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Leer es un placer genial... sensual

Jaime E. Mondragón M
Domingo 27 de Enero de 2013
 

La Educación,  secreto del éxito (7)

En los ESCRITORIOS ECONÓMICOS anteriores presenté algunos datos y consideraciones sobre la lectura en México.  En particular, me referí a los muy pobres resultados de la reciente Encuesta de Lectura (de la organización Funlectura) que nos ratifica como un país de escasos lectores. La Encuesta muestra fehacientemente que somos un país de analfabetas funcionales.

La pregunta que nos brinca de esa Encuesta es obvia:  ¿Por qué razones no leemos los mexicanos?  Las respuestas son muchas pero sin duda la más contundente es la misma que declaran los expertos de la enseñanza en todos los países del mundo:  en la casa nuestros padres no nos enseñaron a leer. Yo quiero aportar una causa más de carácter muy actual: la tecnología,  contrario a lo que se piensa de ella, nos priva de las oportunidades, delicias y riquezas de la lectura.

Las décadas de los 50,  60 y 70 del siglo pasado fueron de lectura.  La carencia afortunada de televisión e internet obligaban a la gente a entretenerse,  instruirse y cultivarse en los libros.  Los libros no sólo promovían el enriquecimiento personal:  también eran responsables venturosos de la intensa relación afectiva que establecían los padres con sus hijos y los maestros con sus educandos.  

Soy persona de la generación de los Babyboomers.  Soy de mediados del siglo pasado. Viví una vida doméstica muy intensa.  Como lo apuntó el filósofo y dramaturgo irlandés Shaw,  adquirí la educación en casa.  Mi casa fue un recinto de libros y música. A mi padre lo recuerdo siempre con un libro en la mano, una recomendación bibliográfica y una imaginación educada que hacían de su conversación una cátedra interesante y graciosa. Nunca agradeceré lo suficiente a mi padre el haberme legado  el gusto por la lectura y la convicción del compromiso social.

Yo estaba apenas en curso básico de alfabetización cuando mi padre puso en mis manos un libro que contenía la magia infantil de los cuentos de Andersen y de  Grimm. Luego aprendí por mi cuenta, que también hay cuentos de pésima confección y contenido:  los de los políticos.  Pero mi adolescencia se encantó con  “La Cabaña del Tío Tom”,  “Las Aventuras de Tom Sawyer”  y las de  “HuckleberryFinn” en los parajes fluviales del Mississippi.  Mi padre obsequiaba los libros adecuados a las edades y ello nos convirtió en viciosos de la lectura.

¡Y cómo disfruté los libros de aventuras de Sandokan,  el pirata!.  Después,  con la petulancia de los primeros años de la juventud,  devoré la vasta literatura de Julio Verne. Por él conocí la luna antes que Neil Armstrong,  las maravillas abisales antes que Jacques Costeau y los paraje enigmáticos de este desgastado y agredido planeta por sus documentados relatos  “De la tierra a la luna”,  “20,000 leguas de viaje submarino”  y  “Viaje al centro de la tierra”.  

Fui asiduo lector de Dumas y su muy extensa obra literaria.  Sin duda,  “El Conde de Montecristo”  es el mejor de todos los libros juveniles.  Y si me presionan,   me atrevería a decir que es el mejor de todos los libros que he leído.Y conste que de esos tiempos hay que comentar sobre “Los 3 Mosqueteros” y otras obras del mismo género que nos obligaban a fantasear.  Por cierto que no es lo mismo “Los 3 Mosqueteros”  que  “Veinte años después”.  Tenga cuidado para no confundirse,  estimado lector.

Los clásicos  homéricos  “La Ilíada”  y  “La Odisea”,  conjuntamente con “La  Eneida”  de Virgilio,  me provocaron  sueños en que yo mismo participaba en batallas épicas con héroes y dioses.  Yo entonces al dormir soñaba;  el resto del día ensoñaba.  Mi imaginación crecía con la literatura y hacía que el mundo se encogiera,  mostrándome sus prodigios sin transportarme físicamente.  

Declaro con toda verdad que no he necesitado del cine, la televisión o el internet porque los encuentro reducidos de capacidad técnica.  Nunca podrán competir contra la imaginación desarrollada de un  hombre lector.  

De Miguel de Cervantes Saavedra he leído no menos de cuatro veces su  “Ingenioso Hidalgo Don Quijote de La Mancha”.   Y cada vez lo encuentro mejor y más rico en sabiduría.  Mi predilección por Cervantes la reafirmó mi suegro,  que era erudito en literatura clásica española y me regaló ratos estupendos de charla ilustrada y emocionada, además de excelentes vinos chilenos de factura doméstica.  Con mi suegra fui un hombre (yerno) de excepción:  la quería y la admiraba.  Soy afortunado,  pues no tuve que casarme con una huérfana para ser feliz.  La lectura es virtud y pasión,   aunque sean términos contradictorios.  

Dostoyevski me encantó,  aunque deprimen sus personajes idiotas y epilépticos.   Tolstoi me pareció místico exagerado y relamido y a Andreyev lo encontré tolerable.  Me quedo con Víctor Hugo y su  Quasimodo,  personaje ternísimo que me hizo imaginarlo entre las torres y el campanario cuando visité el gran templo de Nuestra Señora,  en París.

Sin duda,  por méritos literarios y personalidad avasalladora destaca entre lo más fino Oscar Wilde, por elegante e irónico. “El abanico de Lady Windermere”,  “La importancia de llamarse Ernesto”  y especialmente  “El espejo de Dorian Gray”  resultan obras exquisitamente  ¨Victorianas¨.   De entre sus cuentos,  “El ruiseñor y la rosa” es una obra sublime que conmueve profundamente a los lectores.  La vida desordenada de este excepcional escritor fue divulgada durante el juicio que por sodomía se le instruyó y que le trajo cárcel y expulsión de Inglaterra.  Un final tristísimo para un escritor soberbio.  Su fama lo perdió y lo rescató la ignominia.

De los escritores nacionales y latinoamericanos, ya charlaremos ampliamente,  pues ello requiere  homenaje,  tiempo y espacio.  De cualquier manera,  anticipo mi admiración y predilección por José Rubén Romero en prosa y por Salvador Díaz Mirón y Manuel Acuña en poesía. Lo prosaico hecho poesía exquisita se debe a Renato Leduc, el bohemio envidiado y discutido que se jactaba de haberse hecho hombre en los barrios bajos de un París de moral decadente.  

Mi declaración sobre Leduc no tiene propósito de generar polémica,  aunque sería bienvenida cualquier opinión en contrario. Pero por encima de todas las diferencias que pudiéramos tener al respecto de libros y autores y que deben ser innumerables, estimado amigo lector, hay un factor común que ya nos une fraternalmente: la literatura.  Usted y yo compartimos un mundo de riquezas inagotables.  Participamos de un  privilegio de reyes. Disfrutamos del galano arte de leer,  que sin duda nos fue heredado o impuesto venturosamente por nuestros padres.

Mi caso y el de usted,  no son aislados y sí son muy agraciados.  Leemos porque en casa nos hicieron lectores.  ¿Se necesita una evidencia mejor y más válida?  En consecuencia,  amigo lector,  a nuestros hijos y especialmente a nuestros nietos,  inculquémosles la afición por la lectura.  Les estaremos regalando un mundo sin límites que su imaginación, educada con los libros,  les hará construir.

“Leer es un placer genial …   sensual.”   ¿No le parece?

ESCRITORIO ECONÓMICO
M.N.I. Jaime E. Mondragón M.

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