A escaso dos días de que se cumplieran 41 años de la tragedia de San Ignacio Rio Muerto (23 de octubre de 1975), se suscita otra tragedia que golpea y enluta a la sociedad sonorense, a la comunidad del Valle Del Yaqui, específicamente a la Loma de Bácum.
El primer informe del suceso de la Loma de Bácum dice “es un conflicto interno de los miembros de la Tribu yaqui”, y esto dentro de un concepto de Nación como se le considera al territorio yaqui.
Hay quienes consideran que el desenlace de este conflicto pudo haberse evitado, como sucede en muchos casos, por medio del dialogo .Pero al parecer éste estuvo ausente, no se dio.
Sin embargo esta muerte hará historia para el Gobierno de Sonora, tal como lo hizo la tragedia aquella de 1975, en San Ignacio Rio Muerto en la que murieron siete campesinos, que en ese tiempo solicitaban tierras. A más de varios heridos y otros tantos detenidos.
A la Ddistancia de aquel suceso de 1975, muchos son los que aún se preguntan si valió la pena la muerte de siete campesinos, como se tendrá que preguntar ahora si valió también la pena la muerte de este indígena de la etnia yaqui.
Con la muerte de aquellos campesinos de San Ignacio Rio Muerto, a los pocos días el gobierno federal decretó la expropiación de alrededor de 100,000 hectáreas de terreno agrícola, entre los valle del Yaqui y Mayo, para entregarlos a los campesinos que habían entablado aquella lucha por tener un pedazo de tierra y tal vez como después se diría, se colaron en ella muchos que no sabían nada del campo.
Esta medida si bien beneficio a muchos campesinos, trajo consigo graves resabios a quienes se les afectó.
Sin embargo, la firma de aquel decreto de expropiación estuvo manchada de sangre.
Juan de Dios Terán Enríquez, Rogelio Robles Ruiz, Benjamín Robles Ruiz, Rafael López Vizcarra, Miguel Gutiérrez L., Enrique Félix Flores y Gildardo Gil Ochoa, fueron los que dieron su sangre aquella madrugada del mes de Octubre en el Block 715 del Valle del Yaqui, para que se firmara ese decreto, cuando al decir de muchos testigos y sobrevivientes de aquella tragedia, las balas provenientes de la armas de los hombres de Francisco Arellano Noblecia, acabaron con sus vidas.
A poco más de cuatro décadas de aquel suceso, lo más triste de la tragedia que enluta a la tribu yaqui es que el conflicto se dé entre ellos mismos, tal vez por alguna mano que de lo profundo de la oscuridad maniobre para la división entre ellos, contraponiéndose a la unidad por la que lucharon sus antepasados y lograron darles la herencia histórica que debe contar como gran riqueza entre sus haberes.
La imagen de Juan María Leyva Pérez “Cajeme”, de Juan Maldonado Waswechi “Tetabiate”, se ven opacadas hoy, no por signos que debieran enorgullecerse a la tribu, sino porque trastocan el legado histórico que ellos con sus liderazgos políticos y militar engrandecieron a la tribu y a su nación.
Tal vez los que lidereen a los pueblos en conflicto de esta etnia evoquen la sabiduría de aquellos antiguos guerreros y logren resarcir las heridas que se han causado, de lo contrario correrán el riesgo de dar pasos agigantados hacia el pasado oscuro y grotesco que a punto estuvo de extinguir a la tribu, cuando hombres llenos de ambiciones, se aposentaron en esta nación, no importándole sus hombres, mujeres, ancianos y niños, sino sus bienes tangi bles, en este caso sus tierras.
Es indudable que se tiene que dar paso a la modernidad y al progreso y el progreso debe también alcanzar a la Nación Yaqui, pero este debe darse entre varias dosis de mesura y esto entre todas les partes que se involucran.
El Gobierno del Estado sí tiene capacidad de diálogo, ya lo ha demostrado.