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Del boom al crack, ¿hacia dónde se encamina la narrativa iberoamericana?

Gustavo de Paredes / educ@upn.mx
Domingo 26 de Abril de 2015
 

El boom

García Márquez vivía en la Ciudad de México cuando escribió Cien años de soledad.1 Antes de plasmar la historia en blanco y negro, relata su amiga, la publicista Bertha Maldonado: “Gabo mandó hacer una mesa de vil ocote... La pidió lo suficientemente larga para que cupieran, del lado izquierdo, las resmas de papel blanco; en medio, su Smith-Corona; a la derecha las cuartillas que iba aprobando y un cenicero que siempre estaba atestado de colillas". Dos años más tarde, cuando puso punto final a la tarea, el narrador dedicó el mueble a las hijas de Maldonado: "Para Aline e Irene, esta mesa en que se escribió la pinche novela. Gabriel, 1967”.

Cien años de soledad es para muchos el referente novelístico de la literatura latinoamericana. Su exacerbada fantasía constituyó una fuerte ráfaga de aire, aun superior al acusado ventarrón que ya soplaba con Hombres de maíz, La ciudad y los perros, La región más transparente y El siglo de las luces,2 nacidas de la inventiva de una progenie de autores con fuerte proyección en el contexto latinoamericano, agrupados dentro del distintivo genérico del boom, voz inglesa cuya acepción más certera remite a la idea de una serie de acontecimientos que se desarrollan con rapidez inusitada, y que encuentra su raíz en la convulsa situación de América Latina en los años cincuenta y sesenta.

Aun cuando no se le reconoce como un movimiento literario programado, los supuestos en que se fincó el boom no fueron una mera casualidad; sus miembros manifestaron una voluntad revolucionaria para contar historias rompiendo con los cánones técnicos, estructurales, estéticos, e incluso temáticos, hasta ese entonces en boga, al impulsar la desintegración de las formas narrativas tradicionales, experimentar con la simultaneidad del lenguaje y crear novedosos mundos de ficción como los contenidos en La casa verde, El señor presidente o La vida breve.3

El cambio que propulsó este círculo de literatos no se explica sin la existencia de denominadores comunes: uno es su identificación con la izquierda; otro, el hecho de que radicaron en Europa, región donde entraron en contacto con autores que marcaron tendencias en el pensamiento contemporáneo. Creadores del calado de Flaubert, Proust, Camus, De Beauvoir o Sartre, fueron el epicentro de su inspiración, sin demérito, claro está, de Dickens, Joyce, Gogol, Tolstoi o Dostoievski; de la tradición prehispánica, del Siglo de Oro, las generaciones del Ateneo y de Medio Siglo, en México; del conocimiento que tenían del trabajo narrativo de Henry Miller, Truman Capote, la “generación perdida” de Fitzgerald, Steinbeck, Pound, Faulkner, Dos Passos y Hemingway, además de la dramaturgia de Eugene O’Neil, Tennessee Williams y Arthur Miller.

La estadía de los escritores del boom en el Viejo Continente fue fundamental porque impulsó el intercambio trasatlántico de ideas, y detonó el surgimiento de una corriente cuyos efectos trascendieron las fronteras de la intelectualidad al incidir en el debate ideológico y penetrar los círculos políticos (Vargas Llosa, García Márquez y Fuentes orbitan en torno al poder); también favoreció el análisis de las múltiples problemáticas de América Latina desde ángulos estilísticos, filosóficos y discursivos que nunca antes habían sido enfocados; y, finalmente, consolidó la aceptación internacional de la narrativa de la región, ya engrandecida con el trabajo de novelistas “de la Revolución” como Mariano Azuela, Francisco L. Urquizo y Martín Luis Guzmán, al igual que por narradores de la talla de Juan José Arreola y Juan Rulfo.

