006 con el previsto "empate" entre Calderón y López Obrador. Una diferencia mínima donde las encuestas sirvieron para legitimar el golpe del Estado y los medios contra AMLO.

Nada nuevo nos dijeron las encuestas cuando se vio venir la apabullante ola mediática y mercadotécnica que impondría el triunfo de Peña Nieto en el 2012. Pero se usaron para reforzar la aplastante sensación de impotencia o aceptación resignada ante los resultados electorales que reinstalarían al PRI en el poder federal.

En cada uno de esos y otros momentos las encuestas han servido sólo para revelar algo que ya se sabe o se presiente, sin embargo se acude a ellas para legitimar intereses particulares o de grupo imponiendo una visión de la realidad que no siempre es exacta.

Incluso en los casos donde la encuesta es diseñada con rigor metodológico, sin intención dirigida, los resultados son tan volátiles que ante la variable más insignificante pero no prevista pueden resultar erróneos, no validados por la experiencia.

Lo mejor de todo es que los encuestadores tienen simpáticas excusas cada vez que se equivocan, lo cual sucede con demasiada frecuencia. Se justifican con el clásico acercamiento a los resultados reales. "Por solo x puntos nuestra encuesta es casi igual a la realidad, puntos que caben en el margen de error". ¿Cuántas veces no hemos escuchado esta disculpa vaga y trillada por parte de los mercadólogos de la política?

A referencias como éstas y muchas otras que hablan de la inutilidad y de la poca confiabilidad que tienen las encuestas, se suma ahora la confesión de encuestadores "de gran prestigio" que han reconocido haber trabajado para tal o  y precandidato que busca en los sondeos de opinión lo mismo que buscaba la bruja del cuento cuando decía al espejito mágico "¿quién es la más bonita del reino?"... aunque los encuestadores no sean tan sinceros como el mencionado espejito.

El episodio más reciente que muestra el carácter maleable -malévolo- y la inutilidad de las encuestas es la guerra de cifras entre los precandidatos a la gubernatura de Sonora, lo mismo los del PRI y los del PAN.

Hemos visto estos días como cada uno de ellos y ella han difundido encuestas donde aparecen en la delantera de los posicionamientos preelectorales. Un día los Gándara, otro la Pavlovich, al día siguiente Astiazarán y al rato Figueroa... Así aparecerán aferrados al cacareado e inexistente prestigio de firmas encuestadoras cuya única metodología real es el monto del pago que reciben por sus servicios.

De todos los ansiosos precandidatos que pululan por ahí sólo los más atrasados dirán la verdad de las encuestas: Que éstas no sirven para nada más que para apantallar a ingenuos, manipular percepciones, llenar espacios pagados en los medios, alentar a los periodistas amigos y evitarnos el esfuerzo de pensar por nosotros mismos si nos atenemos a la "Verdad Verdadera" de las encuestas.

Tales verdades en boca de un precandidato que no figura en las encuestas desparecerán cuando él mismo ordene encuestas a modo para aparecer como el más adelantado en las simpatías (pre)electorales.

Por eso me dan risa las encuestas, por la sarta de tonterías que provocan en los políticos calientes (en términos de poder, conste) y en su numerosa corte de aritculistas, columnistas y opinadores a sueldo.

Dan risa, sí, pero también preocupan por el bajo nivel de una opinión pública atenida a la trivialidad manipuladora las encuestas.


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