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El Chato

Andrés González
Miércoles 24 de Enero de 2018
 

“Entre la nostalgia del recuerdo”

“Tú fuiste la que me hizo comprender mi afán, y fuiste la que le dio luz a mi vida y así podré cantar…

Vamos, no tenga miedo… Es cuestión de cerrar los ojos…dejarse llevar, apilar cual bultos los suspiros y entrelazar sentimientos. No tenga miedo de sus demonios e infiernos, usted puede escribir   limpia su historia, nadie vive para contradecirlo.

Al Chato, lo conocí muy bien, le puedo decir hasta de qué color eran sus lágrimas. Contarle cómo  pasaba tardes en el techo de la vecindad de la colonia roma, pensando de qué color eran los ojos de su madre… O cuando lo mandaban a bañar, cómo gritaba en vano “!Mamá ven por miiiiiii!”

La Colonia Roma era una vecindad, aquí  en las calles  Leandro Valle y Teniente Azueta parte oriente, (También era, se me pasó decirlo, hotelito de paso, ya les contaré) contra esquina una unión de estibadores, enfrente una tlapalería de los Lizárraga y arriba una escuela de vocalización y canto del maestro Villanueva un lilo de espalda  llena de lunares. Una vecindad tipo mesón en el lado sur – oriente, Vallin y sus  taller de Bicicletas. Ese era el barrio que defendíamos “aunque brotara el Mole” de los grandotes de la Carvajal, los de arriba de la loma.

La palomilla éramos: Víctor “El Fofoy”, Manuel, nieto de Doña Lola,  el chato y yo, más  El Greñas” “El Babas” y “el Burro” amigos del mesón, jugábamos carro por la tarde con quien nos retara,  invencibles en el trompo, yoyo y canicas.

¡Anímese  ya ve, es solo cuestión de dejarse llevar! 

Mire, cuando llegó aquí, es porque su papá lo dejó encargado con su abuelita Cande, quien a la vez, soportaba las personalidades de sus dos hijos, Chava y Carlos, uno carpintero y el otro plomero, el uno serio, el otro bohemio.

 A veces llegaba el papa del Chato y se lo llevaba a no sé dónde, pero al poco tiempo lo regresaba, creo que no le caía bien a las madrastras.

Era muy inquieto, no se detenía por nada, antes de los diez, se metía a cualquier cantina llena de parroquianos, echaba un mambo en la rocola y se ponía a bailar como churumbela  y sin miedo pasaba con mucha propiedad charola a los borrachos. Eso sí, nunca guardaba dinero, todo lo gastaba, lo compartía con nosotros, pero la aventura era enfrentar el futuro sin ventajas, si no,  no traía chiste.

 A los 11 años, se escapó de la casa, bueno ni cuenta se dieron, ni reclamaron nada. Quería buscar a su mamá, sabia que en alguna aventura la encontaría y se fue hasta Guadalajara y regresó al mes.

Todos en el barrio le preguntábamos como le hizo, con ojos asustados lo escuchábamos las peripecias de su viajes, qué hacía cuando tenía hambre, dónde dormía. ¿no le asustaba viajar solo? Y como si fuera una revista de aventuras ( como las que rentábamos a un  lado del Toro Manchado) se convertía en nuestro héroe y nos pasaba ondas de lo que era la vida.

En una ocasión, cerca de los 12 años, se acercaba un 10 de mayo y todos los niños del barrio, preparaban ya sus regalos para sus mamás, solo el chato tenía a su madre sustituta, su abuelita Cande, un señora madura, madre soltera  que también había criado de pequeño a su padre.

Todos   presumían qué le regalarían a sus madres, Un juego de platos, yo, unas tazas, decía otro, y tu chato? ¡Cállate! Qué no sabes que es huérfano.

¡No era  huérfano, se decía, no podía explicar como era una caricia materna, la imagen se perdía en sus recuerdos, pero sabía que  existía en alguna parte del mundo. Además, su abuelita Cande llenaba en mucho el vacío de su triste corazón.

Bueno, pues a la historia, resulta que se preguntó qué haría para regalarle una vajilla completa, que superara la presunción de sus amigos y mucho le ayudó su vasta experiencia comercial de haber vendido chicles, dar “bola”,  hacer mandados, pero aquí  tenía que ser algo más allá de lo posible.