La propuesta de los escritores del boom refuerza lo que Juan Villoro denomina “sentido de pertenencia” a la tierra de origen. Cristóbal Nonato plantea una visión crítica sobre la sociedad mexicana postrevolucionaria; Conversación en la Catedral, lo hace en torno a un Perú “jodido” por la corrupción y el inmovilismo de su gobierno; El reino de este mundo y Los pasos perdidos escudriñan “todas las edades de La Habana” y Macondo es una representación mágica, por momentos atroz, de los pueblos del Caribe.4

Los textos que producen se ramifican y entrelazan con pericia para presentar al mundo una visión compartida de América Latina, bolivariana, podría decirse. El subcontinente es interpretado a través del espíritu libertador de un caudillo de prosapia, cuyos ideales germinan en el fértil imaginario de un racimo de narradores entregados a la tarea de labrar una identidad, al unísono nacional y regional, valiéndose de un poderoso eslabón unificador: la lengua. Así, amalgaman a la región para explorar e interpretar su faz que, como dice la melodía, huele a “corrido y charango, carnavalito y miel…”, pero “... siempre herida y siempre maltratada, soñando libertad...”

Las plumas del boom exponen las entelequias libertadoras y justicieras de América Latina y reflexionan con profundidad sobre las terribles desigualdades, agravios y crudas disputas por el poder, que la sitúan como una región inestable y proclive a ser gobernada por una clase política de amplio espectro, dentro del cual confluyen desde incendiarios dictadores y populistas supinos, hasta álgidos neoliberales “globalifílicos”.5


El crack

Y es precisamente esto último, el advenimiento de cuadros políticos con escasa raigambre nacionalista, defensores tenaces de la máxima fisiócrata laissez faire-laissez passer, sumado a la absorción de revolucionarios adelantos tecnológicos provenientes de otros puntos del Globo (particularmente en los ámbitos de la información y de la comunicación) y al recrudecimiento de las problemáticas sociopolíticas del subcontinente, lo que genera las condiciones para la aparición de una pléyade de narradores interesada en traspasar la barrera del latinoamericanismo con el objetivo de abarcar al mundo entero; de hecho, a todos los mundos posibles.

Los autores de referencia, pertenecientes a distintas latitudes de Hispanoamérica, se concentran en el “Grupo del Crack” (ahora conocido como la “Generación del Crack”), el “Grupo McOndo” y la “Generación Nocilla”.

El crack adoptó tal nombre no porque sus integrantes (Jorge Volpi, Pedro Ángel Palou –quien lo sugirió–, Eloy Urroz, Ignacio Padilla, Ricardo Chávez Castañeda y Vicente Herrasti) escriban bajo los influjos de la droga sintética, como aclara el propio Volpi, la figura más visible, sino porque deseaban mandar el mensaje de una ruptura con las letras del realismo mágico, y sin duda con la literatura light, representada por Ángeles Mastretta, Marcela Serrano, Laura Esquivel, Sara Sefchovich, Guadalupe Loaeza..., y “de la onda”, de José Agustín, Gustavo Sáinz y Parménides García Saldaña.

Elena Poniatowska define crack como “una fisura, un hueso que se rompe, un vidrio que se estrella, una rama de árbol que cae y hace precisamente eso: crack”. Volpi abreva al asegurar que el tronido (la onomatopeya crack), en realidad representa “una especie de vuelta atrás hacia los principios de la literatura latinoamericana. Estábamos en contra del realismo mágico, entendido como obligación para el escritor latinoamericano.”

La propuesta novelística del crack alcanza una interesante dimensión con Espiral de Artillería, escrita por Padilla, quien recrea una historia de suspenso e intriga policíaca en un decrépito ámbito dictatorial que tiene lugar en algún país de la “Cortina de Hierro”; mientras que En busca de Klingsor, de Volpi, desarrolla una historia erótica entreverada con la carrera que emprende la Alemania nazi en pos de la fabricación de la bomba atómica, episodio que se vertebra con el atentado fallido contra Hitler, en julio de 1944.

