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Lo reconozco

Jesús Noriega
Sábado 18 de Novimiebre de 2017
 

Hay detalles y circunstancias que me entroncan a Ramón Íñiguez: Me molesta que la cajera redondee mis centavos. Me disgusta la música de bandas norteñas, más cuando la ponen a todo volumen. Y el futbol. Me gusta piropear meseras y dejarles propinas. Pero no los meseros.

Enfurezco con los cafres del volante y los transgresores de vialidades, él también. Nos seducen las novelas históricas y preferimos, las de finales infelices. A ambos nos gustan los sombreros de paja, de toquilla y tafilete negros. Mejor si son ecuatorianos.

Nos enternecen los perros y odiamos a los gatos. Es el rasgo de compasión que trasmina la máscara. Ambos descreemos de boletines y versiones oficiales y, de las gacetillas oficialistas.

Ramón al igual que yo, no cruza semáforos rojos ni en la soledad de la media noche en calles solitarias de la ciudad. Tampoco tiramos una cáscara de cacahuate por la ventana del carro... llevamos dentro al policía que nos impide torcer las leyes.

Platicamos de cosas comunes: los dos sufrimos y sobrevivimos la travesía del infarto del miocardio. Creemos en el poder de la palabra, en el valor y obligación de los decires, en la perdurabilidad del pacto que subyace a la escritura.

Decir no, no le provoca sentimientos de culpa, siempre que la elección no pisotee dominios entrañables. Es amigo de sus amigos. Rebosa motivos espirituales.

Tengo a Ramón Íñiguez entre mis personajes favoritos. Por la consistencia de ideas e ideales lo escogería como el hermano mayor que no tuve. Lo tomo como modelo fraterno de tenacidades y fortalezas del espíritu, porque:

En sentido concreto “sensei” es la expresión nipona que designa al maestro, al sabio, a una persona docta y, literalmente significa “el que nació antes”. En la concepción amplia y, en sentido filosófico, aduce a “el que recorrió el camino” o “el que llegó antes”.

“Sensei” es entonces no palabra o frase fija sino ideograma, es un concepto o constructo. Es la construcción mental que alude al puntero en conocimientos y experiencia. Tengo por seguro que a todos o casi todos contenta que Ramón sea “sensei” en sentido estricto y vasto.

Ramón era maniático del orden, de los reglamentos y la puntualidad. Obseso de horarios y aniversarios, prefecto de la sintaxis y la ortografía. Era coleccionista de anécdotas, de las petit histoire confesionales que anidan versiones paralelas profundas, las que se esbozan sotto voce, es decir en voz baja y imposibles de hallar en periódicos, revistas o textos. Era experto en los trascendidos y de subtextos que camuflan las crónicas y notas.

Ramón poseía memoria prodigiosa, pletórica de registros infinitesimales, de engramas, correlatos y quales. Era de ésos sujetos escarmentados que levantan la ceja sólo cuando las catástrofes o los puntos de quiebre ocurren, de los que exhiben el enojo e inconformidades ante los veredictos históricos dictados desde el poder.

Le molestaban los tratos ampulosos, el academicismo, los magisterios o las distinciones magisteriales, el retruécano, la moralina, el adjetivo fatuo, el engaño o la mentira. Era alérgico a galardones y distintivos, a insignias y homenajes… No es el caso, pero su obsesión evasiva habría impedido el homenaje que hoy hace Culturas Populares o el que hizo Escritores de Cajeme en el reciente Asedio.

Era una peculiar personalidad activa que soñó escenarios y construyó realidades.

Íñiguez Franco fue, por el gusto de llevar la contraria, chamaquillo socarrón, caprichoso y retobón metido con naturalidad en un corpachón zanquilargo de dos metros que se regodeaba ensayando máscaras de terquedad, ironía y, no pocas veces, de gruñón inaccesible. Era mazapán chocolate amargo envuelto en.

En el mundo de los aprendizajes de vida. En la memoria íntima de los hechos que marcan. En el resumen de existencia, rememoro el quiasmo con que el verano de

1971 abrochó la medalla del torneo basquetbolero a mi camiseta Zaga: el segundo lugar es el primer perdedor.

Aquel fue el consejo-advertencia para no regatear ánimos cuando se trata de descollar segundos lugares, y cuando la fortuna del triunfo se impone, a ser magnánimo en la victoria.

La trayectoria pública de Ramón la matizaron la generosidad, perseverancia, inteligencia, lealtad y nacionalismo. Cinco atributos que poseyó con solvencia y no necesariamente en ese orden, pero en cada caso con suficiente peso específico para fundar logros y éxitos en el recorrido de vida.

Rescato para esta lectura su nacionalismo: fue mexicano que aborrecía las fronteras y lamentaba los talentos trasterrados por el regateo de oportunidades. Amó patrióticamente a México. Amó profundamente sus matrias: la Guadalajara que siempre añoró y el Valle del Yaqui que lo adoptó.

Si me apuran a definir a Ramón en dos palabras, tengo que hacer mayúsculos esfuerzos de síntesis para decirles que era “Hombre Creíble”… Sí, el contrario de increíble. La definición necesariamente pasa por y aglutina: confianza, experiencia, honestidad, sabiduría y conocimiento práctico, astucia, valores y humanismo. Dichos, asertos y conducta de Ramón tenían credibilidad. Fue “Hombre Creíble”… el contrario de increíble.

Me conmueve que tras el año de su muerte homenajeen a mi amigo, porque no es reciclaje de aquel reconocimiento “Ciudadano Distinguido de Cajeme” que recibió en el 2006, no son lauros postreros al bibliotecario hechizo que se jubiló prácticamente para morir, tampoco se trata de adulaciones extemporáneas al burócrata honesto –ni diciendo “burócrata” en el sentido menos denostativo.

Percibo que los honores que hace el gremio de la cultura cajemense recapitulan los lances de vida de Ramón Íñiguez Franco, que son juicios de valor positivos a favor del ciudadano responsable que fue, que son créditos post mortem al hombre que trocó visiones en realidades o, el postrimero recuento de las obras que dejó el constructor de instituciones, que también fue.

¡Y por qué no!: también es el acto aldeano de mi Cajeme querido, de mi querido Cajeme, de sacar a la plaza pública a ventear los esqueletos del santón Ramón para ejemplo de contemporáneos y asombro de los renuevos.

Celebro que Ramón sea ejemplo intergeneracional de vida honesta y productiva, que el paso del tiempo acreciente el sentimiento de gratitud de los creadores que sintieron el amparo de este hombre liberal non, y que en el paso del tiempo no se esfume el ejemplo de ciudadano virtuoso que significa.

Lo reconozco –hacerlo implica poseer dosis de intolerencia con la injusticia, intolerancia con el desorden, impertinencia ante los necios e irrreverencia con poder abusivo–, lo reconozco: atesoro los consejos y advertencias de Ramón. Es filón bueno de lo que traigo conmigo.

Au revoir, maese..

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