Expurgó muchas opciones, pero ninguna le ofrecía lo suficiente seguridad, hasta pensó en pedirle ayuda a Santo niño de Atocha, el santo preferido de su abuelita (y lo hizo)…

A la Colonia Roma le rodeaban algunas cantinas, desde “el Canaima”, hasta “el Toro Manchado” por la Serdán, los billares de la Ocampo. Al Chato en la cocina, esperando la ayuda divina intercesora,  una idea iluminó su intrepidez mental, vio en la mesa  dos huevos,  , una servilleta, una salsa picante de botella…algo faltaba…!Un balde! Mmm… En la estufa de petróleo, llamado también destilado, se empezaron a coser los sueños de los cuales siempre salía   triunfador…

Minutos más tarde….  ¡huevos cosidoooos! Me quedan solo doooos! A ver tu chamaco, ¿a cuánto los das? A peso cada uno, me quedan solo dos! ¡Dámelos!.... ¡Corriendo al mercado nos fuimos y compramos 6!  ¡Traes más salsa? ¡Pos échamelos todos! Y así, al final de la jornada del día 9 de mayo, antes que la abuela Cande regresara de un retiro de “las piadosas de Atocha” Teníamos (dijo la mosca o para efectos literarios…)!60 pesos! Que nos alcanzó para la vajilla, una docena de huevos, dos litros de destilado, y una sonrisa de la abuela que al levantarse, fue a  abrazar al tío Carlos por haberse acordado de ella por primera vez en 20 años. El Chato no dijo nada, sonrió de saber que había hecho felices a las dos personas que más quería en el mundo - o las únicas que tenía para querer-.

Nunca fue a la escuela, su abuelita no podía caminar, su tío siempre en la chamba o pixteando, pero aprendió a contar, vendiendo chicles o silabeando el abecedario con las vocales, preguntando se llega a Roma… ¡y esa era su colonia!!

¡Relájese!... Tenía 12 años cuando empezó a trabajar de campanero en el recorrido de los camiones recolectores de basura, todo  iba bien, hasta que un día, se quedó dormido. La basura se acumuló y a él lo despidieron sin honores. También fue comparcero ganador en un carnaval, y por esta calle llevaba pan al mercado.

Aquí, se encontró a su primer amor, Lourdes una bella niña de pelo largo, hija de  don Guillermo y Doña Lidia. El de 13, ella de doce, sus besos siempre fueron visuales; todo estaba bien hasta que el Víctor un niño de 14 con cuerpo de 16 se enteró… “¿Así es que andas diciendo que mi hermana es tu novia”? No poss, ella me dijo que si… poss ningún huérfano como tú vas a ser novio de mi hermana, dicho eso le tiró un golpe, pero el chato se sacó ágilmente  y el “Fofoy” cayó, pero en el aire recibió un golpe de “Kid Huerfano”   que le sacó “el Mole” ante la atónita y respetable mirada de la pandilla que se cobraba los excesos y abusos del Goliat a través de la victoria del pequeño David. Nuevo líder en el barrio, aunque perdió la novia, sin haberla besado.

El Chato era así, atrevido y yo su escudero, cómplice de muchas cosas (no graves) no publicables, como los lunares en la espalda…

Mire aquí en la Serdán y la Leandro valle, contra esquina del mercado, estuvo una radio, enfrente la zapateria Canada, contra esquina una botica y por la misma calle los plataneros.

Solíamos caminar, en soledad  rumbo a las albercas de la carpa en Olas Altas yéndonos por la Ángel ¨Flores y aventarnos clavados, en aquellos cimientos y techos de concreto que era la atracción de todos los vaguillos sin fortuna, luego nos sentábamos en el malecón de Olas altas, frente al Freeman   y  el Belmar a re-oir la algarabía de los carnavales acumulados, y vernos correr entre la gente buscando una moneda, algo que comer, un antifaz o una pareja de gringos buscando diversión. Nos gustaba subir al cerro del centenario por la punta sur del paseo, por el colegio de occidente, subir y dar vuelta y terminar por lo que fue la aduana vieja, pasando por la cárcel militar, aterrizando en lo que era la playa sur, con sus balnearios, pescado asado y mariscos, y los tíos  rete-alegres tomando pacifico bien heladas, mientras la abuelita nos gritaba ¡No se metan muy hondo! Y por allá, el cerro del Creston celoso guardián, contando entradas y salidas de los barcos, mientras “Los Chivos” balaban las mareas y los aires en la isla de la piedra. O bien,  algunas veces, por la Alemán llegábamos a los muelles, para medir nuestra estatura con los gigantescos barcos, y seleccionarlos como: petroleros, cargueros, de pasajeros, donde algunos marineros, ante nuestra inquietante insistencia y nuestra gracia, nos regalaban monedas ( que nadie nos cambiaba) o cigarros que mareaban nuestros cerebros, de ahí nos íbamos al “garrol” así se le llama a la comida que les dan a los marinos de la armada y nos gustaba imitar, los sonidos del silbato “ tu tuiti, tu tui, tu tui, tu tuiiiti, allí no  faltaba un cocinero que nos pasaba un garrol que nos daba fuerza para seguir nuestro viaje.