Una y otra novelas son botones de muestra de los horizontes por los cuales discurre el crack, cuyo manifiesto, lanzado en 1996, establece premisas como:

1.Amarás a Proust sobre todos los otros.

2.No desearás la novela de tu prójimo.

3.Nada más fácil para un escritor que escribir sobre sí mismo; nada más aburrido que la vida de un escritor...

Pedro Ángel Palou, de manera irónica, resta méritos a la declaración de principios al calificarla como “una payasada”; más sobrio, Chávez Castañeda considera que, en realidad, traza la senda para "desbrozar una estética olvidada en la literatura de México”; esta intención es compartida por Herrasti y Padilla. El primero expresa que la aspiración principal es lograr “que el esfuerzo literario de los escritores sea genuino”; el segundo, que busca generar “una nueva manera de leer y escribir la literatura”. Volpi, por su parte, asegura que la literatura del crack pretende analizar la “lógica globalizadora”.

Y es precisamente el fenómeno globalizador el que une, aun cuando sostengan diferencias notables de enfoque, tono e intención discursiva, al crack con “Grupo McOndo” y la “Generación Nocilla”.


El “Grupo McOndo”

McOndo, es menester recordarlo, fue concebido en Iowa, Estados Unidos, en 1996, a instancias de los escritores chilenos Alberto Fuguet y Sergio Gómez, quienes se rebelaron contra un editor que ofrecía publicarles sus primeras novelas sólo si se ceñían a la corriente del realismo mágico. La “oposición” de Fuguet y Gómez a escribir como García Márquez y a seguir la temática del boom, más tarde cobró fuerza, dimensión y forma definidas con la incorporación de otros autores latinoamericanos, cuyos textos se concentraron en el libro Cuentos con Walkman, que pronto alcanzó el rango de manifiesto e impulsó la apertura de un espacio para su literatura.

La narrativa de McOndo dio un golpe de timón para ofrecer al lector “una tierra distinta, no mejor ni peor, distinta; un lugar más grande, sobrepoblado y lleno de contaminación, con autopistas, metro, TV-cable y barriadas; con McDonalds, computadores Mac y condominios, amén de hoteles cinco estrellas construidos con dinero lavado y malls gigantescos”.

Podría decirse que el legendario caudillo de las Américas se apea del caballo para cambiarlo por una veloz motocicleta Honda o una estrepitosa Harley Davidson, que monta ataviado con gafas oscuras Ray–Ban, chamarra y guantes de cuero, camiseta blanca, botas vaqueras y jeans Levi’s.

La faz de la literatura subcontinental muta hacia la globalización, hecho que no debe causar sorpresa, resquemor ni suspicacia, si se considera que se expresa con nitidez por el grado de interconectividad que tiene la mitad del conglomerado humano mundial, lo que da origen al surgimiento de vastísimas posibilidades de intercambio y conocimiento de la otredad.

El autor de Correo de Hiroshima, Víctor Manuel Camposeco, conceptúa la globalización como un hecho “propio de nuestra generación, no necesariamente bueno o malo”, que desde el punto de vista literario constituye una herramienta fundamental para los escritores deseosos de “apropiarse del mundo”.

Así pues, el ofrecimiento narrativo de los escritores de McOndo consiste en retratar una modernidad globalizada que afecta al mundo emergente y al desarrollado por igual en la disolución de las fronteras territoriales, el libre intercambio de bienes y servicios, el flujo de capitales apátridas, la proliferación de bandas criminales de perfil transnacional y la posibilidad de compartir una esperanza contrapuesta a una sensación de orfandad, generada por una era de cambios vertiginosos.