¡Vamos, no se ponga sentimental! Los fantasmas de la nostalgia no asustan, solo pintan realidades que ya no existen.

Le cuento que a los 14, en la asegurada del  imss de la playa norte, donde está el Mono Vichi, - no faltará en el futuro, algún persignado que lo vista- el chato tomó clases de teatro  con la maestra Malena y música con el profe Landeros, inclusive hicieron un conjunto de rock, con el Eggar, El Pancho, El Astronauta y el chato como cantante, ahí escribió su primera canción “Quiero” preámbulo de la carrera artística que siempre había soñado, desde que bailaba en las cantinas o cantaba en los  camiones.

Al chato lo recuerdo jugando básquet en el gimnasio que estaba, en el desierto entre el camino que bajaba de la cárcel de la colonia Juárez a la carretera internacional, cantando o echando la paloma en el salón de baile popular deportivo Juárez, con el Burras y el Astronauta. En el Campo 5,o el Bule conociendo la vida nocturna non sacta, en el Muralla escuchando a los Bui-3, o por la Zaragoza en el ferrocarrilero (creo) escuchando a los Millán.

Era una aventura, bajar de la Colonia Juárez, pasando por el Gym, entre desierto, manglares y palmeras hasta la internacional, pasar por el Teodoro Mariscal donde los fantasmas gritan “Se fue y se fue ala” tras cuadrangular de los venados, con Kid Alto como comentarista. Luego el Aeropuerto, viendo bajar los nuevos jets de propulsión a chorro y los cuatrimotores próximos a jubilarse de Mexicana de aviación. Nuestro mundo al norte llegaba hasta el Sabalo y a los Venados. A pata por la internacional hasta la Carrasco y entrar a la Serdán, ver las carteleras del Cine Zaragoza y preguntar cuando habría concurso de aficionados para ganarse una bolsa de pan, si es que la campana no lo impedía.

¡Tranquilo! Séquese los ojos que lo verán llorar y preguntarán por qué…

Un día, para mi tristeza, el chato se fue, y nunca regresó para quedarse prisionero como muchos, cuya vida es prisión. Lo recuerdo como si fuera ahora. Se sentó, precisamente ahí donde está parado usted y me dijo: tengo que ir a perseguir mis sueños, a crear mis demonios e infiernos, a hacer cosas de las cuales arrepentirme, sin la vergüenza correspondiente, a ser no lo que el destino me depara por estas realidades. Vi como sus ojos trataban de liberarse de los recuerdos todos: Abuelita, Carlos, Chava, Fofoy, Lourdes, colonia roma, mercado, las angostas calles del centro, mamá ausente, padre aventurero, cada lágrima, cada gruñido de hambre en el estómago, el silbato de los marinos, las canciones que esperan, los clavados en la carpa, las plegarias a los dioses sordos, las caretas carnavalescas de la vida.

Volteo a ver la Colonia Roma, La casa de los Chávez, Los Ureña, los Lizárraga, los Vallin y vio como cada quien rompía sus espejos y nuevas fachadas aprisionaban con grilletes los recuerdos. No le vi rodar lágrimas, como un actor de cualquier historia dejó caer el telón  a sus espaldas y partió entre piernas y bambalinas….

Ah se me olvidaba, quiero enseñarlo algo, porque me inspira confianza, venga…

¿Con quién hablas padre?...

Caminé autómata  hasta la puerta de la Vecindad y adentro de una cavidad señalada  en la derruida pared había una palabra mal escrita que decía ¡bolberé!

¿Por qué lloras padre? Qué te pasa? ¿Te sientes mal?

Por nada hijo, aquí, es esa esquina estaba la Colonia Roma y   aprisionados los instantes de mi infancia, cada gota de aire  un suspiro de recuerdos que ya no me lastiman, que vuelan ya por los aires pagadas sus penitencias.

A quien le dices adiós?

Le digo adiós al Chato y a su amigo imaginario…

¡Mazatláaaaan, ay mi Mazatláaaaan!


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