Es cierto que ni el crack ni McOndo presentan una “novedad radical” (como indica el crítico Christopher Domínguez Michael), al abandonar los viejos temas nacionales y presentarse como contemporáneos; ya Reyes, Cuesta, Revueltas, Paz, Elizondo, Pitol o Rossi los habían concretado con gran acierto. Lo novedoso es la óptica de los planteamientos que lleva implícito un avance dentro de la “agenda globalizadora”.

Hay una forma distinta de entender el quehacer literario, porque las características de la modernidad tienen un impacto directo en la forma de contar historias. Amphitryon de Padilla, o No será la tierra de Volpi, siguen con buena manufactura dicho camino.


La “Generación Nocilla”

Los movimientos literarios del crack y McOndo cuentan con una contraparte en España: la “Generación Nocilla”, nombre que deriva de tres novelas a las que su autor, Agustín Fernández Mallo, inspirado en una canción del grupo Siniestro Total, bautizó como Nocilla Project.

Las periodistas Elena Evia y Nuria Azancot retomaron el término “Nocilla” para referirse a un racimo de narradores que nacieron entre 1960 y 1976, los cuales fueron convocados por el Atlas Literario de la editorial Seix Barral y la Fundación José Manuel Lara, para reunirse en Sevilla, en junio de 2007. Algunos de esos autores son el propio Fernández Mallo, Vicente Luis Mora, Jorge Carrión, Eloy Fernández Porta, Lolita Bosch y Álvaro Colomer.

Si bien entre el grueso de los escritores mencionados no hay consenso en torno al significado del vocablo “Nocilla”, ni en la forma como se vincula o incide en su creación novelística, sí parece haber un acuerdo en que se yergue como un distintivo generacional.

Así, podría decirse que algunos de los elementos aglutinantes más sobresalientes del “Nocilla Team”, se encuentran en la producción de blogs ciberespaciales, la creación de textos narrativos con base en la combinación de géneros, la publicación de obras en editoriales independientes y el rechazo abierto hacia la “literatura convencional”. Desde la óptica de Fernández Mallo, se trata de un grupo que comparte “gustos más o menos comunes porque vivimos en el mismo mundo... una red, un grupo más o menos horizontal”.

Esa horizontalidad, por otra parte, ha despertado la acrimonia de ciertos especialistas, quienes observan la producción narrativa del “Nocilla team” como “literatura zapping”, “experimental”, una forma de escribir que “sabe cómo empieza pero no dónde acaba”.

En su ensayo Afterpop, Eloy Fernández Porta responde a los señalamientos con el anuncio de la “muerte del intelectual” tradicional, del hombre que acumula en su mente un saber incalculable para proyectarlo con sobrada grandilocuencia. El deceso, a decir del arrojado escritor, es consecuencia de la dinámica actual, caracterizada por el avasallante avance de la tecnología, la ciencia, las artes y el dinamismo que han cobrado los medios de comunicación. Se trata, pues, del surgimiento de un nuevo paradigma estético en la literatura como “respuesta a la condición social creada por el exceso simbólico que han provocado los medios”.

En otras palabras, los nuevos literatos escriben sin prejuicios, ajenos a la distinción entre la “alta literatura” y la “ficción popular”, de modo que tienden líneas comparativas imposibles de aceptar en primera instancia; ejemplo de ello es la posibilidad de establecer un parangón entre Itchy & Scratchy y los asesinos de A sangre fría. Sobre esta tendencia, Carlos Monsiváis en algún momento expresó que se trata de un paso natural hacia la modernidad; los novelistas contemporáneos no tendrían por qué seguir la tradición de sus cultos y circunspectos predecesores, entre otras razones porque los desafíos son distintos; antes era una exigencia conocer a los clásicos y ceñirse a sus rígidos cánones, hoy el reto es dominar la ola tecnológica, comprender su interacción con el ser humano y aplicarla en la arena literaria.


Los vasos comunicantes

Los integrantes del “Nocilla team”, la generación del crack y el “Grupo McOndo” han construido vasos comunicantes, a partir de los cuales se nutren y retroalimentan entre sí; por ello es previsible que en la medida en que sus propuestas literarias se amalgamen con la globalización, también se agudice, paradójicamente, el interés por los sucesos dentro de sus propias naciones, máxime si se toman en cuenta los procesos introspectivos que genera la globalización, en particular la exacerbación de los nacionalismos. Esto ya lo vemos en la obra de Palou, quien en años recientes ha vuelto la mirada hacia tópicos de la historia y la política de México, que somete a discusión y análisis en Cuauhtémoc: la Defensa del Quinto Sol, Zapata y La culpa de México, entre otras obras.

Mención aparte merece la onda expansiva que generó el crack al colocar en el mapa cartográfico literario, en específico el mexicano, a un centenar de escritores que hoy coadyuvan a trazar vías de circulación alternas a las perfiladas por los laureados escritores del boom.

En su ensayo La generación de los enterradores, Ricardo Chávez Castañeda y Celso Santajuliana realizan un minucioso seguimiento de la travesía, ciertamente azarosa, que autores como David Toscana, Luis Humberto Crosswhite, Mario Bellatín, Patricia Laurent, Ana Clavel, Eduardo Antonio Parra, Naief Yeyha, Guillermo Fadanelli, Fabricio Mejía, Jordi Soler y algunas decenas más, realizaron antes de ubicarse en la cresta de la creación literaria.

Ahora bien, lo que en un principio se anunciaba como una colisión entre novelistas del “mundo globalizado” y de la “América bolivariana”, ha derivado, contrariamente, en una intensa y saludable interacción; por una parte, el boom envía una clara señal de lozanía y fuerza luego de que Mario Vargas Llosa logró alcanzar la cumbre de las letras al ganar el Nobel de Literatura; por otra, el nombre de Gabriel García Márquez es reconocido por Ignacio Padilla, como el escritor vivo que “más” lo ha influido; y Carlos Fuentes decidió señalar a Jorge Volpi como su “sucesor”. Lejos de un choque, hay una fusión de talentos.

Como hizo el crack, el boom ha ampliado su gama temática. Carlos Fuentes, por ejemplo, en Adán en Edén y La voluntad y la fortuna, aborda el problema del narcotráfico en México; Mario Vargas Llosa, en El sueño del Celta, habla sobre la colonización del Congo Belga en África;6 y Gabriel García Márquez se adentra en el ornitorrinco de la literatura, que es la crónica, en el libro Yo no vengo a decir un discurso.

Es previsible, por tanto, que las fuertes ligas que han forjado ambas generaciones, terminen permeando la atmósfera narrativa iberoamericana, así como dotándola de un fuerte dinamismo y una mayor creatividad, particularmente en el campo del debate intelectual, lo que continuará haciendo de la novelística la región más transparente de las letras.


Notas

1 Con Cien años de soledad , García Márquez obtuvo el Premio Nobel de Literatura en 1982.

2 Hombres de maíz es obra del guatemalteco, Premio Nobel de Literatura 1967, Miguel Ángel Asturias; La ciudad y los perros, del Nobel de Literatura 2010, Mario Vargas Llosa; en tanto que La región más transparente y El siglo de las luces son novelas emblemáticas del mexicano Carlos Fuentes y del cubano Alejo Carpentier, respectivamente.

3 La casa verde fue escrita por Vargas Llosa, El señor presidente, por Asturias y La vida breve, por el uruguayo Juan Carlos Onetti.

4 El autor de Cristóbal Nonato es Carlos Fuentes, el de Conversación en la Catedral es Vargas Llosa, el de El reino de este mundo y Los pasos perdidos es Carpentier y García Márquez crea Macondo.

5 Los términos “globalifílico” y “globalifóbico” fueron acuñados por Ernesto Zedillo, presidente de México de 1994 a 2000.

6 En la actualidad recibe el nombre de República Democrática del Congo.

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